La novena publicación de la fotógrafa transfeminista “Vamos?, No!” -el más íntimo de sus libros- es un recorrido autobiográfico de cierre de un ciclo personal, que expone y enfrenta a su autora a la niñez, la juventud y la madurez. El libro se lanzará el próximo martes 6 de mayo en el Archivo Nacional.

“Este libro es mi libro más distinto”, comienza diciendo Zaida González antes de que encienda la grabadora del celular. Esta frase no logra quedar capturada en el audio, pero sí queda en mi memoria. Había visto fotos de ella antes -tan características, tan distintivas- pero no había tenido la oportunidad de revisar un foto libro de ella como corpus completo.
Esta vez llegó a mis manos “Vamos?, No!”, su más reciente creación. Al abrirlo, inmediatamente afloran las emociones. La portada presenta una imagen de angelito de Juan Loko, el gatito de Zaida, y adentro, su pelaje en primer plano. Luego, fotos de archivo de su madre, fotos de su madre en los últimos días en San Miguel, objetos, espacios, textos escritos a mano, paisajes, su alter ego -la gata-, heridas, iglesias… Un cúmulo de imágenes que en su conjunto construyen una narrativa, una historia; por supuesto, una versión.
En siete capítulos desplegados en más de 180 páginas, “Vamos?, No!” nos invita a conocer parte de su historia reciente: la mutación del duelo de la muerte de su madre, desde la rebeldía a la fragilidad; la pérdida de Juan, su gato amado, generando un cambio drástico en su vida. Junto a ello, a partir del registro de un episodio macabro, narra el fin de una importante amistad, comenzando un nuevo proceso introspectivo de rehabilitación. Luego, Zaida González revive valientemente un episodio de abuso en la niñez y sus cambios conductuales; un viaje turbulento donde afloran inseguridades y miedos. El libro concluye con un ritual, revisitando simbólicamente lugares recorridos en la infancia con su madre en la comuna de San Miguel, a través de su imagen como mujer gata.
Como explica Zaida, “este libro cierra y también se abre a una madurez cíclica del duelo que está presente en mi vida, del que aprendo que nunca cesa, sino que muta”. Abordar lo autobiográfico exponiéndose frágil no es fácil. “En este libro circulan muchas emociones, y mientras lo hacía tuve que afrontar y reconocer cómo estaba destruyendo mi vida, evadiendo dolores, para poder cambiarla. Lo siento como un ritual personal que me tranquiliza”.
“Vamos?, No!” se presenta el martes 6 de mayo a las 17:00 hrs. en el Archivo Nacional de Chile, ubicado en Miraflores 50, Santiago Centro. Zaida González compartirá este espacio con Rita Ferrer, ensayista y docente; y Diegx Argote, fotógrafe y artista visual seropositive.

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-¿En qué sentido este libro es distinto?
He hecho foto libros, pero trabajo generalmente la puesta en escena fotografiando a otras personas. Había tenido un primer acercamiento con “Ni lágrimas ni culpa”, en el que se integraban también fotos de archivo. Ahí hablaba del inicio de la enfermedad de mi mamá y la de mi hermano. Ese libro me gusta mucho, es como el inicio, pero es más rabioso. Este libro, “Vamos?, No!”, va contando lo largo que es reconciliarse con el duelo, es un duelo que va mutando.
Cuando originé la idea de este libro tenía más rabia y en el proceso la dejé pasar. Dije, no voy a hacer esto tan rápido según el tiempo que hay que entregarlo, necesito más tiempo. Me di cuenta de que en realidad había que hablarlo de otra manera, no tan agresiva.
-¿Cómo se construye el duelo desde la imagen?, ¿qué particularidades tiene respecto a la escritura?
Para elaborar el duelo fue fundamental meterme en el archivo, en fotos que le tomé a mi mamá cuando estaba enferma y cuando estaba bien, o ver fotos de ella de joven. Me metí en cartas que me dio cuando ella estaba bien. Ella me mostraba sus cartas y fotos y yo no le tomaba mucha atención; como que no lo pescaba mucho. Esa actitud hueoná con los padres cuando son mayores… Ahí me empecé a interiorizar y a imaginar a esta madre joven, todo lo que pasó, todo lo que sufrió, porque nuestra relación era tensa. Entonces me he ido reconciliando a través de esa imagen que parte desde el archivo. Con las pérdidas se valora mucho más el archivo, se le da una relectura.
-Es como volver a la persona.
Eso, y después construir imágenes nuevas a partir de los mismos relatos, como los trabajos de puesta en escena.
-Está la muerte de tu madre y la muerte de Juan Loko, tu gato. ¿En qué se parecen y en qué se diferencian esas muertes?
Creo que el umbral que atravesé con la muerte de mi mamá al principio fue muy autodestructivo. Según yo estaba bien, no me afectaba porque mi madre quería fallecer, entonces realmente para mí fue un alivio que ella pudiera descansar. Después, haciendo esto, me di cuenta cuánto la extrañaba; se puso más frágil todo ese duelo, mucho más sensible, pero también más reconciliador con su imagen.
Lo de mi Juan, mi gatito, fue por una negligencia veterinaria. En ese momento también yo estaba muy loca, muy perdida. No puse atención cuando él se enfermó, porque todos los años le daba una crisis, tenía problemas a los riñones. Me sentí súper culpable, decía que por estar arriba de la pelota no observé que el gato estaba en una crisis, entonces cuando falleció dije: ya está, no puedo seguir así, que porque estoy con caña desatiendo cosas que realmente merecen toda mi atención, como los gatos. Ese duelo es el que más resignificó mi actuar. Con eso dije: ya, se acabó, no puede haber más situaciones así.
-¿Cómo definirías a este personaje de la gata?
La gata es un alter ego, es una máscara que tiene todas estas características del gatito, de Juan Loko. El gatito era especial, tenía una chasquilla.
He hecho harto autorretrato en mi vida siendo otro personaje, con artilugios; pero esta vez quería aparecer en la escena pero no con mi rostro. Dentro de este personaje que es la felina podía ir invadiendo el espacio, que era ahora un entorno cercano. Está la cocina, donde fue la última vez que vi a mi mamá en la casa. Me acuerdo que ese día mi papá -que no vivía con ella- había ido y dejado una empanada que ella calentó y se le quemó. Recuerdo ese momento como súper triste, pero después vi un video de mi mamá con una imagen de Jorge creada por Rosita Beas. Mi mamá estaba tan emocionada que le regalé la imagen. Ese fue el último recuerdo de ella no estando en cama.

-Un componente que me pareció muy hermoso, es que parte del texto está escrito a mano. ¿Por qué quisiste poner esa otra dimensión subjetiva?… porque es otra información a la que no todo el mundo tiene acceso, ver cómo escribe una persona.
Desde que empecé mi obra todo lo boceteo, y la escritura la he hecho a mano, con libreta de trabajo. Ahora, claro, podría haberlo dejado en digital, pero para mí no es lo mismo. El hecho de sentarse a escribir con lápiz se hace lento, y a este proyecto tenía que darle todo el tiempo. Como en un trabajo autobiográfico, la letra dice mucho de la persona y del momento, entonces pasa a ser como una impronta, una huella muy personal, única, finalmente. Creo que lo tipeado en digital le quita esa cosa más orgánica que tiene la letra. Me costó hacerlo sí, porque hay que ver después que quepa en el tamaño del libro.
-¿Cómo fue el proceso de composición de las imágenes, de su orden, tamaño?
Hice hartas maquetas físicas. Trabajé mucho. Me acuerdo que en ese verano no salí, y le daba y le daba, me amanecía. Imprimía en casa, luego pegar y ver qué fotos nuevas iba a hacer.
-¿Cómo influye en todo esto tu trabajo docente?
Hacía clases en el Instituto Arcos de Santiago y Viña del Mar, que cerró. Hacía el taller de expresión y veía muchos proyectos autorales. Imagínate, noventa alumnos semanales en que veía, que revisaba sus proyectos, y era tanta la imagen que llegaba a la saturación, me atrapaba un poco. Pero también me encanta compartir con los estudiantes, me encanta la frescura de las personas que tienen ideas, que están con todo su ánimo.
-¿Cómo describirías la nostalgia en todos estos procesos?, ¿es parte?
Hablo de la mutación del duelo, pero también cada capítulo tiene distintas mutaciones. Por ejemplo, el de mi madre es totalmente nostálgico, pasivo, como ese recuerdo que da tristeza, que no da una ira. Da algo muy introspectivo y eso lo asocio un poco a la nostalgia.
El duelo de Juan para mí es la fuerza. Si lo pudiéramos llevar a palabras mágicas, es como la fuerza expuesta. Después está el duelo de mi amiga, y ese es rabioso, aún en esa etapa en que uno piensa en el tiempo perdido como tiempo muerto, en querer borrar ese periodo. Son distintos duelos los que están acá.
Después hablo de mí, de la niñez, esta parte más rebelde. Ese es un duelo reconciliador, no es nostálgico, es como decir: esto hice, esto fui. Ahí está la carta. Esa carta no iba. Me costó mucho hacerla. Ese duelo, el del yo, el más personal, fue como ver y decir, todo esto tiene un origen, un por qué. No fue solo porque soy una persona rebelde, bruta, medio torpe.
Después retomamos con el capítulo mi mamá; o sea, termina con lo que inicia. Ese duelo es muy nostálgico, porque voy a espacios importantes para nosotras: donde nací, donde ella murió, el Barros Luco; por San Miguel, donde íbamos a cobrar la pensión, la panificadora. Es un círculo que engloba distintos tipos de emociones.

