Primer capítulo
Lo que no se hace consciente se manifiesta en nuestras vidas como destino…
Carl G. Jung
El día que Giancarlo Petaccia, ex Juan Carlos Peralta, se separó, le dijo que las cosas ya no serían tan fáciles de ahora en adelante porque nos hemos vendido al “dolor de la farándula”, e hizo el gesto de las comillas. Paulina parada fuera del auto en ropa de gimnasio, frunció el ceño y lo miró fijamente. Weón, ¿por qué me hablai de esa forma? Acaso tengo que repetirte lo que te dije hace dos meses cuando no quisiste presentarme a tu familia. Cuando el humor no coincide, el amor se deprime. Ese fue nuestro problema! ¿Qué tiene que ver el dolor de la farándula en esto?
Giancarlo llevaba un par de meses adoptando “palabras importantes” como él mismo decía y que siempre pronunciaba con el gesto de las comillas. Según comentarios de pasillo en los canales, le había afectado que de Camiroaga, especialmente después de su muerte, se insistiera en que no sólo era un guapo sino también un tipo inteligente, con ideas, con mundo.
Petaccia mantuvo su mirada en ella y cerró lentamente la ventana hasta desaparecer. El rostro de Paulina se reflejó en el polarizado. La oscuridad de la rabia le hizo venir imágenes de su infancia en el departamento de Pedro de Valdivia. Su mamá lavando los platos, su padre acercándose silenciosamente hasta abrazarla por la cintura. Ricardo, córtala, estoy lavando, la niña debe andar por ahí. Paulina había construido escondites para verlo y saberlo todo. El padre insistió esta vez presionando con su pene en las nalgas de Gladys. Que la cortes, te digo, ya hablamos que no. Pero amorcito, sólo un poquito, susurraba Ricardo. Nin de Cardona imaginó que el pene de su padre la perseguía por la casa como una serpiente enfurecida. Recordó el escondite desde donde veía a sus padres tener sexo. Tenía 9 años, el dolor y las quejas de su madre comenzaron a constituirla. Soñaba con cortar el miembro de su padre y entregárselo a su madre en un plato blanco con bordes rojos: Gladys, he terminado con nuestro dolor. Su madre sonreía y guardaba el plato en el refrigerador.
El auto de Giancarlo rugía, se alejaba en el atardecer de Santiago. Estaba sola y paralizada en los estacionamientos de Chilevisión. Sintió que se estaba muriendo, que sus pulmones se secaban. El corazón convertido en una hemorragia. Recordó la novela que su padre le pasó en cuarto medio. El Turco lascivo. Había sido publicada en 1880 por Layla Rifaat, hija del príncipe Abdel Fattâh. Comenzaba con una playa ubicada en las costas del Bósforo. La bandera de Turquía flameaba en lo alto de un cerro. En el medio de la playa un niño, Nair, excavaba en la arena. Lo hacía en dirección a su cuerpo. La sensación de la arena en su estómago, en sus muslos, enredándose en sus pocos pelos púbicos lo hacía sonreír. Paulina quería sonreír, quería sentir esa arena cayendo sobre ella y ser arena, un diminuto y singular grano de arena.
Algo tiembla entre su cintura y el elástico de sus patas. Desenfunda el celular, sus pulmones se vacían. Respira y expira, algo le duele en el pecho. Tres años después, en el capítulo de su autobiografía titulado Mi sangre fue tu droga agregó que leer ese mensaje de Petaccia había sido como un taladro partiéndole la espina dorsal. “Nuestro amor ha sido un aeropuerto. Siempre estuvimos viajando en otras direcciones, a otros continentes. Nunca pudimos tomar el mismo avión. Tus llegadas eran mis partidas y por eso el sexo se convirtió en nuestro pantano. Ahí podíamos naufragar el odio de nuestras familias, vomitar el asco de ser tan distintos. La historia, la gran historia no quiso que fuéramos molidos por las mismas aspas. Mi corazón es carne molida y ahora sólo puedo olvidarte con los ojos de la muerte.” Tirita. Se apoya en el capó de un auto con la piel rasguñada, como si hubiera rodado por un cerro durante horas. Respira. Cree que debiera pedir ayuda, pero no quiere hablar con nadie.
