/ por Jaime Pinos
«¿Quién puede decir algo de las poblaciones, que se han / agrupado, esa manga de seres que no saben quiénes son, / que cada noche pasan llevando sus ataúdes / sacándoles la lengua a las cámaras?» Estos versos del poema «Aviso» en Maxim de José Ángel Cuevas me parecen adecuados para iniciar estas notas. De alguna manera, Lumpen (Tacto, 2016) de César Cabello se hace cargo de esa pregunta. Indaga sobre esa larga marcha fúnebre frente a las cámaras. Pregunta qué o quién es lo que ha muerto. Por el sentido de esta romería. La acompaña en su recorrido que es también el de un mundo, una época y una biografía.
De «50 Aniversario de la Población Sta. Olga, Lo Espejo», el texto que abre el libro:
Celebro la sombra de mi infancia en una toma de terrenos,
al grupo de niños con el que jugábamos a explorar
la fábrica abandonada, el hospital inconcluso,
las fronteras de los aeropuertos
Celebro al homo faber,
a las dirigentes del comité Sta. Olga de Kiev
y al político desconocido que –sin pedir nada a cambio–
convenció al propietario de esos manzanares
para que firmara la expropiación.
Celebrar la infancia en una toma de terrenos. La ocupación ilegal como patio de juegos. Crecer allí. En medio de quienes no tienen nada, ni un lugar donde vivir. Pero han tenido el coraje de conquistar, aún por la violencia, su derecho a uno. Crecer en medio de sus trabajos. Sus luchas. Su dignidad.
Así comienza este libro. Celebrando en la memoria ese mundo popular. Un mundo de trabajadores. Celebrando en el recuerdo al Homo Faber. Aquél que sabe ocupar sus manos para construirse un lugar, a pesar de la miseria y la desesperanza. Gente de esfuerzo. Gente de oficio. Gente como la que describen estos versos del poema «Mano de obra»: «Esta casa tiene la forma de la noche. / La construyó mi padre sin ser arquitecto. / En ella puso en juego sus horas robadas al trabajo / y la liquidez de un auto que por necesidad / tuvo que venderse».
La memoria, la sombra de la infancia, se proyecta en estas imágenes. Las imágenes de gente que vive dando la pelea. Inventándose un futuro a pesar de la intemperie. La población como el lugar original, aquel donde se aprendió el «Arte de pobres»: «Mi casa de infancia / El cerco de madera atravesado por gatos callejeros / que venían en busca de comida».
Sin embargo, a esta primera estación del cortejo, sigue otra bien distinta. Aquella que relata la violenta destrucción de ese mundo. El arrase de sus esperanzas y sus formas cotidianas de solidaridad ante el empuje incontenible del dinero. Ante el poder de la economía que, como una marea tóxica, va permeando la vida y el corazón de la gente en los barrios. Que les inocula, como un virus, el nuevo lenguaje de la codicia, la competencia y el egoísmo.
La historia real de la implantación del Modelo Chileno vista desde lo que sus mentores llamaron, asépticamente, externalidades negativas. Sus consecuencias en las vidas reales de quienes fueron condenados a la exclusión y a la precariedad. Poemas como «Los modelos», «Esperando a los chinos», «Jardinero de Palacio» o «Diario de un cesante» dibujan, a través de situaciones y retratos, esta historia del nuevo capitalismo chileno contada en primera persona por quienes no fueron convidados a la fiesta: «El jefe de recursos humanos / de una empresa de carnes y embutidos, / te entrevista. Dice que te llamará / si encuentra una vacante / en el matadero».
Una vacante en el matadero. Eso es ahora todo a lo que puede aspirar el Pueblo Trabajador. Una metáfora radical del proceso irreversible que ha tenido como resultado su cuasi desaparición. Las formas de vida impuestas por el neoliberalismo que lo han llevado a la extinción paulatina y han construido en su lugar un sujeto social y cultural precarizado al extremo. Carente, ya no sólo en el plano material, sino en uno más profundo. Carente de conciencia e identidad propias. Una manga de seres que no saben quiénes son, como escribe Cuevas. Lumpen, en los términos de la clásica definición de Marx en La ideología alemana.
Última estación del cortejo: a la desaparición del Pueblo siguió la emergencia del Lumpen. Su mundo ya no es el del trabajo, sino el de la delincuencia, la droga, sus códigos, sus ritos. Sin ilusiones de una vida mejor basada en el esfuerzo y el espíritu de superación, la violencia es su estrategia y su forma de vida. Textos como «Vía Crucis», «Lumpen», «Pasta base», «De cómo nace un delincuente» o «Carceleros» podrían leerse como escenas de una película filmada al interior de ese mundo. Un recorrido por esa zona muerta de la que se habla en Lumpen: «Aquella es la zona muerta / que no está en los expedientes».
«Fui parido en medio / de un ajuste de cuentas». El Lumpen, su lugar de origen. El de aquellos que fueron paridos en medio de la violencia. Los que crecieron en ella como en su patio de juegos. Los que aprendieron la gramática de la sangre como lengua materna. Ese lugar, esa zona muerta, es también para ellos una ética y una política. Esa perspectiva queda muy clara en el texto titulado «¿Qué cambió en las periferias?» En él se reproducen las declaraciones a la prensa del jefe narco brasileño Marcos Camacho quien responde con elocuencia a esa pregunta: «Mangos. Nosotros ahora tenemos. ¿Usted cree que quien tiene 40 millones de dólares como Beira Mar no manda? Con 40 millones de dólares la cárcel es un hotel, un escritorio».
Lo que cambió en las periferias es un mundo, una vida. La desaparición de un pueblo y la irrupción de otro sujeto que se formó en el duro aprendizaje de la jerga del poder y la violencia. Un proceso de décadas en las que tuvo lugar lo que Pasolini, situado en la Italia de los setentas, llamó una mutación antropológica. Pasolini en Escritos corsarios: «Para entender los cambios de la gente, hay que amarla. Yo, lamentablemente, a esta gente italiana la había amado, tanto desde fuera de los esquemas de poder (al contrario, en oposición desesperada a ellos) como desde fuera de los esquemas populistas y humanitarios. Se trataba de un amor real radicado en mi modo de ser. De modo que vi, ‘con mis sentidos’, cómo el comportamiento impuesto por el poder del consumo rehacía y deformaba la conciencia del pueblo italiano, hasta una degradación irreversible».
La degradación de un pueblo vista con los sentidos, dice Pasolini. Creo que este libro trabaja con la historia social desde un ángulo similar. Lo hace con los sentidos, a diferencia de la historiografía y la ciencia social. Integra en su comprensión de un proceso cultural a gran escala como es este, la subjetividad de la experiencia personal y la sensibilidad por las tramas del lenguaje.
Lumpen habla de la catástrofe sentimental y política, del cortejo fúnebre de lo que alguna vez fue un Pueblo. Un lugar desaparecido, al que ya no es posible volver: «celebro el día en que me alejé de ti / y solo regresé para cargar el ataúd / en el funeral de un amigo». Ni siquiera la poesía es un camino de regreso. Porque también ella es parte del desastre: «Y desde arriba, escuchas decir a un traficante de drogas / que el poema es un paquete de marihuana / de cinco mil pesos: dos o tres cogollos / como versos relucientes / sobre una cama de hojas secas / que han perdido su poder de alucinación».
Lumpen
César Cabello
Tacto Editorial, 2016
Poesía, 99 págs
–––
[Portada] Fotografía de Alejandro Olivares
Perfil del autor/a: