A subvertir la rima. Entrevista con Vicente Durán
/ por Luis Martín Cabrera
Subverso, su verso, el verso que viene de abajo, que brota del pueblo, imagino; pero también, sospecho, “subversivo” para no cederle al enemigo ni siquiera esa palabra abyecta con la que trataron de hacer desaparecer a una generación entera de militantes a ambos lados de la cordillera en los años 70: arte popular para subvertir el sistema,“verso a verso, golpe a golpe”, como diría Antonio Machado, ése otro poeta del pueblo.
Vicente Durán, “Subverso”, creció entre Santiago y Detroit al calor de la música popular latinoamericana que, seguramente, escuchaban sus padres, exiliados miristas. En Detroit, cuna de la industria automotriz norteamericana, pero también del inconfundible sonido de la Motown, creció en el barrio latino y conoció la realidad del gueto, de las injusticias sociales, del racismo y la pobreza, la parte oculta de los Estados Unidos. Su música, sus rimas, son probablemente el resultado de la fusión de esos ritmos y realidades del Norte con la realidad y los ritmos del Sur: PublicEnemy y Violeta Parra, Víctor Jara y Gil Scott Heron tocando juntos, saltando por encima de todas las fronteras, en ese esperanto de todos los sures del mundo que es la cultura hip hop.
Pero Subverso fue primero poeta y sólo después de los veinte empezó a hacer rap. Al llegar a Chile, alrededor del cambio de milenio, encontró sus calles llenas de grafiti y de una multitud de jóvenes inmersos en la cultura hip hop local. De ahí salió Conspirazión y el disco Apaga la tele. Más tarde se uniría a distintas redes, como Hiphoplogía, siempre ancladas en el trabajo de organización poblacional, rapeando desde el territorio, creando conciencia y educando desde un arte para la acción. Su hip hop no sólo es testigo, sino participante directo en los movimientos sociales, del movimiento estudiantil a la resistencia mapuche, pasando por todas las formas de organización poblacional.
Vicente llega un poco tarde a la entrevista. Quedamos en una estación de Metro de la Florida para ir a una fuente de soda o a algún lugar para conversar, pero rápidamente cambia de plan (o tal vez era el plan original) y me lleva a una plaza con un par de bancos solitarios y un jardín a medio regar, “me gusta traer a la gente acá para conversar”, me dice. Desde el banco se divisan unos grafitis sobre las columnas que sostienen las vías del metro y la autopista que corta el barrio en dos. Apenas comenzamos a hablar, aparece un viejo con unas gomas para regar. Al principio pensamos que se trata de un empleado municipal, pero pronto nos damos cuenta que está simplemente juntando distintos trozos de manguera con algún fin que no logramos descifrar. De vez en cuando nos habla, creo que no entiende bien qué hacemos a esa hora de la mañana sentados en una plaza, pero tiene sentido juntarse a conversar de hip hop y política en un lugar así, un espacio público y popular en este Chile donde el neoliberalismo amenaza con privatizar hasta el aire, un aire que hoy está particularmente contaminado por culpa de una empresa de basura que ha cubierto la ciudad de una nube tóxica.