Han pasado diez años y Nair recorre las calles de Estambul buscando a su primo Badir para el encuentro con las inglesas. Ambos tienen 18 años y la sola posibilidad de acostarse con unas ricachonas del imperio británico pone sus mentes erectas, los hace deambular por las calles como babosas. Las inglesas, Elizabeth y Kaitlyn, de 17 y 19 años, están de paseo con sus padres que son renombrados importadores de telas. Sienten una fascinación por lo oriental, por las cúpulas, por los minaretes. Les encanta el tono de piel de los turcos, que las miren con ojos fijos y las inviten a fumar o a tomar café.
Se toparon en una esquina, Badir le contó que su tío Yusef, que vivía en Londres hace más de 8 años, le había escrito que aunque las inglesas parecían muy señoritas y formales les encantaba el sexo anal. Esa sola idea petrificó a Nair. Se sintió como una estatua de sal y su erección se coaguló en el corazón con la forma de la tristeza.
Paulina entendió por primera vez lo que su padre quiso decirle con El Turco lascivo. La animación nunca fue lo mío, debí haberme dedicado a ser profesora. La tele me hizo cenizas. Otro mensaje de Peralta. Un corazón. No quiere escribir nada, pero se imagina lo que tendría que decirle, que él de seguro malversaría y publicaría en algún diario o lo largaría en voz alta en un matinal. Odia haberle entregado sus años de felicidad y salud a ese pedazo de músculo. El dolor se ramifica. Caminó a su auto, sacó la maleta donde andaba trayendo vestidos, maquillaje y zapatos. Metió su mano en uno de los bolsillos interiores y retiró una carta que estaba ahí desde la muerte de su padre. La última carta que le escribió desde el hogar de ancianos. Fue la única de sus hermanas que no alcanzó a llegar a los minutos finales y esa carta se había transformado en su amuleto, su refugio, su culpa, su perdón.
La carta de ocho páginas escrita con cuidada caligrafía contenía diversas historias, confesiones y Edgar, su “único amigo en ese desierto de momias disecadas por el Alzheimer y la demencia senil.” Releyó pedazos. Cuando habían jugado un gato con caca en las paredes del baño. Edgar se había picado porque Ricardo ganaba todas las partidas. El juego se convirtió en una guerra de mierda. Las enfermeras los pillaron embarrados y muertos de la risa. Casi los expulsan del hogar si no es por una llamada de Paulina. Buscaba una parte donde su papá le hablaba del amor. Cunas, duchas calientes, arboledas de álamos agitándose. Mi Paulinita, no pude con tu madre porque no pude conmigo mismo. Mi única pasión ha sido el miedo.
Escribe en su BlackBerry Bold, la basura del amor te ha tragado y copia un pedazo de las palabras de su padre: “…la maleza de las emociones, el fango sedimentado en la piel, en los sentimientos. Amar parece ser un ejercicio de disputa contra el batallón que nos esculpe con traumas, dolor y vertiginosa felicidad.”
Paulina se alegró de saber que él no entendería nada, que de seguro ya estaba en el gimnasio, trotando, haciendo pesas, coqueteando con sus admiradoras, mirándose los testículos al espejo, viendo los efectos reductores de los anabólicos. Guardó su maleta, salió del estacionamiento en dirección a su casa. El Turco lascivo se abría en su cabeza mientras manejaba a más de cien kilómetros por hora. Compartieron la forma de la tristeza.
Badir no entendió la reacción de Nair. Le dijo que tenían que hacerse hombres y si era por el ano mucho mejor. Nair no miraba a Badir. La vergüenza sudaba, lo hacía tiritar. Nair, qué te pasa, por qué te pones así. Su primo lo tomó del brazo y lo obligó a seguir en dirección al café donde esperaban las inglesas.
Segundo capítulo
No hay mayor enemigo de la risa que la emoción.