-La carta en la que narras un abuso me parece un gesto político muy importante. ¿Por qué decidiste incluirlo?, ¿desde qué lugar lo quisiste poner?
Tengo muchos textos escritos, y quería incorporar varios, pero después dije: me estoy yendo en cosas que de repente son demasiado redundantes. Llegué a esto del abuso que no estaba considerado porque empecé a leer cosas que escribo que son medias zafadas, como el texto sobre mi amigo el Ñoco, el que aspiraba neopren. Me di cuenta que siempre estaba en esa dimensión, me hacía amiga de gente que estaba en esa, porque creo que siempre he sentido que merezco algo que está medio destruido. Nunca me he sentido digna, por decirlo así, de un amor que me que me abrace, que me cuide. Siempre ha sido al revés. Entonces me fui por ahí, y dije: todo esto me lleva a lo del abuso, que yo nunca había querido relacionar porque sentía que era una justificación, tipo “ah, se justifica porque fue abusada, pero qué fácil”. Además, me daba pudor hacerlo porque lo iban a leer mis hermanos, mi papá y mi familia. Mi mamá nunca supo, nadie sabía nadie en realidad, ni mis parejas. Ahí me empecé a auto censurar. Cuando lo escribía decía “perdonen, papá, hermano, perdonen por hacer esto, lo necesito”, y después dije “¡qué perdonen, tengo que decirlo!”.
-Esta es una autoedición de “Juan Loko de mi amor”. ¿Es un proyecto editorial?, ¿vienen más cosas por allí?
Casi todas las publicaciones que he hecho son independientes. Siempre preferí auto editarme y para eso invento editorial. Por ejemplo, la primera es “El gato de la acequia”, la segunda es “Cuchillo mundial” por un gatito que se llama cuchillo, y está “Juan Loko de mi amor” para este libro, pero creo que quizá lo incorpore en un siguiente.
-¿Cuáles son tus inquietudes artísticas en este momento?
Ahora quedé sin pega pero estoy lúcida. Yo tomaba todos los días y eso quita mucho tiempo. Al estar con caña no te puedes enfocar. Tenía que hacerlo por el trabajo, pero con la obra no se puede. O sea, se lleva mucho ese estereotipo del artista alcohólico, pero no sé, a algunos le funcionará, pero no. Perdí harto tiempo con eso.
Ahora estoy trabajando en un oráculo con un fondo que me adjudiqué. Quiero que quede distinto a todo lo que he hecho. Siempre he trabajado la puesta en escena en estudio, con elementos, pero ahora pensé que tengo que sacarlo porque está demasiado encerrado, y me fui en una volada más creativa en que las personas me van contando sus cosas, su historia y ahí armamos una foto.

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