/ por Daniela Machtig
El Día Internacional de la Mujer Trabajadora ya va cumpliendo un recorrido de un siglo; hace cien años, un día de estos, las mujeres rusas salieron a marchar por problemas aparentemente “domésticos”: estando los hombres en una guerra que sólo le importaba al Zar, no había qué comer. Fue una de las manifestaciones más relevantes de la historia, en que las mujeres movilizaron sus demandas de problemas “íntimos” al plano político y así catalizaron el proceso de la Revolución Rusa. La historiografía posterior vació este hecho, dejándolo casi como una “anécdota”; la gran revolución quedó como una cosa de hombres.
No es la primera vez que propongo este ejercicio de revisión. No es novedad el encubrimiento en que ha incurrido tradicionalmente la historiografía; no hallar con qué alimentarse, no contar con las oportunidades para educarse, ser castigada por no cumplir las expectativas del dueño de casa… todos parecen ser problemas demasiado “caseros” como para figurar en el motor del devenir histórico.
En este sentido, el espacio íntimo y el territorio corporal son esferas que el feminismo de la centuria anterior aún tiene pendientes –por lo menos por estas latitudes. La tarea no está terminada; mujeres en política, en roles gerenciales, en la universidad y usando pantalones son la expresión de la victoria de una larga batalla, que nos tiene que motivar a continuar la lucha por el fin de la opresión entre seres humanos. El recuerdo de las mujeres que lucharon y resistieron en el pasado es una proyección y da el vigor para tomar la posta y seguir adelante.
Quien diga que las mujeres que marchan hoy lo hacen sin motivos reales, pues ya tenemos una mujer presidenta, no sólo habla por ignorancia sino por no dejarnos avanzar. Es negarse a reconocer que nuestros problemas son los que sustentan los engranajes del capitalismo que varios por ahí dicen querer superar. Negarse a reconocer la vocación política que tiene la praxis de ser y habitar como mujer, enfrentando la constante violencia de la subalternización; es, en definitiva, desconocer que somos todos sujetos políticos. Y con eso, violentar dos veces.
A la mujer se le agrede por ser mujer, como también por querer agredir al hombre que la acompaña, como si fuera un apéndice de este. La rebeldía del peñi Collío nos sugiere que a Macarena Valdés la mataron para amedrentarlo a él, y entonces quebrar su lucha contra los proyectos hidroeléctricos de RP Global en Tranguil. De ser así, estaríamos frente a un femicidio empresarial con todas sus letras; si a la lamngen la mataron fue porque era mujer, apenas un bien preciado del enemigo a quien se intentaba atacar. A Rubén Collío lo dejaron cojo, le arrebataron a su compañera, quien cuidaba a los niños mientras él se reunía con la comunidad, quien fue la que lo convenció de dejar todo y vivir y resistir en el sur rebelde. Y la encontraron muerta en su casa, lo disfrazaron todo como un suicidio y, para variar, encerraron “el problema” de la mujer en el ámbito de lo íntimo y privado.
De Macarena inventaron que se había matado por celos, porque no quería tener más hijos, y otros rumores mujeriles. Tan mujeril, como si hacer parir engrillada a Lorenza Cayuhán hubiera sido apenas un error de falta de criterio de la estructura penal. En Santiago, separaron a Alexandra de Aruma alegando que sus convicciones personales constituían un peligro vital para su hija. Para qué mencionar la ruleta rusa de los abortos clandestinos, que apenas en la instrumentalización del concepto de sororidad ha buscado hacer frente al terrorismo de Estado.
Quien crea que ya no hay más por qué pelear hace caso omiso de toda esta indignidad que nos convoca. Escándalos que se denuncian a gritos, a espaldas de los grandes titulares que hablan de temas “serios”. Pero se equivocan, pues lo íntimo ya es político y jamás dejará de serlo. Que esa sea una misión que nos auto–impongamos en fechas como esta: sacar los trapos sucios a la calle, para que el mismo sistema que oculta y naturaliza la violencia hacia la mujer sepa que ya nos dimos cuenta cómo nos pega. El Papa Francisco ya no puede hacerse el progresista diciendo que “nos perdona” por abortar: aquí te esperamos, para que pidas perdón por todas las mujeres muertas en los abortos clandestinos. Que el retail estampe las poleras que se le plazca, no les compramos, hasta que dejen de ofendernos con su capitalismo patriarcal que nos tiene pagando la mercadería para alimentar a los críos en cuotas. Que La Moneda proyecte los hashtags que quiera, jamás marcharan con nosotras; no mientras el Estado nos criminalice, no haga nada contra el machismo asesino de cuna ni elabore recursos jurídicos que nos protejan de la violencia.
Y así que lo sepan todos: toda esta parafernalia no es para pedir que por favor no nos masacren. Esto es para que veas la violencia que resistimos todos los días, a la que tú mismo estás sometido, quizá desde otro lugar. Es reconocer que lo que parece normal no lo es y que no se puede seguir aceptando. Aunque esté oculto entre cuatro paredes, codificado en mensajes de texto, en la boleta de pago de pre–natal, en el alza de la Isapre, en la mano anónima que manosea en la micro llena… no es “nuestro problema”, es de todos; una violencia que las mujeres no pedimos, pero que soportamos hace siglos y denunciamos hace años.
En una entrevista, Alejandra Holpzafel, ex presa política en el centro de tortura conocido como Venda Sexy, nos entregó un testimonio de resistencia en medio del horror de aquella casa en que se usaba la agresión sexual para torturar. Entre los alimentos que les daban a los presos, había fecas humanas. En medio de tanta violencia, era poca la resistencia que podían oponer. Sin embargo, una compañera gritó: “Nos están dando lentejas con caca. Nos las vamos a comer igual, pero ni crean que no lo sabemos”. Recuerdo esto, pues en medio de la impotencia ante la fuerza dominadora del agresor, una puede siempre comenzar a resistir desde la toma de conciencia. Una marcha no va a resolver los problemas del patriarcado, a pesar de toda la campaña mediática al respecto. Los femicidios siguen estando a la orden del día, muchos ocultos por no ocurrir en un contexto de matrimonio o convivencia. No hay que perder la fuerza ni la esperanza; probablemente el año que viene nos seguirán matando, pero que sepan que sabemos lo que nos están haciendo. Porque nos estamos organizando y defendiendo, entre nosotras, con amor y ternura. Ahora, incluso nuestros sentimientos son políticos.
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[Portada] Marisa González, La descarga, 1975
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