/ por Rocío Silva Santisteban
Por la ranura horizontal que se encuentra en lo alto
el joven, deshuesado, alcanza a sacar el brazo, delgado
puro músculo y delgado
ese brazo de quien opera diez o doce o catorce
horas diarias y que hace sólo tres minutos
rodaba una llanta de camión
por la vereda hasta el río
para usar la cámara de flotador durante el verano
porque en la pobreza eso se llama jugar.
Deshuesado o huesudo pero eternamente
flaco y delgado y casi puro músculo
cuando lo saca por la ranura del container
es un brazo pura chamba / día y noche sin sosiego
ni para salir sino orinar en la botella
y como sea aguantar las ganas de cagar.
Allá a lo lejos las chicas en la línea de operarias
las que limpian espárragos y ordenan paltas
mean paradas en los pañales que el patrón
les entrega por las mañanas, “y sonrían”, insiste
el inversionista desde su cosecha / su capital revolvente
pañales para no perder el tiempo
y comer fuera de horas apenas una inka
cola con chanchay o pan francés.
Hoy no hay suerte porque aquel muchacho
del container enamorado de la operaria agroindustrial
ha gritado y pateado la puerta de su encierro
pero no hay patrón ni llave que puedan sacarlo
o salvarlo, la muerte arrecia en llamaradas
y humo tóxico volviendo negros los oscuros
pensamientos, mi niña, mi bebita, mi calor y
los 18 meses de nacida con la madre adolescente
operaria con pañales para mear en la línea de ensamblaje
mientras él se mira las manos y tira dos o tres
fluorescentes que ya no importa si sirven
porque no gritan ni llaman la atención de los bomberos
luces no son para alumbrar sino para cortar
las venas y rasgarlas y dejar un rastro
de sangre entre las paredes, un grito hinchado
porque no quiere morir como esclavo
sino cortarse la carótida como los héroes romanos
o griegos con su hybris totalmente
desatada porque, huesuda o musculosa, la mano
y el brazo a través de la ranura
solo gritan una herida por favor un corte
que me lleve lejos de este infierno.
Una metonimia, eso es, ácida, inmensa, tanática
un obrero acepta este o cualquier empleo
para comprar una leche que ni siquiera es leche
sedimentos de polvo claro al fondo de la lata
y por eso la anemia de los 15876 niños y niñas y adolescentes.
Nadie les ha dicho aún que no valen
ni una mísera estadística
tampoco alzar los brazos
aguantarse la orina en la fila
gritar con voz enmohecida, los pezones
agrietados por los 18 meses de lactancia
ay la niña que llora y llora mientras la madre
eternamente pedirá justicia como Raida como Norma
ante las inacabables escaleras del Poder Judicial
o la indiferencia del Congreso y del Banco Mundial.
Huesuda y musculosa la mano abrazada al tubo
largo y gélido con su luz oscura
convertida en antorcha unos cuantos segundos
nadie podrá mirar la suave incandescencia
ni siquiera la joven operaria la bebita los bomberos
sudando los dolores y sin escaleras telescópicas
aguantando el incendio mientras mojan las paredes
la noche desnuda y empapada
ametrallada por la codicia, la usura, la avaricia
y la cruel indiferencia de toda una ciudad
de ti de mí y de nuestras vacías letras que no pueden
sino gritar en silencio ante la muerte que repite
ya fue ya fue ya fue ya fue.
–––
Texto escrito a raíz del incendio del pasado 22 de junio en la zona comercial Las Malvinas, en el centro de Lima, Perú. Dos trabajadores de la galería Nicolini murieron, encerrados por sus empleadores para evitar posibles robos de mercancía. A partir de la tragedia, se revelaron condiciones inhumanas de trabajo impuestas por la empresa peruana JPEG.
[Portada] Pintura de Alejandro Santiago
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