Henri Bergson
Despertaron a las 5 de la mañana con los llamados a las oraciones en Estambul. Elizabeth en camisón, caminó media dormida hasta el fonógrafo, buscó entre los discos y puso la suite sinfónica Scheherezade del compositor ruso Nikolái Rimski-Kórsakov. La música erizaba el deseo de ser mil y una noches penetradas. Pasaron la mañana arreglándose para su encuentro. Kaitlyn tomó la navaja y depiló a su hermana menor. La espalda, las piernas, el ano y la pequeña Britania. Mister Pierce había ordenado que fueran las sirvientas quienes prepararan y vistieran a sus hijas. Eso lo podemos soportar en Londres, aquí queremos hacer lo que nos plazca, decían. Empolvaron sus vaginas con aceites de cacao y sándalo. La única sirvienta que aceptaron fue Nayyirah que era joven como ellas. Elizabeth le preguntó por el tamaño de los penes turcos. Si acaso eran un problema o una dulzura. Nayyirah sonrió con indiferencia.
Paulina despierta con el sonido del celular a las dos de la tarde. No contesta. Mira la pantalla. Margot Kahl. Una perdida y un mensaje. ¿Qué querrá esta weona a esta hora? Paulina se había quedado hasta tarde buscando cajas con fotografías familiares. Amiga, avísame si nos juntamos a almorzar, decía Margot, supe por la Andrea lo que pasó con Giancarlo. Le irritó que la Tessa apareciera nuevamente en sus historias. ¡Esa perra! Entre las fotos que había encontrado, en varias se repetía un hombre con aspecto arabesco abrazando a su padre. No lo conocía, aunque había escuchado de un amigo de su padre que tenía origen árabe o turco y que habían hecho negocios en los años de la UP. Recordó la historia de los cierres.
En su carta, el Tío Yusef había recomendado llevar la pistola descargada. Sobrino, la primera cita es la sugerencia del deseo, el preámbulo de la lubricación. Debes intentar que sea física y espiritual. Conseguido eso, hasta el ano del Profeta se abriría como la rosa de Alejandría. Nair y Badir oraban en barrios distintos de la ciudad. Ese día se juntaron al mediodía en el café del papá de Nair, el tío Yabra. Tengo arreglada la cita con las inglesas, al atardecer en el café Etiopía al lado del fumadero de opio, contaba Badir excitado. Mi tío me dijo que teníamos que masturbarnos antes de ir. ¿Lo hacemos juntos? Nair lo miró con extrañeza. Ya lo habían hecho frente a un cuadro de unas odaliscas semidesnudas que tenía la mamá de Nair, la tía Karima. Los salpicones le habían quitado nitidez al rostro de las bailarinas. Nair no lograba explicarle bien a su primo, le dijo que esta vez lo haría solo, que se encontraran más tarde para ver a las inglesas. Badir no insistió más y se fue. El tío Yabra vio la cara de su hijo y le sirvió café con lokum.
Si esta gente de la Unidad Popular era muy reloca. Pedirme bluyines sin cierre. Jajajaja. Llegaban a la tienda y me decían, don Edgar, queremos el puro bluyín, sin cierre. Yo no entendía nada, pero como pagaban y me compraban varias docenas, qué me importaba. Paulina había escuchado varias veces esa historia. No entendía por qué su padre la contaba en primera persona. Edgar era el árabe de las fotos. Otro mensaje de Margot. Amiga, la Andrea nos invita a su casa. Dice que César Antonio tiene unas diapositivas de cuando fue aviador en dictadura. Hay fotos tuyas con tu papá. Llámame.
¿Quieren que nos juntemos a ver el lado lindo de la dictadura?, escribe Paulina. Imbéciles. Nunca entenderán lo que pasó y pasa en este país. Yo me estoy muriendo y ustedes quieren ver la luz de la tortura. Estúpidos. No estoy disponible por los próximos 100 años. Enviar. La tormenta desató una tormenta de mensajes y llamadas perdidas. Paulina no contestó y mientras cagaba borraba los mensajes. La mierda llamaría tarde o temprano a su puerta. Lo sabía. Tenía que prepararse. Siguió revolviendo cajones, cajas, sobres, hasta que encontró una libreta. La hojeó y se topó con un encabezado que decía.
