/ por Jaime Pinos
“Lo que yo / no sé es si ustedes me perdonan / por tener los ojos no enrojecidos / sino rojos como la bandera de un / país que ya no existe / y menos sé si ustedes / celebran que ande insistiendo / con la idea de Chile como un / pedazo aéreo de nosotros”. Este libro de Pablo Paredes, con perdón o sin él, se aboca a la misión o a la tarea que describen estos versos. Poner los ojos en un lugar invisible, en un país que ya no existe. Como la Unión Soviética. Reconstruir ese país en la imaginación como un pedazo aéreo de nosotros mismos. Verlo desde arriba.
La historia del país como un asunto personal. El cruce entre la propia biografía y la época en que le ha tocado a uno vivir. Me parece que esta relación entre dos ámbitos que por lo general se comprenden separados, define una coordenada fundamental de la poética que el autor ha venido desarrollando desde sus primeros libros. Lo personal y lo político, una sola cosa. El país y uno mismo, confundidos hasta tener el mismo nombre. De Raza chilena, un libro anterior de Paredes, el poema “El nombre de Chile”: “Nosotros no significamos nada para Chile / por eso te nominaré así, / y si existe otro Chile antes de ti, te dejaré igual este nombre, / para que te llames Chile como llamándote Pablo”. O como escribe Paredes en los versos de este libro, un libro donde se mezclan las cosas personales y las cosas de la patria: “El otro día dije que no iba a escribir / más de las cosas de la historia mía y de / la patria, mentí, como la historia mía y / la de la patria”.
Este libro podría ser leído desde ese intento por integrar, en el trabajo con las palabras y el lenguaje, la política y los sentimientos. De proponer, poéticamente, una política del corazón: “Y tengo tantas ganas de llorar, / pero un hombre debe ser un hombre como una estrella debe ser / una estrella y todo este plan de megalomanía, toda esta pequeña / Unión Soviética que he levantado sobre mi corazón debe ser / protegida, por eso saqué las plumitas rojas de mi show para / hacer un nido sobre las expectativas literarias”. Un país levantado sobre el corazón, escribe Paredes. Aún un país extinto, como la URSS o cierto Chile, puede ser recuperado por la memoria. Una memoria de largo alcance. La memoria sentimental. La memoria del corazón.
Un hombre debe ser un hombre, como una estrella debe ser una estrella. El Cielo, el espacio donde están las estrellas, es justamente el lugar de la alegoría que despliega este texto. Quien habla en primera persona es alguien que ha nacido dos veces. Primero como ser humano común y luego como estrella en la escena donde la madre asiste al hijo adolescente que clava un aro en su lóbulo y decide tener una vida de rock, una vida estelar: «SOY UNA ESTRELLA Y DEBO ACEPTAR QUE ES LINDO QUE ME ESTÉ QUEMANDO».
El poeta como estrella de rock. Pero de un rock áspero, sudamericano, como el sonido de los cassettes de Los prisioneros que, como se relata aquí, el historiador Víctor Muñoz insistía en hacer escuchar al sobrino pequeño. El poeta como rockstar de una escena sin glamour, que más bien suena a cumbia y a rabia: “Soy una estrella del rock, es cierto, les han informado / bien, pero este rock no tiene ni el más mínimo parentesco con el / sonidito sin miedo de Londres, este rock es guacho por eso suena / como cumbia villera. Su rabia es otra”.
“Estrellas familiares” se titula una de las partes de este libro. La historia de Chile es también aquí la historia familiar. Los retratos de abuelos, padres, hermanos, dibujados contra el fondo del país violento. La dictadura, los feroces años ochenta. Una genealogía de los afectos que se recorta sobre el fondo de un país donde es “imposible distinguir entre un adolescente que se mata por amor / y un fotógrafo al que quema una Dictadura”. La dictadura como socialización primaria. Como educación sentimental. La dictadura como la pregunta de un niño que vive en ella y quiere saber qué es: “Preguntó qué significa / Dictadura / Preguntó si las dictaduras matan a los pajaritos / y le dijeron que los gorriones / y las palomas no son pajaritos para / ninguna dictadura”.
Escribiendo estas notas, reviso el libro Mi hijo Down, publicado en Buenos Aires por Paredes el año 2008. El ejemplar tiene una dedicatoria, fechada siete años atrás, en mayo de 2010: Para mi amigo Jaime, por todo este amor tan soviético que nos cruza. Me parece que en ese amor soviético, en la fuerza de ese amor, se funda esta poesía. Una poesía que quiere reunir en una sola comprensión, en un solo ejercicio de memoria, lo íntimo y lo político. Los poemas de este libro están cruzados por ese amor. El amor soviético es siempre sincero y es una clave de lectura en este texto. Como dice este verso, más bien una instrucción de uso: “Este poemario debe ser leído como mi corazón”.
–––
Este texto fue leído en la presentación del libro Mi pequeña Unión Soviética (Cuarto Propio, 2017) de Pablo Paredes, durante el mes de julio de 2017 en la Feria del Libro Independiente de Valparaíso.
Perfil del autor/a: