“No sé si toda la gente que llega al Club se habría animado a escribir sobre la vida, pero se anima a escribir sobre la muerte”, dice la autora de Ella estuvo entre nosotros (Overol, 2019), un libro donde una niña de 14 años ve morir a su madre de cáncer. Además de escribir, la historiadora hace talleres de lectura y escritura sobre el duelo. Esta conversación con Belén inauguró “Club de Duelo”, un podcast que estrenaron esta semana Daniela y Consuelo, integrantes de nuestro equipo.
Es una novela, pero dice Belén Fernández Llanos (1986) que si le sacaran menos de diez páginas se convertiría en “una crónica muy larga”. Su libro Ella estuvo entre nosotros (Overol, 2019) es protagonizado por una niña de 14 años que pierde a su madre luego de que ella muere de cáncer, y la verdad es que la historia es casi idéntica a la que ella vivió cuando era niña. De eso han pasado 24 años y a lo largo de estas décadas su duelo pasó de ser algo muy solitario, muy silencioso y muy individual a una experiencia colectiva: Belén fundó el Club Triste, un taller de escritura y lectura sobre el duelo donde las personas llegan con sus muertos a cuestas para convertirlos en un relato que construya el sentido que la muerte a veces no tiene.
Todo eso contó la escritora e historiadora en el primer capítulo de “Club de Duelo”, un podcast del Centro Cultural de España en Chile creado por Daniela Riquelme y Consuelo Ferrer, integrantes del equipo de La Raza Cómica. Ambas periodistas, marcadas en su historia personal por duelos cercanos y fundamentales, construyeron este espacio para integrar la muerte a las conversaciones y luchar contra su estatus de tabú.
En este primer capítulo, donde aparecen lecturas, recuerdos y epifanías, Belén comparte su experiencia y reflexiona sobre lo que ha aprendido en estos años. “La forma que más me ha gustado de seguir pensando el duelo es la pedagogía, porque creo que en los talleres uno elabora una propuesta pedagógica”, dice.
Revisa la conversación y escucha el primer capítulo del podcast en Spotify.

Daniela: Si bien Ella estuvo entre nosotras es una novela, está basada en tu propia historia. ¿Escribir este libro tenía como objetivo que la gente hablara sobre la muerte?
Belén: Lo escribí con muy pocas expectativas, pensando mucho más en un diálogo conmigo misma que con el mundo. Fue fundamentalmente una manera para yo poder hablar de la muerte, que es algo que había contado muy poco. Con el tiempo, me he dado cuenta de que yo anhelaba que alguien me preguntara por esto y que, cuando alguien me preguntaba, yo tenía respuestas preparadas, como si lo hubiera estado escribiendo en mi mente por mucho tiempo. Ustedes saben: la gente no pregunta mucho, porque genera mucha incomodidad. Uno dice “es que mi mamá murió” y de pronto la conversación suele acabarse, y yo me quedaba con todas esas respuestas en mi interior. Yo siento que Overol me hizo esas preguntas. Con su invitación a escribir este libro, ellos fueron ese interlocutor deseado que yo necesitaba. Al invitarme a esto, se produjo una conversación fundamentalmente conmigo misma en distintas edades, con mi conciencia, si se quiere, y con mis personajes, que en el fondo son mi familia. Y más que instalar el tema de la muerte, pensaba en que las huérfanas tuvieran un libro que sintieran propio, porque yo revisaba mi experiencia como lectora y encontraba muy pocas huérfanas. Quería que hubiera una historia donde ellas se sintieran representadas y ojalá que la narradora fuera niña, porque sí había encontrado algunas cosas pero donde las voces que narraban eran adultas. Y a mí me interesaba mucho producir una voz-niña.
Consuelo: Tú dices que antes te costaba mucho poner en agenda esta conversación con la gente de tu entorno. Ese lugar que la muerte ocupa en tu vida, lo fácil o difícil que es conversarlo, ¿cambia a partir de la experiencia de convertirte en una autora que habló de la muerte? Por ejemplo, nosotras dos nos conocimos en algo que tú inventaste, que se llama Club Triste, un club de lectura y escritura sobre el duelo. ¿Tu forma de relacionarte con la muerte cambia a propósito de haber escrito este libro?