Querido Edgar,
La muerte nos espera con un baño de mierda que trae los vientos y las utopías del paraíso. Adán y Eva están muertos y no cargamos con su pecado. Es su pecado. Nosotros hemos pecado por algo mayor. Hemos pecado por olvidarnos de nosotros. Por no escaparnos del hogar esa tarde de verano en que todos celebraban el aniversario de este cementerio. Pudimos. Lo planeamos por años y te arrepentiste en el último momento. Nunca te he perdonado, pero el tiempo me ha permitido entenderte y eso ha significado también olvidarte. Sobrevaloré mi amor por ti y sólo me había enamorado de tu ano. Fuiste el único que abriste la puerta. Quizá esa era la puerta que podías abrir y no la del hogar. Todavía guardo el frasco de vaselina manoseado. Tu arrepentimiento fue la muerte. ¿Por qué no me dijiste que tenías miedo, que lo único que querías era morir en los brazos de tu esposa? Habría entendido, pero tu miedo secreto nos comió a los dos. Te odio y te amo. Intento caminar en reversa para encontrarte. El hogar sigue oliendo a ti. Mi ano sigue oliendo a ti.
Tragó saliva. Fue a tomar agua a la cocina y siguió hojeando. Encontró una foto de un hombre en silla de ruedas junto a una mujer. La foto tenía unas palabras al reverso.
Querido Ricardo,
No ha sido fácil alejarme de ti. Sé que soy tu traición y tu venganza. Aunque solo cumplí con lo primero. Lo segundo siempre me pareció innecesario. ¿Qué tipo de venganza querías lograr diciéndoles a todos que nos habíamos penetrado? ¿Para qué humillarnos? A mí me bastó con la intimidad, tus gritos, los rasguños. Perdóname para que pueda perdonarme. Acepta mi cobardía y acepta tu valentía. La historia de mis límites se extendió gracias a ti, pero no pude saltar todas las vallas. Nunca habría podido, por eso regresé para morir con mi mujer en un simulacro que no me juzgaría. Odiaba ser juzgado. El 11 de septiembre de 1973 este país me juzgó. Quemó mis amistades, mis libros y mi fábrica, y eso es algo que nunca pude superar. Sólo pido tu perdón y tu cariño.
Paulina imaginó quemándose en vivo en el Buenos días a todos. Buenos días a todos por presenciar este espectáculo único. Hoy a las 12:30 horas Paulina Nin se quemará en vivo y en directo. Sería el rating más alto de la historia y nadie podría quitarme ese reinado.
Los primos miraban a las inglesas sentadas en las mesas exteriores del café. Primo, yo me quedo con la colorina, dijo Badir impaciente. Se acercaron vestidos con pantalones blancos de seda y camisas burdeos. Saludaron primero a Nayyirah e intercambiaron algunas palabras en turco. Las inglesas sonreían nerviosas. Kaitlyn, la colorina, sentía la entrepierna húmeda. Badir pidió una botella de Raki y sirvió cincos vasos. Nayyirah dijo que no en turco. Niñas, paso por ustedes en tres horas. Disfruten la hospitalidad de Estambul.
No era mucho lo que hablaban entre ellos y eso ponía nerviosa a Elizabeth. Se tomaron la segunda botella. Badir propuso que subieran al fumadero a probar el deporte nacional de la unión británica-turca. Él mismo había reservado una pieza al final del pasillo. Dos pipas de opio y muchos cojines. Las telas con símbolos religiosos colgaban y respiraban en las paredes. Una lámpara con cristales rojos enrojecía las sombras. Las hermanas se miraban. Badir se acercó a la colorina, le ofreció una fumada. Se relajaron y rieron. Nair disfrutaba, aunque sentía que su sangre estaba en otra parte. Miró fijamente a Elizabeth, sus rizos rubios eran la versión británica de los rizos marrones de su madre. Las risitas de la colorina desviaron su mirada. Badir lamía su ano como si fueran hojas de un Corán de chocolate. Elizabeth susurró unas palabras. ¿Pasa algo?, preguntó Nair inquieto. Los susurros comenzaron a lamerle el oído izquierdo. Házmelo, turquito, házmelo. Sabía que no podía traicionar ni desperdiciar esta oportunidad. Su primo nunca se lo perdonaría. Tomó del brazo a la menor y la guió hasta la pieza contigua. Quítate la ropa y acuéstate, le dijo, cierra los ojos. Subió el volumen del fonógrafo y se alejó mirando su cuerpo.
