Containers y espárragos: un poema de Rocío Silva Santisteban

octubre 23, 2017
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/ por Rocío Silva Santisteban

 

 

Por la ranura horizontal que se encuentra en lo alto

el joven, deshuesado, alcanza a sacar el brazo, delgado

puro músculo y delgado

ese brazo de quien opera diez o doce o catorce

horas diarias y que hace sólo tres minutos

rodaba una llanta de camión

por la vereda hasta el río

para usar la cámara de flotador durante el verano

porque en la pobreza eso se llama jugar.

 

 

Deshuesado o huesudo pero eternamente

flaco y delgado y casi puro músculo

cuando lo saca por la ranura del container

es un brazo pura chamba / día y noche sin sosiego

ni para salir sino orinar en la botella

y como sea aguantar las ganas de cagar.

 

 

Allá a lo lejos las chicas en la línea de operarias

las que limpian espárragos y ordenan paltas

mean paradas en los pañales que el patrón

les entrega por las mañanas, “y sonrían”, insiste

el inversionista desde su cosecha / su capital revolvente

pañales para no perder el tiempo

y comer fuera de horas apenas una inka

cola con chanchay o pan francés.

 

 

Hoy no hay suerte porque aquel muchacho

del container enamorado de la operaria agroindustrial

ha gritado y pateado la puerta de su encierro

pero no hay patrón ni llave que puedan sacarlo

o salvarlo, la muerte arrecia en llamaradas

y humo tóxico volviendo negros los oscuros

pensamientos, mi niña, mi bebita, mi calor y

los 18 meses de nacida con la madre adolescente

operaria con pañales para mear en la línea de ensamblaje

mientras él se mira las manos y tira dos o tres

fluorescentes que ya no importa si sirven

porque no gritan ni llaman la atención de los bomberos

luces no son para alumbrar sino para cortar

las venas y rasgarlas y dejar un rastro

de sangre entre las paredes, un grito hinchado

porque no quiere morir como esclavo

sino cortarse la carótida como los héroes romanos

o griegos con su hybris totalmente

desatada porque, huesuda o musculosa, la mano

y el brazo a través de la ranura

solo gritan una herida por favor un corte

que me lleve lejos de este infierno.

 

 

Una metonimia, eso es, ácida, inmensa, tanática

un obrero acepta este o cualquier empleo

para comprar una leche que ni siquiera es leche

sedimentos de polvo claro al fondo de la lata

y por eso la anemia de los 15876 niños y niñas y adolescentes.

 

 

Nadie les ha dicho aún que no valen

ni una mísera estadística

tampoco alzar los brazos

aguantarse la orina en la fila

gritar con voz enmohecida, los pezones

agrietados por los 18 meses de lactancia

ay la niña que llora y llora mientras la madre

eternamente pedirá justicia como Raida como Norma

ante las inacabables escaleras del Poder Judicial

o la indiferencia del Congreso y del Banco Mundial.

 

 

Huesuda y musculosa la mano abrazada al tubo

largo y gélido con su luz oscura

convertida en antorcha unos cuantos segundos

nadie podrá mirar la suave incandescencia

ni siquiera la joven operaria   la bebita   los bomberos

sudando los dolores y sin escaleras telescópicas

aguantando el incendio mientras mojan las paredes

la noche desnuda y empapada

ametrallada por la codicia, la usura, la avaricia

y la cruel indiferencia de toda una ciudad

de ti de mí y de nuestras vacías letras que no pueden

sino gritar en silencio ante la muerte que repite

ya fue ya fue ya fue ya fue.

–––

 

Texto escrito a raíz del incendio del pasado 22 de junio en la zona comercial Las Malvinas, en el centro de Lima, Perú. Dos trabajadores de la galería Nicolini murieron, encerrados por sus empleadores para evitar posibles robos de mercancía. A partir de la tragedia, se revelaron condiciones inhumanas de trabajo impuestas por la empresa peruana JPEG.

 

[Portada] Pintura de Alejandro Santiago

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