/ por Lucía Stecher
La editorial peruana Estruendomudo, nombre tomado de un verso de César Vallejo («Oh escándalo de miel de los crepúsculos. / Oh estruendo mudo»), llegó a Chile a mediados de julio de 2016. Anunció su arribo con “La nueva invasión”, actividad que a lo largo de una semana convocó en Santiago a escritores y escritoras del Perú y Chile, y con la publicación del libro Selección chilena, que al igual que su par peruano –Selección peruana–, reúne cuentos contemporáneos de autores del país respectivo. En su esfuerzo por tender puentes entre la literatura de ambos países, la editorial publicó en Lima Imposible salir de la tierra, selección de cuentos preparada por la propia autora, Alejandra Costamagna.
La edición del libro es impecable, prolija y atractiva. Hacía tiempo no veía una portada que me llamara tanto la atención: la combinación de colores y su juego con la imagen –un cielo rosado, débilmente estrellado, sobre el que parece flotar la cabeza de una mujer que mira de costado desde su cápsula espacial– hacen que el libro tenga un potente atractivo visual. Además del juego irónico con el título del libro, la portada recoge algo de la atmósfera de los cuentos: así como la mujer de la cápsula mira con distancia, de soslayo y con una expresión en la que confluyen extrañamente el asombro con una actitud impávida, la narradora de los relatos se acerca a sus personajes con una mezcla de cercanía y distancia, con algo así como una afectiva indiferencia.
Los títulos de los cuentos son bastante decidores de cómo funciona la narrativa de Alejandra Costamagna: es difícil saber, a partir de ellos, con qué historia se va a encontrar el lector. Son una apertura a lo impredecible e inesperado y su explicación puede llegar en cualquier momento del relato. Por lo general remiten a un detalle, que es muchas veces un punto de fuga que permite mirar el cuento desde otro lugar. La frase “Are you ready?”, estampada en letras rojas en la polera negra de la hija que acaba de perder a su padre, es el título de uno de los cuentos y es retomada por una narradora que desarrolla una mínima pero contundente reflexión en torno a la pérdida de los seres queridos: “Pero nadie estaba listo, nadie nunca lo estaría?”.
La muerte es una presencia constante en los cuentos de Costamagna: es lo que le espera a la protagonista de “Imposible salir de la tierra”, es la muerte azarosa de su padre en Japón (en dos cuentos aparece este país, como lugar de encuentro con el azar, también con la locura), es el suicidio de su madre. Pero como con todas las cosas terribles que encontramos en estos relatos, el tono con el que se narran –sin estridencias ni más dramatismo que el de los hechos mismos–, hace indiscutible la presencia de la muerte, la enfermedad y la locura en la vida humana. Pero frente a ellas aparecen también la dignidad y autonomía de personajes como Julieta en “Imposible salir de la tierra”, quien decide no entrar al quirófano para una operación que la puede dejar como “planta o como perro”. El párrafo final de este cuento despliega la mirada posada en lo cotidiano y lo infinito, la profundidad despojada que me parece una marca de los cuentos que reúne el libro:
“Julieta deja el plato a un lado y se sienta en la escalerita de la entrada. Cierra los ojos. Quiere dormir, pero no puede. Quiere suspender el aire y llegar a ese lugar cataléptico, impenetrable, que no es la vida ni la muerte. Apoya la cabeza en el muro e imagina que sueña. Lo lógico sería que vislumbrara un perro o una planta, pero no. La mujer sueña ahora, en el subterráneo del hospital, lo que probablemente sueñe su hermana esa noche o las siguientes noches sin ella. Sueña que es un pescado de cola pálida y fabulosamente larga, una cola de metros, de kilómetros, con la que se desplaza como si volara, como si no estuviera en el agua sino en el aire, y nada o vuela y atraviesa una laguna o una galaxia y no llega nunca al otro lado”.
La voz narrativa de los cuentos que reúne este libro nos conduce por caminos extraños, locos, insólitos, con la parsimonia de quien te lleva a pasear por el parque cercano a casa. Las mellizas de “Cachipún”, marginales, pobres, excéntricas, hubieran sido, en cualquier otro mundo narrativo –y probablemente real–, las víctimas de una escena de abuso familiar. Pero acá no, ellas tienen cerca al hermano y al padrastro y se echan al cachipún con quién y cuándo tener sexo: “Las dos preferían al hermano, que era más tiernito, menos bruto. Así que hicieron cachipún”. Pese al ambiente de pobreza y decepción, el relato tiene algo ligero, casi optimista, un poco cómico.
La narradora de estos relatos es a la vez cercana y distante con sus personajes. Es parca, no dice más de lo necesario, y muchas veces significa más por lo que calla. Pero en ese tono, en esa economía, hay también afecto, a veces mezclado con un poquito de burla, con una mirada traviesa, con cierta forma de decir que permite mirar lo doloroso de otra manera: como ese padre “perniciosamente hermoso” deseado por la hija en su abandono, o esa madre que es como “las agujas del reloj”, siempre presente, marcando la ausencia paterna.
El mundo de estos cuentos es predominantemente femenino; está poblado por mujeres un poco locas –en algunos casos bastante locas–, marginales, vulnerables pero también fuertes. La soledad de estas mujeres suele estar acompañada por una relación muy cercana, cómplice, con otras mujeres, que pueden ser la madre, la melliza, la hermana con la que se comparten estados catalépticos y pesadillas. La fragilidad y vulnerabilidad que reconocemos en estas protagonistas no les impide hacerse cargo de sus vidas, al punto de decidir también sobre sus muertes, ni tampoco las pone a merced de hombres que ofrecen protección a cambio de sometimiento.
Los actos más cotidianos, los gestos más habituales, aparecen entretejidos en estos relatos con pensamientos y ocurrencias insólitas –y no por ello menos cercanas y a veces reconocibles–: la compra en el supermercado, con una ordenada disposición de los productos en las bolsas correctas, se desestabiliza por la aparición de una mujer, que cada uno de los miembros de la pareja que compra ve de manera distinta, pero que en la fantasía de uno de ellos se conecta con “Los gorilas en el Congo” de un titular del diario que leen juntos.
En los relatos de Imposible salir de la tierra, se suspenden los códigos de lo que es normal, de lo que es factible, pensable, imaginable. Son cuentos que nos confrontan a la inseguridad y fragilidad de la vida, a la locura, la muerte, la soledad, la obsesión; no sólo no podemos escapar ni construir barreras seguras frente a ellas, sino que en la prosa de Alejandra Costamagna se convierten en algo atractivamente desquiciante. En una contemporaneidad obsesionada por el control de los riesgos y la seguridad, resulta saludable asomarse al abismo de las locuras cotidianas de los cuentos de Imposible salir de la tierra.
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