Paraíso Inc (fragmentos)

octubre 24, 2018
-

EL ARTE ZEN DE CAPTURAR UN POEMA

 

La pupila es un azar, una brújula

que dicta sus puntos cardinales

a los hijos de la Calavera.

 

La pupila es un azar, una marea

que se concreta en imágenes

como polaroids desechadas por el tiempo.

 

Imágenes, materias sudacas,

fragantes, malolientes, a veces pavorosas

 

que acechamos con la torpe

paciencia de un pilpilén

rastreando los crustáceos

en una playa tapizada de basuras.

 

Nuestro tránsito hacia ellas

es húmeda escalera que conduce

a una oscuridad ancestral,

salón de espejos que confunde

e hipnotiza con el tremolar de sus siluetas:

 

recuerda si no el despiojamiento

de los niños en las tardes de verano,

toda la mecánica social

relumbrando en el brillo

de las ladillas y los parásitos muertos.

 

Cuenta si no los denarios

que reunimos para la cena diaria.

 

Escucha si no la guitarra

que se afina con sonido ascético,

casi como un acto de meditación,

de pureza desdentada.

 

Considera si no el hambre.

 

Las peluquerías.

 

Los berreos de Marco Valerio Marcial.

 

El agua helada cuando el gas acaba.

 

El jugueteo de los gatos

bajo las palmeras del cité.

 

Los asesinados de la gran ciudad

de Santiago del Nuevo Extremo.

 

Las palomas en el aire matutino

formando una bandera desgarrada.

 

La pátina de spray & excremento

sobre los monumentos de nuestros héroes.

 

El café caliente y las manos

azuladas por el frío.

 

Las agujas melladas

que hacen crujir la piel.

 

La sangre destilada, tierno cordero,

con que se prepara el ñachi.

 

El camafeo engañosamente

transparente, ámbar trizado

de nuestras auroras.

 

Imágenes, materias desbocadas,

pavesas que removemos

para reanimar el fuego primero:

es un pez, es un pez el poema

que desciende huidizo

por el arroyo del tiempo.

[DICEN QUE ESTE POEMA HABLA DE UNA FUNDACIÓN]

 

Dicen que este poema

habla de una fundación.

Pero yo no veo piedra alguna

en mitad del verso. Ningún

alarife extiende cordeles

imaginarios para señalar

la cuadrícula del fantasmal

                                   / damero.

De ningún mártir se arrancó

el cráneo para enterrarlo

en el piso como un radiante

grano, como una sagrada reliquia

dentro de una iglesia vacía.

 

Sólo guaridas de tejón y calles

sucias, una tribu de mexicas

                     / en Ciudad Neza.

Viento exilado de los estíos

del reino, silbando entre los autos

su cancioncilla arisca de chulo.

Luces vacilantes de los bares,

de los parques abandonados

con su fantástica flora

de grafitis y botellas rotas.

Grupos de perros vagando

por las avenidas en busca

de refugio, así como los hombres.

El día ha reventado uno

por uno las bombillas

                     / de los postes,

esquilmado hasta la última

moneda de los bolsillos.

Y la noche se derrumba

sobre las casas y se traga

estas visiones de Mad Max

proyectadas en el lienzo de la calle

con avidez de ballena blanca.

 

Yo no veo piedra alguna

en mitad del verso. Pero sí

hombres: una tribu de mexicas

en Ciudad Neza, sudorosos

adolescentes sorbiendo cerveza

como si flotaran en sus skates

sobre el gris de las azoteas.

HIDALGO

 

La celebración arrastra

su cola embetunada de vómito

por el Campamento 2 de Octubre.

Un día después de la algarabía

observamos el campo de batalla

ya limpio de cadáveres: tapizado

de cuetes aún humeantes el enorme

y vacío estacionamiento, sucias

las calles, legañosos los ojos

de los caminantes en Sebastián

                             Lerdo de Tejada

 

así como lastimeros los aullidos

de perros que no comprenden

del fervor ni del desborde

de cerveza que transforma

en éxtasis nuestra sencilla

vulgaridad de inquilinos

a los que se les ha cortado

el agua por casi dos semanas.

 

Pero los perros desconocen

la bendita saga que nosotros

memorizamos y comprendemos

hasta en sus últimos detalles.

