Niño de mar y hombre político, mariscador y académico; en la vida del ejecutado político más emblemático de la ciudad se conjugaron mundos distintos, experiencia que lo llevó a ser un iquiqueño de los amigos, autoridad gubernamental en su tiempo y figura reconocida y recordada hasta nuestros días.
A las cuatro y media de la tarde del 20 de enero de 1943, nace en el barrio El Morro de Iquique, el mismo personaje que décadas más tarde legaría su nombre a la calle donde se ubica la casa en la que se crió: Freddy Marcelo Taberna Gallegos, Pete para los amigos.
Noemí —Nena— Gallegos Gallegos, su madre, lo parió esa tarde de verano sin ser acompañada por el padre biológico, quien no reconoció al niño. Fue su posterior esposo, Eduardo Taberna, quien le heredó el apellido al menor que creció en la calle Bellavista, casa 114. Vivió junto a sus tíos y su abuela Justina Gallegos Gallegos, quien años atrás había pasado por la misma historia que su hija, cuando Mateo Rosic, conocido como “el yugoslavo errante”, tampoco reconoció a Óscar, Eduardo, José, Vicente, Maximiliano ni a Nena.
El niño se cría con su abuela Justina y sus tíos paternos en una humilde vivienda, mientras que su madre y sus tres hermanos Marjorie, María Inés y Héctor Mateo, también conocido como “pichón”, vivían junto a Eduardo y Nena. Como señala Lautaro Núñez en su libro Freddy Taberna Gallegos: Desde El Morro a la leyenda iquiqueña, pronto se suelta de la mano de su abuela Justina: “ya desde los siete años anda tras la nombrá del día, preguntando por todo el barrio, buscando a alguien, siempre con un párpado medio caído y la sonrisa juguetona, dejando una peligrosa sensación de paz, algo así como un niño quieto que rápidamente se desvirtuaba por uno de los vozarrones más retumbadores entre todos los pirihuines del Morro”; pero para eso faltarían muchos años.
Antes, la niñez de Freddy estuvo enmarcada en uno de los barrios más antiguos de la ciudad, delimitado por la cercana playa Bellavista y el centro cívico, presidido por la hermosa Plaza Prat. En medio de este Iquique de los cincuenta, Freddy caminaba hasta la Escuela N°3, “una de las más bravas”, donde fue inscrito para estudiar junto a los hijos de pescadores como él, quienes compartimentan su infancia entre el estudio y el trabajo. Entre estos compromisos con el mundo adulto se halla el vender los mariscos recolectados: “agarrar el saco y con todas esas «cosechas» salir pregonando a grito pelado por las calles, tirando la cabeza hacia atrás a raíz de esa mata porfiada de pelo delgadísimo que se le venía encima por delante con sus primeros gestos de rebeldía”.
Pero no sólo de labores estaba compuesta la vida del por ese entonces Freddy Gallegos. Como buen iquiqueño se desenvolvía en más de una rama deportiva, como recuerda un viejo amigo de la ciudad, Haroldo Quinteros, con quien se volvería a encontrar más adelante. Detalla: “Freddy era conocido como buen futbolista y buen nadador. Incluso salvó personas en el mar. En el fútbol, como Iquique era chico, jugó en varios equipos”. Otro espacio de la vida del Pete, el “cabeza de mango chupao”, era el Baile Moreno, institución en la que promesaba y bailaba cada julio en el pueblo de La Tirana.
Años más tarde, el pequeño Freddy se transformaría en un esbelto adolescente de aspecto “agringado” que llegó hasta las dependencias del Liceo de Hombres, ubicado en la calle Baquedano, para estudiar en las mismas salas por donde pasaron personajes ilustres como Jorge “Choro” Soria y Salvador Allende.
Fue en esos años de juventud e infancia donde empieza a emerger el futuro líder en que se convertiría durante su etapa universitaria, como cuando, por ejemplo, dirige el Club Deportivo Unión El Morro. Fue también en esta época donde forja su personalidad, cargada según Lautaro Núñez, de una “desconcertante seguridad en sí mismo, capaz de vender, gritar y reírse a la vez”, sin importarle, por ejemplo, que su padre, que él conocía a lo lejos, lo viera haciendo trabajos para ganarse unos pesitos, o más bien, ganarse la vida, sin extenderle reconocimiento alguno.
