/ por Luis Martín–Cabrera
Cualquiera que se haya paseado últimamente por los anaqueles de las librerías de Santiago o de cualquier otra gran urbe, habrá podido constatar la irrelevancia a la que parecen haber sido condenados los libros de crítica literaria. De este arrinconamiento hay seguramente múltiples causas y no pocos culpables, pero sin duda, las y los que ejercemos la crítica literaria en la academia o en los medios de comunicación alguna responsabilidad tenemos en ese olvido que ya pronto seremos. Demasiadas monografías dedicadas a un autor o autora (a pesar de la muerte del autor), demasiada crítica sobre el autor de moda (¿otro artículo sobre Bolaño?), demasiados libros sobre un canon nacional y sus políticas de inclusión/exclusión, demasiada abstracción teórica, demasiada lectura filológica, demasiada crítica escrita para otros críticos, demasiada defensa reactiva de la institución literaria en tierras donde la letra siempre se implantó con dificultades o en situación de diglosia, palabra que simplemente refiere a la heterogeneidad cultural y lingüística como la denominó el gran crítico peruano Antonio Cornejo Polar.
De sobra sé que mis afirmaciones son una provocación, pero más allá o más acá de esta provocación, creo que hay que estar ciego para no ver que algo está pasando con la literatura y con la crítica literaria a nivel global. Daniel Noemi, autor de otros dos libros imprescindibles –Leer la pobreza en América Latina: Literatura y Velocidad (Cuatro Propio, 2003) y Revoluciones que no fueron: ¿Arte o Política? (Cuarto Propio: 2013)– encara de frente esta crisis de la crítica y crítica de la crisis en su último libro: En tiempo fugitivo: Narrativas latinoamericanas contemporáneas, recién publicado por Ediciones Universidad Alberto Hurtado. “Sí –escribe Noemi– no se trata tanto de hallar el prefijo preciso y la palabra perfecta como de devolverle a la crítica su función social. Volverla al ruedo de lo público, sacarla de su andamiaje puramente académico” (206).
Para poder intervenir en lo público desde la crítica literaria En tiempo fugitivo está escrito en un estilo accesible y complejo a la vez, diseñado para aportar al debate desde y más allá de la literatura. En efecto, En tiempo fugitivo entronca con la mejor tradición del ensayo latinoamericano: de Alfonso Reyes a José Carlos Mariátegui, pasando por los Zapatistas o Julieta Kirkwood, el libro está escrito en un estilo que no se doblega ni frente a la razón empírica ni ante el pragmatismo británico del complejo industrial del paper–ISIS que como Santo Tomás exige todo el tiempo la prueba irrefutable para creer, a la vez que nos condena a la esclavitud de una productividad fordista que rara vez permite pensar. Por eso, en este libro de Noemi no hay ni largas citas de novelas ni tediosas paráfrasis de los últimos teóricos franceses de moda, aunque en sus páginas haya mucha teoría y se discutan no pocas novelas. Las referencias eruditas han sido adelgazadas al mínimo para que los conceptos se potencien al máximo. El efecto es demoledor: cualquiera, no sólo el crítico literario profesional, puede leer estas páginas cómodamente no sólo para saber más de literatura sino para comprender el mundo en que vivimos.
El ambicioso proyecto de En tiempo fugitivo se propone, de hecho, “usar” la literatura no en referencia a sí misma, sino en relación al presente, un presente marcado por la aceleración exponencial del tiempo, “tiempos de lo efímero y lo instantáneo; tiempos de acumulación inverosímil de todos los modos de capital” (11), dice Daniel Noemi. Pero el primer escollo que debe sortear es justamente que el tiempo está como en Hamlet “fuera de quicio” o, como diría Jacques Derrida, que el presente está en una relación de no contemporaneidad consigo mismo. Al presente siempre llegamos tarde, de ahí el hermoso título del libro y esto implica que no hay origen posible: el tiempo está siempre siendo, pero la literatura aquí leída se empeña en la tarea imposible de aprehender ese tiempo fugitivo. Pero si la tarea es imposible a priori, ¿para qué correr detrás del tiempo con las manos llenas de novelas? Porque, nos explica Noemi, “el tiempo–ahora es también ese pasado que estalla y es el presente en el que estalla. Leer lo contemporáneo es hacerse cargo de esas explosiones, de los saltos, de los quiebres, fisuras y roturas de nuestra realidad” (12).
En esta posibilidad de quebrar, fisurar o romper el tiempo se juega la posibilidad de otro futuro. Aquí, como en otros trabajos de Noemi, es indeleble la huella de Benjamin, huella apropiada para estas tierras y arrancada como herramienta para el discurso cultural latinoamericano. Por eso, En tiempo fugitivo no trata de construir una visión total de la literatura latinoamericana contemporánea (¡tarea realmente imposible!), sino más bien de construir una benjaminiana constelación de textos que asedian el presente desde dos orígenes confesadamente arbitrarios e imposibles: la caída del muro de Berlín (1989) y el colapso del modelo neoliberal en Argentina (2001). Dos orígenes no originales, uno dentro de América Latina, y el otro fuera, pero cuyas olas se sienten dentro.
