/ por La Raza
La Raza Cómica dirá que en el año 58 de la revolución murió Fidel Castro, el choro vieja escuela más connotado de Cuba y de toda la región, el que bajó de la sierra para instalar la toma de terrenos más longeva de Latinoamérica, el que obligó a los explotadores a cerrar por fuera los candados de su sagrado sentido de posesión para que sus ideas no contaminaran a otros allegados del archipiélago colonial.
Diremos que el líder de esta afrenta murió luego de 638 intentos de asesinato planificados por el imperio narco más agresivo del vecindario, el mismo que es prestamista y cobrador, proxeneta y cliente, el mismo que coimea a los pacos y que hace más de cien años le tiene puesta la pistola en la cabeza a Haití y a todos los vecinos del sector, exigiendo respeto, sumisión y periódicos tributos a su cartel cotizado en grandes bolsas de valores bursátiles.
País es el que se respeta pues, dijo Fidel en colombiano, y los años de violaciones terminaron en lucha armada sin cuartel. No fue sino después de varias derrotas que comandante y compañía pudieron corretear a todos los soldados de la población. Sin embargo, desde ese mismo momento se la prometieron y ya son casi sesenta años de castigo por el insulto traspasado de generación en generación. Antaño el escarmiento era empalar la cabeza del enemigo en la plaza pública, pero la barba seguía creciendo en las mejillas del comandante. El imperio sofisticó la barbarie y decidió que expulsar del mercado del barrio a los insurgentes era más efectivo.
Ante el alboroto y la alharaca de los defensores del barrio libre, y de su flamante y querido libre mercado, La Raza dice: son cien años de perdón al comandante que recuperó esta isla para su gente, antes transformada en el puterío de los corruptos y ahora en el fetiche de cuanto turista liberal criticón. Cuidado con los matices, no lo vaya a igualar con cuanto dictador facho se le ocurra, no me venga con pendejadas estimado compatriota.
Desde Chile, desde el pasaje cerrado a la mala, el condominio de cartón repleto de garitas y guardias viejos derrotados de antemano, le rendimos honores a ese extraño pueblo que repartió sus tierras, fomentó el cine y la autoconstrucción. ¡Insolentes! Cómo se les ocurre nacionalizar la industria y terminar con el monopolio latifundista. Qué malas costumbres esas que traen los comunistas y sus ideas de emancipación. Ojalá que se mantengan lejitos, para que el barrio no se ponga malo y nuestras casas bajen en picada su valor.
Como todo choro vieja escuela, Fidel también se pegó condoros feos. Le devolvió dignidad al pueblo y también le quitó bastante poder de decisión. No nos quedamos sólo con la imagen del abuelo sabio y bonachón (estamos a punto de comenzar diciembre, pero no nos dejamos confundir: el viejo pascuero fue invento de la Coca Cola). Pero que nadie diga que el tata no fue cultor de una tradición vernácula, o que su ejemplo de rebeldía es mala influencia dentro y fuera de su población.
Qué extraña esa Cuba colmada de médicos, músicos y deportistas, preocupada por las artes y la política. Muy raro eso de que a las niñas y a los ancianos se les respete como tal. Sin Sename ni Sernam, ¡pero qué pueblo más atrasado! Quizás se equivocó formando a los historiadores que lo absolverán, seguro ahí puso freno, cuando en alguna vuelta eso de combatir la ignorancia excedió la prioridad. Casa de las Américas, la imprenta, el ballet, el teatro y la orquesta sinfónica nacional. Qué milico más rankeao este que gusta de la cultura y promueve la alfabetización, algunos aprendiendo, otros enseñando, de un extremo a otro, todos participaron de la revolución.
Que nadie nos quite la posibilidad de despedir a Fidel Castro cual choro vieja escuela se merece: disparando escritos al aire, con la policía esperando afuera del pasaje y con las cámaras transmitiendo desde lejos el violento velorio por la televisión. La Raza Cómica se suma a los nueve días de duelo, lo hace con dolor y alegría, con la pasión puesta en la batalla de ideas, riéndonos de las anécdotas y discutiendo los condoros del difunto. Que hartos que se mandó, como todo papi fundador.
Latinoamérica despide a Fidel Castro escuchando a Carlos Puebla e Ibrahim Ferrer, colgando la bandera cubana en su ventana, mientras en Miami se emborrachan con Celia y ron. Fidel murió el mismo día que se recuerda el asesinato de las vecinas Mirabal, con quienes compartió causa y enemigos, y cuya generación inspiró más de una canción.
Salud por el último del siglo XX, por el último que triunfó, por el que salió de la isla a encarar los huracanes y extender las redes de una liberación que nos inquiere permanentemente. Desde el país de la derrota ladeamos el vaso, tiramos un poco de vino al suelo, y decimos hasta siempre al comandante que lideró, codo a codo junto a sus camaradas, la independencia decisiva del pueblo cubano.
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Equipo Editorial LRC