Como señala su amigo de la etapa universitaria, Ariel Dorfman —quien el año 2002 realizó un viaje al norte de Chile para, entre otras cosas, encontrarse con la vida de Freddy—, si desde esta etapa “no hubiera sentido la necesidad (…) de leer todos los libros que pudiera agenciarse», Freddy «habría sufrido el destino, como la mayoría de los niños pobres que lo rodeaban en las calles de Iquique, de pasarse la vida sacando mariscos del mar”. Labor que, a pesar de las mejorías en las condiciones de su vida, nunca dejó de hacer.
Freddy entonces comienza a manifestarse como un ser multifacético, capaz de moverse en dos mundos diferentes (y, para algunos, opuestos). Estos dos mundos de Freddy son destacados tanto por Dorfman como por Núñez, señalando el último de ellos que “este joven alto y de aspecto más bien exótico, de ancestros iquiqueño – peruano – croata, iba desplazándose entre los dos mitos que constituían su esencia, entre Hércules y Wiracocha, tironeándose ambos dentro de su propio ser”.
“Esos eran los mundos que siempre lo acompañaban: por un lado, el ámbito pendenciero de las luchas callejeras y los improperios y el no saber de dónde vendría la comida al día siguiente; y, por el otro, el reino elevado del intelecto y la revolución. Dos mundos que Freddy nunca tuvo problemas en reconciliar, o, por lo menos, yuxtaponer, desde que era niño”, agrega Dorfman.
Terminado el Bachillerato en 1960, Freddy fue parte de los casi sesenta estudiantes que rindieron el examen de selección para la universidad. Freddy Taberna Gallegos: “estas eran las palabras que él buscaba en la lista publicada en ese verano del año 1961, con el corazón apretado como en un buceo hacia el fondo de su futuro más pleno. Leía y leía rápidamente los nombres de los veintitrés de la fama, uno por uno”, hasta que “¡allí al final apareció el número 23 con Taberna Gallegos, Freddy! el joven más desproveído de sustento pero el más lleno de fuerzas por la vida”, como relata Núñez. Por lo mismo, por este último factor, fue que los mismos vecinos de El Morro reunieron algunos fondos que complementaron lo entregado por la Sociedad Protectora de Estudiantes para que Freddy partiera a su primer año en la gran capital.
Si bien fue el último de esa lista, fue uno de los primeros niños de su barrio que logró ir a la universidad, por lo que, según recrea Dorfman en su libro Memorias del Desierto, “cada verano, cuando regresaba a su ciudad —para trabajar en oficios menores y continuar sus expediciones al mar en busca de alimento— un grupo de jóvenes esperaba siempre su tren, lo seguía a todas partes como si fuera un campeón de boxeo”, forjando así un reconocimiento, un perfil que se estaba cocinando a casi 1800 kilómetros, en los prados del Pedagógico de la Universidad de Chile en los años sesenta, en la época de la reforma universitaria y las primaveras revolucionarias en Europa.
Freddy llega a Santiago a estudiar Pedagogía en Historia, pero al año siguiente se cambia a la recién inaugurada carrera de Geografía, en 1962. En primera instancia vivió en casa de familiares, y luego en la residencia universitaria destinada a los estudiantes becados de las afueras de la capital que estaba dentro del campus. Exactamente llega a vivir al Pabellón J, en las cercanías de la copa de agua, edificio que hoy es parte de uno de los tantos departamentos de la UMCE. Pero antes en esas residencias habitaban al menos mil muchachos y muchachas, según recuerda María Eugenia Horvitz, estudiante de esos años y ex Vicedecana de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile. Santiago era, según ella, otra capital. “El antiguo Santiago, el de la antigua república como decimos, era más acogedor que hoy día para alguien que venía de lejos”.
“La época que conocí Freddy, a principios de los años sesenta, eran tiempos de militancia, cuando soñábamos con un orden social más equitativo y una verdadera independencia económica y cultural para nuestro país y nuestro continente”, describe Ariel Dorfman, destacando el rol de los jóvenes en el debate, en la configuración de discursos y en las manifestaciones en las que “la temeridad de Freddy en las incesantes escaramuzas y confrontaciones con la policía, me había llamado la atención”.