Salió del fumadero y corrió, corrió hasta los pies de la playa. La bandera en el cerro flameaba. Se desnudó y entró en el mar. El silencio marino lo calmaba. Se recostó de espaldas y se dejó llevar por la marea.
Tercer capítulo y final
¿Qué, qué hago con mi inconciente? Lo invito a almorzar todos los días después de almuerzo.
Pilar Sordo
Seré la lanzallamas de la farándula. Los iré quemando uno por uno. Será el recordado puerta a puerta de las llamas. Haré un calendario verano dos mil catorce con sus cuerpos carbonizados. Si no es un éxito acá, lo exportaré a Europa. Alguien querrá invertir en la basura del tercer mundo. Alguien querrá hacer un zoológico inanimado. Alguien querrá comprar mierda y convertirla en arte. Hizo una lista. Marcó las prioridades con rojo. Partir por Giancarlo sería lo obvio. No soy tan weona. Se duchó con agua helada y fue al Homecenter a comprar dos bidones, huinchas de embalaje y un extinguidor. El escándalo cubrirá mis huellas, pensó antes de encender el auto. Manejó hasta la bomba más cercana y los llenó con bencina.
Hola Paulinita, tanto tiempo, pasa. Llega justo. ¿Quiere servirse algo? Estamos en el picoteo. ¿Un whisky? ¿Con hielo? ¿Solo? Toma. Salud por tu visita. Bebió unos sorbos. ¿Por qué no había venido? Supimos de tu salida del canal ayer en la tarde. No te preocupes, estas cosas son así. La televisión es una ola, a veces la tomas bien y otras veces te bota. ¿Te sirvo otro? ¿Igual? Aquí tienes. Bueno, cuéntame ¿qué te trae por aquí? ¿Te gustaría que habláramos en mi oficina? Pero tengo invitados, no puedo. ¿Será breve? Ah, bueno, en ese caso, pasemos por el pasillo, la puerta izquierda. Paulina se tomó el trago al seco. Tiene sed, mijita. ¿Te pasa algo? Cuéntame, sabes que puedes confiar en mí.
Mi padre, quiero que me hable de mi padre. Quiero que me cuente por qué insistió tanto en que estaría mejor en un hogar. ¿Usted también estaría dispuesto a terminar sus últimos días con desconocidos?
Paulina, no me hables así, lo que hicimos por tu padre fue lo mejor. ¿Acaso estabas tú en condiciones de cuidarlo? ¿Acaso estabas en condiciones? No, no lo estabas. Estabas vuelta loca con ese Giancarlo. Te invitamos a la reunión y no fuiste. Dijiste que estabas en la playa, haciendo cosas más importantes que discutir sobre los muertos. Esas fueron tus palabras. ¿Qué esperabas? ¿Qué proponías con esa respuesta? Tu indiferencia fue tu voto. Podrías haberte opuesto, pero no estabas ahí. ¿Qué quieres ahora? ¿Quieres que camine en reversa?
Sacó de su cartera una botella de jugo de manzana y comenzó a chorrearla sobre su camisa. ¡Paulina! ¿Qué mierda estai haciendo? ¿Quién te creí para venir aquí y tratarme así? Hemos gastado millones en tu padre. Paulina sacó su encendedor y un cigarrillo. Fumó en silencio. Quiero que te vayas. No haré un escándalo porque respeto a tu padre y me ayudó en mis comienzos, pero por favor, ándate. Paulina se acercó para despedirse y apagó el cigarrillo en su camisa. La bencina hizo lo demás. El sonido de la rabia se juntó en su corazón y desembocó en el delta de la venganza. Cerró la puerta. Afuera sonaba un tango que se confundía con los gritos de la oficina. Caminó entre la gente sin despedirse. Sintió que el aire era distinto, expansivo. Aceleró hasta perder de vista el paisaje de Santiago. Atardecía con el rojizo de la contaminación. Tengo que esconderme unos días en la playa. Tengo que recuperar mi popularidad. Tengo que tener mi propio estelar en horario prime. Tengo que hundir al público en el terror, en el lado oscuro de la farándula. Los titulares de todos los diarios gritaban y lloraban la noticia. La televisión se convirtió en la cadena nacional de los quemados. Paulina tachó el nombre Mario y cerró su libreta. Caerían como jotes asados.
