Con Las fórmulas, debut narrativo de Carolina Rack (1981), Ediciones Overol se esmera en presentarnos nuevamente trabajos de calidad de una escritora argentina que ya había incursionado en poesía (con Rubios naturales en 2013). Ahora, Rack nos trae seis cuentos donde encontramos voces que se enuncian desde la primera persona, con un tono conversacional muy bien adaptado a las situaciones cotidianas en las que se ven insertas: una mujer trotando, hombres que se enamoran de otros hombres en sus aburridos puestos de trabajo, gente que sufre intentos de robo en la calle o quiebres amorosos tan fuertes que llevan al suicidio.
La presentación de contextos cotidianos a través de una escritura simple y prolija podría llevar a pensar que estamos en presencia de una colección de cuentos más bien anecdóticos, que no tiene más pretensiones que la mera exposición de fragmentos de vidas de personajes que viven las complejidades del día a día. Pero esto no es así. Empezando por el título, como una guía de lectura, estamos ante la presencia de fórmulas –entendidas como una serie de pasos sucesivos para solucionar algún tipo de problema cuya complejidad exige el uso de armas bajo la manga– que se utilizan ante la presencia de conflictos que en estos relatos giran en torno a las relaciones humanas, sobre todo a las experiencias de desamor y la consiguiente soledad de los personajes que las viven. Es así cómo se pueden leer todos sus relatos, “torpedos emocionales” de individuos que inventan sus propias estrategias para interactuar con los demás, como esos que escondíamos en el estuche, debajo del jumper o dentro de una lápiz pasta, pero que en este caso están dentro de nosotros mismos, recurriendo a inventarios de fórmulas aprendidas de antaño, heredados por nuestros padres o por nuestras propias experiencias.
De allí que sea central entender que el relato que le da título a todo el libro –el más breve de todos– funciona como una advertencia: no todas las relaciones se inician y se acaban con la cruel simpleza de la niñez. La voz, rememorando un episodio de su infancia donde expone el inicio y el término de una relación amorosa a través del regalo y posterior destrucción de un oso de peluche, comenta: “La fórmula en esa época era: ¿querés arreglarte conmigo? Un sí alcanzaba” (39). Para luego decir: “Las relaciones no se terminaban, no finalizaban, se cortaban. Te corto, era la fórmula” (40).
Fórmula que en la adultez parece ser mucho más difícil de aplicar, a pesar de la supuesta madurez y autonomía que obtenemos mientras sumamos años. Rack parece decirnos que en la vida adulta las fórmulas se tienen que multiplicar, se deben diversificar las estrategias para entrar y salir de las relaciones, tan heterogéneas como las situaciones a las que nos vemos expuestos como seres humanos. Y más aún, los relatos parecen decir que muchas veces no existe ninguna salida, ninguna solución en base a una acción estereotipada –como lo es una fórmula matemática– para resolver, por ejemplo, la muerte inesperada de un amor, lo que lleva al suicidio de la joven empleada de nombre Dai (en el relato del mismo nombre), acontecimiento narrado por su jefa, momento en que la voz se percata de que no la conoce casi nada a pesar de que iba a su casa todos los días de la semana y que la soledad y tristeza que siente ante la ausencia de su empleada parece ser más grande que la experimentada por la propia madre de la suicida. Algo que no calza con la fórmula relacional básica: la madre llorando desconsoladamente por una hija que se murió antes que ella, lo que aquí no ocurre, ya que la madre sólo pregunta donde vivía su hija actualmente.
En el relato de cierre, “Asciende conmigo, fuego”, leemos la iniciación de un vínculo entre la voz protagonista y otros dos sujetos, lo que se enmarca dentro de lo religioso, en tanto desean formar un culto que pronto deviene en el secuestro de la protagonista, que narra desde una ambigüedad donde algunas veces son sus socios y otras veces ella la culpable de su encierro, por estar “controlada por el demonio”. Acá observamos otra fórmula, otra estrategia relacional: peligrosa y fanática, pues la gente llega a extremos inimaginables para ser parte de algo, en este caso de una comunidad.
Pero también estos cuentos pueden leerse como la búsqueda de amor, de compañía, de sosiego, incluso de sentido. De un elemento que permita explicar el propio lugar en el mundo, la sobrevivencia, que necesita de esos otros que pueden aparecer y fugarse. Una situación que se encuentra presente también en el relato en clave casi paródica–detectivesca de “Un amor nuevo”, donde la narradora, luego de comentar que fue víctima de un lanzazo fracasado, se da cuenta de que el ladrón amateur le dejó una mancha en el abrigo que se vuelve un objeto artístico que alcanza fama dentro del circuito cultural de la ciudad. Por lo que ella se enfrasca en encontrar al autor de esa obra aparentemente improvisada. O en “Nike air”, donde la protagonista quiere hacer pasar su búsqueda de un hombre del pasado como si fuera algo fortuito, a pesar de que trote por los mismos lugares en que lo conoció.
En definitiva, en Las fórmulas nos encontramos ante personajes que se encuentran en una deriva que ellos mismos narran con desencanto y humor, con certezas y con inseguridades. Como la misma escritura de Carolina Rack.
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[Portada] Fotografía de Vivian Maier, sin fecha.
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