Y no sólo esa faceta era llamativa en Freddy. Su aspecto también lo era, según recuerda Dorfman, quien al rememorar a Taberna lo primero que recuerda eran sus clásicas alpargatas que usaba todos los días y que según él nunca cambió por otro tipo de calzado. Horvitz complementa este retrato, señalando que uno de los rasgos más destacables de su físico era su altura y “sus movimientos ágiles, siempre muy sonriente y para la estatura de la época bastante alto. Andaba con jeans siempre, con alguna camisa afuera, ya que se usaban menos poleras porque en ese tiempo eran muy caras”.
Es en este contexto en donde se genera esa amistad con Dorfman y otros estudiantes, se reencuentra con viejos amigos como Haroldo Quinteros, y se hace amigo de otros, como Manuel Fernández Canque, que venía del interior de Arica; todo acordonado por la ideología compartida y debatida, pero que congregaba a ambas personalidades en sus “fervientes planes para la liberación de todos los oprimidos del mundo”. Compartían, según recuerda Dorfman, “el mismo sentido del humor, la manía de bailar rock and roll y una obsesión por la cultura latinoamericana reciente, pero quizá lo que más nos atraía del otro era el hecho de que proveníamos de extremos opuestos del espectro social”, por lo que Freddy “sin lastimarme se burlara del hecho de que yo intentara todo el tiempo ocultar lo que yo era, de donde venía”.
Es ahí, en los prados del Peda donde Jinny Arancibia se interesa por aquel personaje que ya resonaba y se hacía conocido por la comunidad universitaria. “No teníamos mucho en común, pero me fascinaba, así que me empecé a fijar en él. Me costó muchísimo que me diera pelota, pero a finales del 64 me invitó al cine por primera vez, pero parece que no le gusté mucho o me halló «niñita bien», como latera, así que no pasó nada. Después ninguno de los dos se acordaba de cómo al tiempo empezamos a pololear”, recuerda hoy su esposa.
Pero no sólo geografía aprende Freddy en su etapa universitaria, sino que también se integra y participa en el mundo de la política, a la Brigada Universitaria Socialista, instancia por la que irá como candidato a presidente del Centro de Estudiantes de Filosofía y Educación el año 1965, acumulando un montón de anécdotas en el ámbito. Todo, en un contexto político en el que las elecciones habían sido ganadas anteriormente, según Haroldo Quinteros, por los «beatos» o «demo cristianos», militantes de la DC, con la excepción de un año en que ganaron los comunistas por pacto.
El periodo de campaña estuvo asesorado por compañeros de distintas carreras, entre ellos Haroldo Quinteros y Ariel Dorfman. Este último relata que “Yo mismo lo vi, en la época de nuestras exitosas campañas del Centro de Estudiantes, atacar a sus adversarios con las más flagrantes vulgaridades y de pronto pasar a los más sofisticados argumentos filosóficos marxistas”.
Horvitz, quien recuerda haber sido ayudante de Freddy en el ramo de Historia, cuenta que “era una persona con gran espíritu de organización y gran llegada a los demás por su capacidad, entre otras cosas, de conversación democrática”, factor que fue crucial en las urnas en aquellas elecciones, considerando que, como relata Lautaro Núñez, fue necesaria una creativa y rústica campaña “para hacerle el peso a la aplastante abundancia de recursos del candidato de la Democracia Cristiana con sus enormes e impecables lienzos”.
Fueron el ingenio, la creatividad y los slogans los que hicieron lo suyo. Seguramente fueron pensados por el equipo en más de una salida a Il Bosco, centro bohemio de reunión de esos años al que asistían personas de diferentes espectros de la ciudad, tanto del mundo político y cultural.
“Fue maravilloso, esa campaña fue fantástica. Nosotros haciendo afiches y dibujos a mano; todo era artesanal. Lo pasamos bien poniendo slogans divertidos, además que fue una instancia muy simbólica. En esa época el Pedagógico era el centro de la actividad política universitaria por lo que la gente de todas las escuelas llegaba a los pastos a las discusiones y las conversaciones eternas, entonces esta campaña fue muy apoyada con mucho entusiasmo”, agrega Jinny emocionada.
Sigue Núñez: “Su discurso era inédito en el Pedagógico: «Mi nombre es Freddy Taberna Gallegos, hijo ilegítimo de familia de pescadores del glorioso barrio el Morro de Iquique. Estudio Geografía en esta carrera recién abierta, porque quiero conocer bien a mi patria y el pueblo que la habita. No me pregunten cuál es mi pensamiento político sobre lo que sucede en Vietnam, simplemente no acepto las agresiones imperialistas… Pregúntenme sobre la tragedia del carbón, el fin inevitable de las salitreras, el hambre en las ciudades, la marginación radical de los pueblos indígenas, el alza del costo de la vida que aflige a los pobres de nuestra patria y la necesidad imperiosa de democratizar la universidad… ¡y el que no crea en las reformas, que se vaya a la mierda!»”.
