/ por Rodrigo González
La nueva teleserie de Canal 13 trata sobre la vida de un grupo de prisioneras que se escapan de la cárcel para continuar su vida como prófugas, siempre y cuando el guión no diga lo contrario en unos meses.
Han habido varias discusiones en los medios sobre los referentes de la trama (Orange is the New Black, El fugitivo, Prision Break y así ad infintum televisivo). Sin embargo, la discusión más interesante, a mi parecer, es la que se ha dado sobre las potencias y posibilidades de la representación.
La última semana de junio el programa SQP mostró un extenso reportaje sobre esto, a partir de una carta abierta que apareció en El Mercurio:
«Cómo podemos combatir la delincuencia si en un canal de televisión hacen una teleserie ensalzando a un grupo de delincuentes que se escapan de la cárcel y se las muestra como heroínas. ¿No es eso un refuerzo de las conductas negativas que nos tienen tan complicados como sociedad? Aunque tenga menos “márketing”, ¿No sería mejor que las heroínas fueran personas valerosas, trabajadoras y sin “prontuario”?»
(Gloria González, Carta al Director, lunes 27 de junio, 2016)
Lo interesante de la carta es que apela a construir una solidificación de roles: el delincuente no debe ser el héroe de ninguna forma. La ley es la encargada de establecer y dibujar los roles posibles del ser humano y el delincuente sólo debe ser representado como tal, como una continuidad que se repita en el vacío del prototipo (el ladrón roba. No es un espíritu, no es un cuerpo, es una acción: el ladrón roba). El ladrón es el otro, ese que atenta contra la pureza posible del sistema neoliberal: de un estado donde la propiedad privada es absoluta e inamovible.
De la misma carta se desprende una fe ciega sobre el infinito poder de la representación, ya que al mismo tiempo que asegura que inevitablemente lo representado se vuelva lo real, también asegura que el lector es una vasija que debe ser llenada a través del arte con bondad, con lo mejor de una nación y toda esa tontera.
Preciosas representa prototipos de delitos y delincuentes a través de sus personajes. En su mayoría son mujeres que son moralmente inocentes (condenadas por vender discos piratas o matar al maltratador) legalmente culpables. Esta dicotomía puede hacernos pensar en una propuesta discursiva más “liberal” de parte de la producción del canal (al menos en relación a la carta de El Mercurio), y que podríamos entender como un avance hacia una problematización más profunda de la figura de las clases populares. Sobre todo si lo comparamos con la despreciable representación de las clases populares en Príncipes de Barrio.
Pero al igual que las hamburguesas del McDonald’s, una cosa es la foto publicitaria, y otra cosa es la realidad.
Al ver los primeros capítulos de Preciosas me doy cuenta de que el “progresismo” que publicitaban a través de matinales y noticieros a los protagonistas, a las preciosas, sobre el rol de mostrar otras realidades, la importancia de incluir, y blablabla, todo eso no existe en la teleserie. Todo está centrado en el personaje de Loreto Aravena, que es el único personaje que tiene un rol activo en la trama. Personaje que nos presentan como proveniente de un hipotético estrato popular, pero que vive en una casa digna del Ñuñoa cuico, La Reina o incluso más allá, porque por mucho que nos quieran decir que vivir en esas condiciones es ser popular, esa weá claramente no lo es.
En toda obra narrativa existen personajes principales y secundarios, claro, pero al hacer un análisis de la estructura interna de los acontecimientos, de cómo se ha desarrollado la trama, uno se da cuenta de que el resto de las preciosas, aquellas que representan lo marginal, las encargadas de la inclusión simbólica, son irrelevantes. Sólo se mueven en función de la protagonista: sus perfiles no han sido dibujados. Incluso el personaje de Paz Bascuñán no es nada más que el estereotipo del pobre (in)feliz, dicharachero. La gran carta descartuchadora, la relación lésbica de Tamara Acosta, no ha sido abordada en la serie, aparecieron por casualidad y podrían desaparecer sin ninguna incidencia en la historia.
El discurso sobre los sectores populares generalmente ha sido reapropiado por las pantallas de televisión dándoles la palabra sólo en situaciones de catástrofe, reafirmando en todo momento un estigma de eterna carencia, y cuando tratan de producir un discurso crítico son silenciados con una mano disfrazada de abrazo (imagen que, espeluznantemente, no es metafórica). La figura del delincuente es operativizada por el discurso mediático como un punto de partida para establecer una necesidad (de control, de estabilidad), una amenaza (el caos) y una épica (Carabineros como héroes frente a los salvajes). La campaña mediática que se realizó las últimas semanas hace pensar que hay un intento, un esfuerzo y quizás un deseo de acceder a ese otro mundo a través del arte, pero que se mantiene cooptado por las reglas invisibles, no escritas y al mismo tiempo evidentes y claras de una discursividad normativa, que representa siempre para castigar al malo y ayudar al bueno.
Preciosas vende la pomada de estar al otro lado de la carta de El Mercurio, pero en realidad escribe desde el mismo lugar. Siguiendo el consejo de Gloria González, en Preciosas la heroína no es delincuente, ella es inocente, ella no pertenece a ese mundo, está de paso. Su lugar en el mundo es al lado de los poderosos, su destino es casarse con el empleado público, el fiscal, el bien encarnado en ley, traje y corbata. Una vez más, la promesa de contenidos de calidad, de ficción de calidad, termina siendo una vez más una metida de pico en el ojo.
Perfil del autor/a:
La raza