/ por Nicolás Meneses
Compuesto por una selección de poemas de los libros Asombro (2007), Vida negra (2010), Pájaro Trueno (2012) y Roma (2014) además del ensayo que da título al conjunto, La poesía no es un proyecto es la primera traducción de poesía de la editorial Overol y una apuesta de muestra cabal de una poeta en plena forma. La edición, muy bien cuidada, viene acompañada por el trabajo visual de Daniela Escobar en casi todas las divisiones del libro.
El conjunto está cruzado por la reflexión sobre la juventud y el amor, por la exploración incandescente de una hablante en ascuas que expone su cuerpo a las balas y no teme salir magullada: “nuestros / cuerpos ennegrecidos el cielo nocturno hacia los / cuerpos que duermen enamorados, retorcidos y tibios / y orbitando ellos mismos en torno a un sol más pálido” (13). El amor apasionado aparece contenido en la metáfora del fuego, los cuerpos como recipientes y el sol que suministra el calor recibido por la hablante como un astro enamorado de ese resplandor, pese a la distancia de los años y el recuerdo que solo trae tibieza o la certeza de que amó y fue amada.
La figura del fuego se repite en todos pasajes del conjunto, pero no solo como pasión o exaltación de la biología fresca, también aparece como el fuego cristiano del infierno, brasas de culpa impuesta al placer: “Que avanza rápido sobre mí con un desgarramiento amargo / Con una soldadura que ahúma las pieles adentro de la caverna / Y quemarlas oscuramente y llorar” (24). En Vida negra este amor se llena de pesimismo, pues se va advirtiendo el peligro del mundo. Las imágenes de violencia se multiplican hasta dominar la atmósfera, hasta llegar a convencer a la hablante de que el trayecto vital es oscuro. Sin embargo, para ella sigue siendo: “una vida llena de amor / Sobre la que escribo con una distancia parcial” (39).
Pájaro Trueno, en cambio, marca un movimiento o una respuesta hacia esa violencia, una inversión de papeles y roles entre hombres y mujeres donde el campo de interacción se abre ante la desesperación del que pasa: “Quizás se dio cuenta de que yo tenía una mirada / Que ya no era de locura / Quizá percibió la sangre fría y salvaje en mí / Y el miedo lo poseyó” (49). Esto para desembarcar luego en Roma hacia una cotidianidad que escinde a la hablante entre el deseo de escribir y los quehaceres, el vivir con todas las dificultades que acarrea. La soltura se amplifica, se inventan diálogos y situaciones, se fantasea en torno al estatuto del poema o la posibilidad de coincidir con el otro, tocarlo con un “Hola” rotundo de agradecimiento por responder a la invocación: “En todas las escenas te estoy esperando / Para que me acompañes en los sueños” (81). Son poemas que acortan la distancia hasta la intimidad más profunda del amor y el afecto.
“Yo creo que los poemas vienen de la tierra y trabajan a través de la mente desde el suelo hacia arriba” (117), dice Lasky en el ensayo final que constituye quizás la parte más brillante del libro. Aquí la encontramos reflexionando sobre el concepto de “proyecto”, muy común en la jerga planificadora de los poetas contemporáneos. Su crítica apunta a rescatar la importancia de la intuición en el proceso de escritura, la necesidad del vértigo en la creación por fuera de las lógicas utilitarias y sobreintelectualizadas del término “proyecto”, como por ejemplo se da en el ámbito de las ciencias y las artes visuales. El poema, dice ella, debe abrirse a las pulsiones más elementales del ser humano, sin caer en la impostura ni anteponerse a la especulación continua: “Cuando lo que hay no es realmente una intención, sino la vida” (127).
La poesía no es un proyecto
Dorothea Lasky, trad. de Cecilia Pavón
Ediciones Overol, 2016
Poesía, 130 págs
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[Portada] Imagen de Daniela Escobar
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