Vieron tanto que no podían dejar de ver, incluso debajo del agua, sintieron el llanto de los cenotes arrojados de su desaparición, en nombre del progreso y la locomotora de la historia y sus rieles perfectamente diseñados hacia el despeñadero. Vieron al poeta Nezahualcóyotl, declamar su trascendencia. Vieron a Sor Juana Inés de la Cruz junto con Tonantzin en un abrazo que creaba los amaneceres. Vieron al funcionario público que por más de un siglo seguía timbrando las mismas estampillas en las que un águila mordiendo una serpiente cascabel se posaba sobre un nopal.