Nayyirah llegó a la hora convenida. Preguntó en el café por las británicas, le indicaron los fumaderos. Revisó pieza por pieza hasta llegar donde Elizabeth dormía de guata sobre los cojines rojizos. Despierta, Elizabeth, despierta, vístete, tienen que volver a casa. No había respuesta. Rotó su cuerpo. Los ojos en blanco y una respiración cortísima fue la bienvenida. El horror nubló los ojos de Nayyirah. Movió a la pequeña. La zamarreó. Seguía en el mismo estado semimuerto. Los gritos de dolor y placer de la mayor hacían estremecer el fumadero. Nayyirah siguió el ruido. Badir penetraba y penetraba. Kaitlyn se contorneaba y golpeaba los cojines. Les gritó desde la puerta. Su hermana se está muriendo, casi no respira, ¿dónde está Nair? Badir disgustado se tapó con una sábana y maldijo la invasión británica. Son débiles, dijo, los débiles mueren. ¿Cuántos de nosotros han muerto? ¿Los has contado? Miles. Millones. Deja que esa inglesa viva en carne propia el dolor. Nayyirah le dio una cachetada mientras Kaitlyn salía de la pieza en busca de su hermana.
Mi papá nos va a matar. Hermana, despierta. ¿Qué te pasa? ¿Qué te hicieron? ¿Qué te hizo el turco? Su rostro no respondía. ¿Qué hacemos? ¿Dónde la llevamos? Hermana, por favor, despierta. Hermanita. Nayyi trae agua, apúrate, trae agua. Metió el dedo en la boca de su hermana. Vomita, no me hagas esto. Vomita. La chorreó con agua y esperó. Su hermana dio unos espasmos y se quedó quieta como una momia. No sé qué vamos a hacer, no puede morirse. ¿Dónde está el hospital? Llévame allá. Cargaron su cuerpo y tomaron una carreta. Nayyirah le dijo que el hospital estaba muy lejos y que la policía turca complicaría las cosas. Tenemos que ir donde Bilge, una amiga doctora. La primera de Estambul. Vive a cuatro cuadras de aquí. ¡Pero Nayyirah!, protestó la inglesa. Hazme caso niña, tú no sabes de estas cosas.
Badir salió a buscar a su primo. Pero cómo es tan weón. Dejarla sola en el fumadero. ¡Nair! ¡Nair! ¿Dónde te metiste? Sabía que lo encontraría en el Bósforo. Lo buscaba desde el malecón. El agua hablaba. Badir no quería escuchar.
Mister Pierce se enteró. Voy a matar a esos turcos. Toda su familia pagará esta deshonra. Calma, Mister Pierce, acá las cosas no son tan fáciles como en Inglaterra. Tenemos que esperar, dijo Ethan, su ayudante financiero. Qué me importa, dijo Mister Pierce, estos turcos morirán igual. Le regalo esta espera para que saque el cálculo de nuestras ganancias. Mañana mismo partimos de regreso a Londres. Con o sin las niñas. Son mujeres, a nadie le importará. Allá podremos negociar con mis amigos de los diarios. Todo quedará como una locura adolescente y femenina.