B: Yo diría que cambió un poquito antes. Para mí la muerte empezó a tener un lugar más identificable, con el que me podía comunicar mejor, durante la universidad. Creo que la primera forma que le di a la muerte fue como objeto de estudio. Yo estudié Historia y empecé a leer historiográficamente, y me da como entre pena y risa que haya sido así. Creo que, como no encontraba otra forma de hacerle un lugar y no podía hablar de mi propio duelo, lo academicé. Y funcionó. Entonces empecé a preguntarme mucho qué significaba la muerte en términos culturales en nuestra sociedad occidental moderna y a entender esa metáfora: que los muertos, los fantasmas, eran en el fondo la alteridad, lo excluido, todo lo que quedaba fuera de los proyectos modernos, urbanos, masculinos, ilustrados. Para eso se usaba la palabra muerte, fantasma, espectro, etcétera. Me da como gusto pensar que fue a través de mi carrera y buscando bibliografía que le empecé a hacer a la muerte un lugar donde yo esto lo podía decir, porque en términos biográficos, personales, yo no era muy capaz de verbalizarlo. Yo no solía contar que mi mamá había muerto, ni lo que había significado para mí, ni cómo había quedado mi familia.
Un ejemplo: cuando entré al Magíster en Estudios Culturales de la U. de Chile, uno de mis trabajos fue ir el 1 de noviembre a un cementerio parque y a un cementerio tradicional, y me puse a observar la cultura material, los objetos que los deudos dejaban en las tumbas o cómo adornaban las lápidas. En el fondo, siempre había en la base de la relación una profunda necesidad de vincularse físicamente con el muerto a través de estas cosas que se tocaban: juguetes, peluches, ropa. En el cementerio parque –a pesar de que está normado por los códigos del neoliberalismo más duro, donde todo tiene que ser homogéneo, igual, sin mayor intervención–, la gente igual termina singularizando sus tumbas, porque en el fondo la muerte gana y la necesidad de vincularte físicamente con tu muerto es más grande que cualquier normativa del neoliberalismo. Se ocupa, incluso, la misma base de esa normativa, que es que tu tumba es tu propiedad privada. En esas voladas me iba. Creo que lo primero que pude hacer antes de escribir narrativa fue estudiarlo historiográficamente, sin decir que mi mamá había muerto ni nada. Siento que era una forma muy enmascarada de hacerle un lugar.
Después, con el tiempo, ya cuando pude escribir narrativa, habilité más la experiencia autobiográfica y me atreví más a contar todo esto desde el yo, pero al principio fueron ensayos muy, muy académicos. En realidad igual lo encuentro bonito: que mi carrera me haya dado la posibilidad de hacer esa búsqueda. Calladita, muy triste, pero leer, leer artículos académicos de antropología, de sociología, de historia y ahí ir encontrando a mi mamá.

D: Y en esa búsqueda, ¿crees que encontraste algún refugio, empatía, entendimiento en algún otro referente? ¿en algún grupo? Tú misma creaste un grupo, como decía Consuelo, ¿pensaste en algún minuto también hacer esa comunidad? No solo el trabajo personal de tu propio duelo ni de generar espacios de conversación con tu propia familia, sino hacerlo un poco más colectivo.
B: Yo creo que esa colectividad y esa confianza son muy recientes. Los primeros 15 años vivía el duelo muy sola, tampoco tenía las herramientas ni la confianza en mí misma como para pensar que era algo que podía colectivizar. Fue un duelo muy reprimido, muy solo, con muy poca comprensión, con muy pocas herramientas para entender. Hay que pensar que hace 15 años ir a terapia no era tan habitual como ahora, yo tampoco tenía la plata para costearlo, entonces la posibilidad de elaborar ese duelo era una cuestión súper material. Fue un ejercicio súper individual, súper silencioso, como un monólogo interior. Después, en mi carrera, empecé a ir hacia la literatura, a tomar ramos en literatura, y ahí empecé a encontrar ese refugio del que me preguntan ustedes. Leí a mujeres latinoamericanas de mitad del siglo XX, a muchas escritoras y a críticas, y a partir de esa literatura yo sentí que me estaba vinculando con un lado de mí que estaba muy acallado y que tenía que ver con una sensibilidad más creativa, más artística, con una posibilidad de mirar y de pensar la experiencia femenina y también materna. A partir de esas lecturas siento que encontré a una madre, o a una figura femenina, en la cultura. Por supuesto que ésa no era mi madre, pero sí empecé a vincularme con una dimensión de la voz de las mujeres en la cultura que me llevó a la voz de mi mamá, que después me llevó a mi propia voz. Fue una búsqueda muy solitaria, en la biblioteca. Al principio era un duelo que yo no podía sacar, no tenía forma de verbalizarlo, y creo que hasta el día de hoy el libro es más o menos la única forma que he encontrado de hacerlo, porque tampoco soy muy buena para hablar cotidianamente sobre ese asunto, no me resulta mucho. Ha sido un duelo súper atravesado por la literatura, muy vehiculizado por la literatura.
