La explotación se reproduce, se reinventa, se desplaza geográficamente, pero jamás se inmola. Y, dado que las condiciones de esa explotación tampoco parecen haber cambiado todavía sigue siendo importante ―y tremendamente rentable― que la masa permanezca idiota, maleable, moldeable. Es por eso que la cultura continúa siendo un campo de batalla tan relevante como necesario.