Abrió las cortinas. Miró el mar mientras amanecía. No paraban de llegarle mensajes. Paulina, te vieron en la casa del tío Mario. ¿Dónde estai? ¿En qué andai? Llámame, te voy a ver si es necesario. Sonreía en la semioscuridad del amanecer. Muertos, calcinados y rating. Ese será el nombre de mi última novela. La primera y última que escriba en vida. Encendió la tele. Ni cagando veo los nacionales. Se quedó en el Infinito. En el 60% de los casos los asesinos que se cambian de identidad demoran su captura en 10 o 15 años. Mañana mismo me voy a Buenos Aires. Todo bien Margot. No te preocupes, escribe. El lunes regreso a Santiago y hablamos. La normalidad de la perturbación gana tiempo. Tenía que ser en auto y por algún paso fronterizo que tuviera poca vigilancia. El Paso de Los Patos. De algo que hayan servido esos tediosos cursos de historia con Krebs en la Chile. Buscó la ruta en Google. De Putaendo hacia el interior. Que el general San Martín me protega. Salió a caminar por la playa. Fumó sus últimos cigarrillos en territorio chileno y a las 8 subió a su auto camino a San Felipe.
Hola Bilge, te traigo a esta inglesa. Fumó opio como si estuviéramos en plena guerra de colonización, dijo Nayyirah. Bilge había trabajado clandestinamente por la independencia turca. Tenemos que hacerle un lavado intestinal, dijo. La menor sintió la sonda entrando por su ano y despertó gritando. Házmelo Nair, soy tuya, házmelo como si fuera un cargamento de fusiles apuntando en el frontis de tu casa. Cállate niña, vienes saliendo de una sobredosis. Nair, házmelo. Cállate, te dicen, dijo Bilge. Nayyirah, las inglesas no pueden volver al hotel. Tendrán que pasar unos días escondidas. Pero mi papá, tengo que hablar con él, replicó Kaitlyn. Tu padre ya debe saberlo. Es mejor que eviten el contacto por ahora, continuó Bilge. Además somos mujeres, ¿qué esperas? ¿Que las vengan a buscar amablemente y las suban al barco?
Badir se cansó de buscar. Era hora de la oración. Se arrodilló ante el océano. La noticia recorrió las calles de Estambul. Los padres de Nair lloraron y tomaron café amargo. Les dije que no se jugaba con los ingleses, se los dije, pero estos niños nunca hacen caso, gritó el padre. El tío Yabra había sido torturado durante los años más duros de la ocupación inglesa. Su esposa trató de calmarlo. ¿Calmarme? Si estos niños nos han matado. Por Allah que esto termine, pero no termina y no termina porque somos su basurero.
Mientras manejaba Huele a peligro sonaba a todo chancho. Este cambio tiene que ser completo. Ni rastros ni vestigios de Paulina Nin de Cardona Muñoz. Seré mi propio fantasma. Mi propia oscuridad bañada en oro. No podrán encontrarme porque seré irreconocible. Si es necesaria la fealdad, haré de mí un monstruo. Una discapacitada. Una escoria. ¿A quién le importa la escoria? ¿Quién se fija en los residuos? Residuos de palabras, de gestos, de relaciones. Todas íbamos a ser reinas. Jajajajajajajaja. Gabrielita linda. ¿Quién te metió esas ideas en la cabeza? Todas íbamos a ser basura. No sé en qué país vivías. ¿El nobel te hizo grande? Te hizo grande para ti misma. Nosotras seguimos siendo el raspado de la olla, el duro y pegoteado arroz del fondo.
Doctor, quiero que me desfigure. Vengo todo el viaje pensando en quién, pero creo que no quiero ser nadie. Simplemente deformarme. Ser multitud. La operación duró 7 horas. Facundo salió de la clínica sintiéndose el personaje de una novela. Caminó por Corrientes admirándose de su anonimato. Por fin soy una ficción, el maldito juguete rabioso de todas las historias literarias. Caminó y caminó hasta que el cansancio la hizo olvidar que Paulina-Facundo era alguien. Marcó el número de Giancarlo y botó el celular a la basura. ¿Alo? Paulina, mi amor, llevó semanas llamándote. ¿Dónde estai? ¿Paulina? ¿Alo? ¿Alo? ¿Alo?
El Bósforo amaneció enrojecido, enlodado. El mástil no flameaba. Nair flotaba hinchado llevando el rojo atorado al cuello. La luna se tragaba lenta y silenciosa a la estrella.
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