El llamado de Hidalgo sigue

retumbando en los corazones,

cómo negarlo, cómo cerrar

los ojos ante tamaña verdad,

quién podría: sólo que hoy

su grito de rebelión se funde

con el alarido de las patrullas

que recorren Iztapalapa durante

las auroras más salvajes de México

o con la simple, monótona letanía

de los vástagos del pvc,

aquellos trepanados por Capital

que elevan sus alucinados coros

                       / al cielo cada tarde.

 

Como si cantaran para invocar

la lluvia, como si danzaran

honrando el sueño que alguna

vez precipitó a Hidalgo

hacia la insurrección y la ruina.

EPÍSTOLA PARA EL REVERENDO ELIOT

 

Para T.S & la dedicatoria de “Tierra Baldía”

 

Pero es que ni siquiera nos alcanza

para autores, zarigüeya,

ni siquiera para escribidores,

menos aún para artesanos.

El limbo es un buen lugar

para zánganos como nosotros.

Derivamos en círculos

entre brumosas taquerías,

cascajos de carros, casas

con sus varillas levantadas

hacia un cielo trizado,

llantas que alguien quema

para templar una noche gélida y espesa

como poema de Berryman,

hasta caer rendidos sobre camas

que no son más que paisajes

de alambre. Monosos reunidos

alrededor del fuego viendo

las sombras parpadear

como pequeños dioses

que saltan entre las llamas

y transmiten su palabra,

su áspero evangelio al vacío

que somos, ese montón de piedras

que se desmorona en el surco.

 

Cómo pican las chinches aquí,

zarigüeya, cómo apestan las aguas.

La brisa trae consigo a mediodía

y en el crepúsculo el tronar

histérico de los sonideros

con su perreo intenso,

su Despacito tarareado

hasta el carajo, una música

hipnótica como el tartamudeo

de los disparos de los narco

corridos, de las narco balaceras,

de los narco incendios de la realidad.

 

Pero es que ni siquiera nos alcanza

para autores, zarigüeya: corre

un viento despiadado y frío

aquí, despiadado y frío

a toda hora. No ocurre

nada digno de ser traducido,

no se cruza el Rubicón

salvo para perderse

en su corriente y caer rendido

en un paisaje de alambre.

INSTRUCCIONES PARA REVENTARLE LA CABEZA A ANUBIS

 

Camina al fondo de la casa,

el patio trasero del 3814 de la Desolation Row

-el Culo del Mundo, para los entendidos-:

encontrarás ahí los envases

de algunas cervezas dorándose al sol

como inmóviles lagartijas

que aguardan desde el principio

la llegada del Apocalipsis.

 

Toma una de ellas, sopésala

en tus manos, acaricia el papel

que la lepra del tiempo descascara

hasta volver ceniza irredenta.

Lava después la botella, seca

el interior, con un embudo pequeño

deja caer en su buche de pájaro

hambriento 200 ml de parafina.

Tu envase no contiene ya el soma

de los dioses, pero sí fuego suficiente

para quemar las pestañas de Capital.

Agrega a la mezcla 125 ml de aceite

Castrol, que puedes comprar

en alguno de los tantos talleres

que hay en Avenida 10 de Julio,

entre prostíbulos clandestinos

y cités repletos de migrantes.

 

Pon ahora en el pico del iracundo

pájaro un pañuelo empapado

de bencina, agita el envase,

tensa tus músculos y luego

de encender su plumaje

arroja tu rabia lejos, lejos.

 

Si tienes suerte la cabeza

de Anubis reventará hecha pedazos;

pero tarde o temprano ha de surgir

del vacío sangrante, del vacío

inmaculado que provocó

ese relámpago una nueva cabeza.

 

Maldice entonces la omnipotencia

del chacal, pero recuerda:

este gesto se ha repetido

una y otra y otra vez,

y ha de perpetuarse hasta

que la noche se desplome

como una vieja iglesia

sobre nuestros huesos cansados.

__________

Fragmentos del poemario «Paraíso Inc.» de Manuel Illanes, lanzado hace unas semanas en México por Ojo de Golondrina Editorial & Cuadernos Reciclados. 

ARTÍCULOS RELACIONADOS