MANIFIESTO
Reivindicamos el absurdo y su subversión, sobre todo cuando la cordura se manifiesta mercantil, canalla y ramplona. Suscribimos al delirio en todas sus divinas contorsiones.
Creemos, por poner un ejemplo práctico, en los nacionalismos, siempre y cuando su férrea convicción nos permita abolirlos por completo. Somos, en ese sentido, dialécticos hasta las cachas.
Para terminar, quisiéramos comenzar por declarar nuestra irrenunciable vocación a errar.
Consideramos que enfatizar el equívoco, ese mismo que impulsa a Cristóbal Colón a descubrir su propio extravío convencido de que ha recalado en las playas del lejano oriente, fortalece nuestra poderosa debilidad.
Raza y rareza se trenzan y retumban desde ahora en lo gutural, para orquestar el inminente naufragio en el hemisferio sonoro y escrito de nuestra señal (siempre hay pocos santos y muchas señas en nuestras reuniones).
Profesamos según lo dicho una manifiesta devoción por las erratas, una inquebrantable fe por los itinerarios truncos y las rutas deliberadamente zigzagueantes.
Poseemos una predilección por el claroscuro y su lechosa teatralidad.
Confesamos que las zozobras nos atraen más que los trayectos instituidos o los destinos pactados de antemano. Por eso mismo repudiamos la idea de turismo.
Sentimos la necesidad perentoria de desconocernos a nosotros mismos hasta el punto de reconocernos en la espiral descendente, a medio camino de lo tectónico y lo telúrico, pero sin descuidar las superficies.
Hablamos para no morirnos de mudez y, sin embargo, el silencio también nos constituye.
Propugnamos que lo cultural, aquel galimatías tan ubicuo como ineludible, es materia medular de análisis en estos tiempos que corren.
Dado que la producción ha sido desplazada por el consumo en los tiempos del capitalismo tardío, los límites entre cultura, economía y política se nos presentan borroneados.
El espectáculo, posicionado en todas áreas del conocimiento humano, debe ser interpelado. Exigimos el derecho a dinamitar sus múltiples y dinámicas manifestaciones.