C: Tú dices que hasta que no apareció Overol, nadie te había hecho estas preguntas que tú querías responder, aunque no lo hubieras hecho. Me imagino que, si nunca habías elaborado esas respuestas en diálogo con otra persona, el proceso de escribir el libro debe haber sido muy intenso. ¿Crees que le da alguna forma nueva a tu duelo el hecho de escribirlo, ponerlo en palabras, editarlo, conversarlo con editores?
B: Sí, claro. A veces pienso que mi duelo se ha transformado en eso que yo escribí en el libro, que mi experiencia de duelo está toda ahí, y no sé si me gusta tanto esa idea, porque el libro es un artificio o una construcción que yo misma armé. En realidad hay mucha más información –alguna mucho más incoherente que esa–, hay cuestiones que todavía no entiendo bien, y me siguen apareciendo escenas nuevas. El libro tiene una estructura que es fragmentaria: si bien hay una línea cronológica bastante clara, tiene capítulos súper breves que perfectamente funcionan como un recuerdo, y no todos esos episodios están conectados con absoluta fluidez. Y el punto de vista, la voz que lo narra, es de una niña. Esas cosas también son súper predominantes en mi conciencia: yo también lo vivo de manera muy fragmentaria y cuando pienso en esto –en mi mamá, en su muerte– vuelvo mucho a pensar y a sentir como niña, me conecto con una sensibilidad que es muy infantil, no tan reflexiva, quizás no tan independiente, no tan resolutiva, y sí media regresiva a esa edad en que hay dependencia, necesidad de cuidado. También hago mucho el ejercicio de pensar en cómo sería mi mamá ahora, que este año cumpliría 74, y no puedo llegar a esa imagen, ni puedo llegar a su voz, ni a sus ideas ahora. Y es porque, claro, así como el libro tiene una narradora de 14, yo siento que mi idea de mi mamá quedó en esa edad, y hay algo de mí que no siguió creciendo en relación a ella. También hago el intento constante de ir enriqueciendo este relato que yo misma conté, porque temo mucho que se quede en eso, que se fosilice.
C: Porque ya lo elaboraste.
B: Claro, y porque no son tantos recuerdos tampoco. Entonces siempre trato de ir agregando cosas nuevas, y pienso que en todo lo que escribo hay recuerdos de mi mamá. John Berger, en su documental, dice que todos sus libros se van a tratar de su mamá, y yo siento muy lo mismo, que todo lo que yo escribo tiene algo que ver con esa experiencia. Entonces ahí voy, tratando de que el libro no se transforme en mi memoria. No quiero eso.
C: ¿Y sigues elaborando tu duelo en el diálogo con las personas que llegan a tus talleres con sus propios duelos? ¿Leer sobre las muertes de otras personas y los duelos de otras personas, más allá de lo que significa para quien asiste a tu taller, también es para ti un diálogo con tu propia manera de mirar el duelo?
B: Sí, claro. Creo que la forma que más me ha gustado de seguir pensando el duelo es la pedagogía, porque creo que en los talleres uno elabora una propuesta pedagógica, y conocer a gente que llega con sus propias muertes y con sus propias ganas de contarlo –porque una cosa es la muerte y otra es la intención de narrarlo–, me ha abierto muchas posibilidades de comprensión del fenómeno cultural de la muerte. Creo que ese es el único lugar –los talleres, el Club Triste– donde yo me siento realmente cómoda hablando del duelo. En el fondo, el taller tiene que ver con encontrar soluciones narrativas a un problema. O sea, mi trabajo en el club es ir diseñando estrategias que permitan escribir algunas dimensiones de esa experiencia de la gente que viene. Eso me ha ofrecido una oportunidad muy valiosa de comprensión de la experiencia y de darme cuenta que yo quizás estoy muy callada, pero cuando se trata de enseñarlo, yo sé hablar del duelo. Y eso es un descubrimiento que solo lo hice enseñando. Antes no tenía conciencia de que yo había elaborado esas estrategias, esas soluciones al problema. Y como la pedagogía es muy poderosa, el Club me ha dado esa posibilidad de decir: “Bueno, yo sé hacer cosas con el duelo. No solo sé quedarme callada”, que era como la impresión que yo tenía de estos 20 años.
D: Cuando nosotras empezamos nuestro duelo, nos dimos cuenta de que no hay tantos espacios para poder encontrarse, para refugiarse, para compartir, incluso para tirar tallas. ¿Qué te han entregado los espacios que tú misma has construido? ¿Qué te hubiese gustado recibir cuando tú eras una niña?