Una constelación de textos que parten de estos dos orígenes posibles del presente y son leídos a partir del concepto de “velocidad”. La escritura literaria –arguye Noemi– como cualquier tecnología está dotada de distintas velocidades y tiempos que permiten visualizar el presente y también prefiguran la posibilidad de detenerlo, velocidad cero, quiebre espacio–temporal, posibilidad de utopía/distopía. No hay metafísica posible en este libro, sólo distintas velocidades inmanentes que permiten visualizar distintas aristas del presente en fuga. Así, el libro se despliega y se articula en “velocidades post y velocidades fugitivas”, “velocidades globalizadas”, “velocidades de la memoria y la historia”, “velocidades de resistencia”, “velocidades de las fronteras” e incluso “velocidades de la crítica”. Cada una de estas velocidades aglutina problemas recurrentes en las literaturas del continente, problemas que la literatura no “refleja”, sino que más bien construye y deconstruye como el retorno de la violencia de las dictaduras.
Esta estructura teórica del libro tiene una ventaja inmediata: rompe con la “deslatinoamericanización” instalada sigilosa, pero persistentemente por la dictadura pinochetista. Cualquiera que se asome a la escena cultural santiaguina habrá comprobado la insistencia con la que los temas de discusión giran casi obsesivamente alrededor de los temas chilenos, si acaso conectando estos con Europa o Norteamérica, pero nunca con Bolivia o rara vez con Argentina. A veces, francamente, da la sensación de que hayamos girado ciento ochenta grados contra el programa cultural que expresaba, por ejemplo, el Canto General de Neruda: Chile primero en América latina y luego en el mundo. A contracorriente de esta tendencia insular, En tiempo fugitivo discute, a través de sus constelaciones y velocidades, la literatura chilena en relación a las otras literaturas del continente y, a la vez, pone estas literaturas continentales en diálogo crítico con este mundo crecientemente globalizado en que vivimos. Se trata, por ende, de una bocanada de aire fresco particularmente encomiable en su capacidad de analizar y discutir una gran variedad de literaturas, incluso aquellas “menores” como la boliviana o la paraguaya que rara vez merecen mención en los raccontos o antologías de literatura continentales.
Por otro lado, En tiempo fugitivo es también la historia de los periplos del propio Daniel Noemi en busca de literaturas escondidas o raras, haciendo honor a la categorización que el propio Ricardo Piglia hiciera del crítico literario como detective privado, buscando siempre las pistas perdidas de una interpretación posible o de un texto perdido en busca de sus sentidos y resonancias múltiples. En “velocidades de la crítica” y en otras partes del texto Noemi se inscribe en el texto, renuncia –y eso también es muy de agradecer— a una crítica escrita en plural mayestático, pretendida y pretenciosamente objetiva y científica; aquí el crítico se pone en juego, no es una crítica omnisciente ni descarnada, es una escritura que pone el cuerpo y la palabra en este tiempo fugitivo para que la crítica literaria produzca algún efecto en la realidad: “¿Cuál es la lucha de la crítica?”,se pregunta Noemi. “No tengo la respuesta, aunque intuyo que ella se haya en la literatura misma (¿no ha sido siempre así?), quisiera pensar a la crítica como esa posibilidad. Quizás” (206).
Finalmente, debo confesar, para hacerle justicia a la honestidad brutal que atraviesa estas páginas, que mi mirada está totalmente enredada en la historia de este libro. Yo tampoco miro ni leo estas páginas desde un espacio neutral, seguro y omnisciente, sino que me reconozco y me pierdo en un texto que me devuelve, entre otras cosas, a las clases de literatura latinoamericana de Josefina Ludmer en Yale (esa universidad que muy pocas veces quiero recordar), a un tempus fugit en que aprendíamos que este oficio de la crítica, y el mundo, como la novela de Ciro Alegría, era «ancho y ajeno». Reconozco en esta escritura el desarraigo del exilio voluntario y, también, como dice Said, la lucidez que producen estos últimos veinte años; que los veinte años de lecturas y viajes que hay en este libro son mucho más que nada.
Debo confesar también que viendo a Daniel Noemi leer todas estas novelas no puedo evitar quedarme con la sensación de que En tiempo fugitivo hay un duelo por la literatura y por la crítica literaria: el tiempo del duelo es también un tiempo en fuga hacia su necesario entierro, un tiempo que se levanta contra la melancolía para darle palabras a la pérdida. En este sentido, a diferencia de lo que propone Noemi, no soy ya capaz de ver la potencia política de la literatura, su fuerza disruptiva, más bien tiendo a pensar que la literatura como institución y la crítica literaria como hermenéutica están heridas de muerte (ojo, la institución literaria, no la escritura o la ficción). ¿Cómo entender sino el premio nobel de literatura a Bob Dylan? ¿Como síntoma de la fortaleza o de la decadencia de la institución literaria? ¿Cómo pensar las protestas (Vargas Llosa a la cabeza) y el entusiasmo de los guardianes de la ciudad letrada con este premio? ¿Es un premio que reconoce la omnisciencia de la literatura o una reacción desesperada ante su inminente desaparición? Sea como fuere, por encima de acuerdos y desacuerdos, lo fundamental me parece es que En tiempo fugitivo tensa al máximo la relación entre literatura y política, se pregunta –a diferencia de la crítica literaria más autista– hasta dónde llega la literatura para comprender el tiempo atribulado y violento en que vivimos. En eso Noemi no está sólo, hay ciertamente otras y otros en su velocidad emancipatoria. Ojalá la lectura de este libro imprescindible haga que se sumen muchas y muchos más a este debate imprescindible. Vale la pena intentarlo para no quedar reducidos a cuatro emoticones mal puestos o ciento cuarenta caracteres muy ingeniosos.
En tiempo fugitivo: narrativas latinoamericanas contemporáneas
Daniel Noemi Voionmaa
Ediciones Universidad Alberto Hurtado, 2016
Ensayo, 220 págs
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