B: Para empezar, la psicoterapia. Ahora no puedo entender que no haya sido una posibilidad para mí, habiendo tenido mi familia las posibilidades económicas de hacerlo. Esto es muy extraño, mi familia vivió una especie de ascensión económica luego de que mi mamá se fue. Yo sé que suele ser al revés, pero pasó que la casa, que yo creo que era el mayor egreso de mi familia y que recién estaban empezando a pagarla, quedó pagada y como una entrada de plata, porque se arrendó. Entonces mi familia sí tenía las posibilidades económicas para pensar en un psicólogo, pero no estaba dentro de las posibilidades culturales. Creo que eso es fundamental. En el mismo orden, pienso que mi familia pensaba, dentro de lo poco que hablábamos, que este era un problema familiar y que las soluciones también debían ser familiares.
C: Como que la ropita sucia se lavaba en casa.
B: Claro, y con el tiempo me he dado cuenta de que es justamente fuera de la familia donde uno puede encontrar un espacio para elaborar esta experiencia, para después ojalá compartirla con la familia. No es tu papá destruido, ni tus hermanos desorientados como tú, ni tus tíos dolidos, los que te van a ayudar. Y con el tiempo, por supuesto, ha aparecido la posibilidad de que el duelo pueda ser una posibilidad creativa. Que no es solo dolor, que sí, por supuesto que sí, pero que en ese espacio que se abre hay una oportunidad para producir, para desarrollar tus intereses, para canalizar tu energía, para pasar ese tiempo horrendo que es la post muerte. Eso es algo que ahora lo tengo muy claro, que lo veo mucho en el Club. No sé si toda la gente que llega al Club se habría animado a escribir sobre la vida, pero se anima a escribir sobre la muerte. Ahí hay una fuerza movilizadora de la creatividad que creo que hay que atender mucho. Ojalá que todos y todas supiéramos que cuando se te muere alguien aparece un umbral donde ese dolor puede transformarse en una fuerza expresiva. Pero claro, yo en ese momento no tenía ningún referente para pensarlo, y eso que mi familia igual es una familia que leía, a mi mamá le gustaba el teatro, etcétera. Pero ahí está la diferencia, viste: es como que tu experiencia no es materia para eso, son los otros, son las otras grandes historias las que llegan a ser materia prima de la creación. No tu vidita chiquitita, en una ciudad chiquitita, en tu cuerpo chiquitito. Y ahora pienso que no, y es algo que reafirmamos mucho en los talleres. Quizás ahora, este siglo, este tiempo, ha validado y autorizado que esas vidas chiquitas aparezcan en las producciones creativas en distintos lenguajes. Eso he ido aprendiendo mucho con el tiempo: que esto es una posibilidad. Ya que ocurrió, como dice mi papá –yo siempre lo cito–, hay que capitalizar la desgracia. Esto es una posibilidad para capitalizar la desgracia.
C: Hay una cita que a mí me gusta mucho de un libro de Joyce Carol Oates, Memorias de una viuda, donde ella dice que no extrae nada positivo de la muerte y que cualquier lección que haya aprendido, bien podría haberla aprendido sin la muerte de por medio. Siempre digo que transito entre ese polo y el polo de decir: bueno, ya que esto ocurrió, qué vamos a sacar de positivo de esto. Cuando tomo el camino optimista, me da rabia conmigo misma, porque es obvio me preferiría que mi papá estuviera vivo, y no quiero decir “gracias muerte porque tal cosa”, porque no le agradezco nada. Pero por otra parte, como dices tú, ya que la desgracia está, ¿qué vamos a hacer a partir de ella?
B: Sí, yo no sé si le agradezco a la muerte, pero sí me agradezco a mí misma por haberlo emprendido. También podría pasar que la muerte llegue y que uno no produzca ningún sentido con eso. Y también es válido. El caso de la muerte de mi mamá, fue una enfermedad, pero hay otras muertes, de otro orden, donde de verdad creo que no hay ninguna necesidad de encontrarle sentido. A ciertas violencias, por ejemplo. Eso también me parece una búsqueda forzosa que uno puede no querer emprender. Ahí está mucho el contexto, tu verdad local, quién eres tú. Yo trato de pensar que es parte de mi formación. Es como haber estudiado una carrera en particular, elegido un camino. Esto también fue una deriva de la vida a la que decidí ponerle conciencia, ponerle discernimiento.
Perfil del autor/a:
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