Hoy, Haroldo Quinteros visita el Peda después de más de cuarenta años. Se acuerda de todo, especialmente de los debates previos a las elecciones, cuando en la gran casona morada que da la bienvenida en la puerta principal de la UMCE, Freddy protagonizó una candente disputa de propuestas que lo llevó al borde de los combos, como ya había pasado anteriormente, en cada movilización y toma. Como en 1961 con la huelga del Magisterio, o en una marcha por avenida Irarrázaval, cuando un ocurrente Freddy convocó a cortar la fuente de energía de los Trolley que pasaban por esos años y fue fotografiado por la prensa, imagen que llegó hasta Iquique. Allí, “las madres de Freddy y Haroldo, veían con preocupación las gracias de sus querubines universitarios”.
Cerca del ex Pabellón J, Quinteros recuerda que a pesar de que “los beatos decían que Freddy no era de Pedagogía, ganó igual”, con la compañía de muchos que ayudaron a preparar al morrino. “Cuando Freddy ganó fue una celebración eterna”, agrega Jinny.
Son años de intensos aprendizajes que culminan en su matrimonio con su compañera el 27 de abril de 1967, quien recuerda que su pololo no era aceptado por su familia, por lo que “sólo avisé tres días antes que me casaba. Al final, cuando conocieron a Freddy todos lo quisieron montones, sólo eran los prejuicios”.
Otro hito fue la obtención de la Licenciatura en Geografía Humana, sellada con la tesis Los Andes y el Altiplano Tarapaqueños: una tentativa de evaluación geográfica, trabajo publicado en 1971 por el Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile, sede Iquique, inaugurando una línea de trabajo investigativo de problemáticas regionales que permanece hasta nuestros días a través de otros esfuerzos académicos. El proyecto tuvo sentido gracias al trabajo que Freddy, acompañado por Lautaro Núñez, realizó recorriendo los pueblos del interior en sus últimos veranos universitarios.
Antes de retornar a Iquique y luego de graduarse, Freddy partió a Texas a un viaje de intercambio estudiantil y Dorfman a Berkeley a continuar sus estudios. Paradójicamente, “¡ambos desembocando en la tierra a la que culpábamos de la miseria y el subdesarrollo de Chile!”.
Luego de esa etapa de formación, Freddy volvió a su tierra natal acompañado de su esposa, pero las cosas no habían cambiado mucho. Recuerda Núñez haberlo visto “cargando cajas de cervezas en la bodega del amigo Sotomayor, siendo ya Licenciado en Ciencias Geográficas”. Agrega: “De inmediato lo imaginé a cargo de un programa de desarrollo andino o, como decíamos en esos tiempos, «de los pueblos del interior»”. Y así es que Freddy fue presentado al ya por entonces alcalde “Choro” Soria.
Tras una reunión y ya hecho el papeleo, al tercer día le entrega una Jeep Land Rover para comenzar sus labores. “El geógrafo”, como recuerda su amigo, “llega a los pueblos andinos no como una visita más, efímera y burocrática. Ahora por fin arriba a las alturas «Taberna Plan Andino», como le decían los aymaras”, refiriéndose al plan de desarrollo local sustentable y de la mano de la cultura de quienes vieron nacer estas tierras, los ancestros. “Me enamoré del altiplano”, recuerda Jinny, que señala que nunca se imaginó estar en esos paisajes. “Pasábamos en el interior con Lautaro y otras personas haciendo expediciones”.
Pero ya habían pasado tres años desde que Freddy y Jinny se casaron. “Fue planificado porque teníamos tantas cosas que hacer, y con un hijo no iba a ser posible partir con Freddy a cualquier parte, y esa no era una vida para un bebé”. El 15 de abril de 1970 nace su primer hijo, Ignacio. Pasarían dos años para el nacimiento de su hija Daniela.
“Freddy fue un padre maravilloso. En esa época los hombres no solían hacerle nada a las guaguas, pero Freddy con el poco tiempo que tenía lavaba los pañales, hacía papa. Siempre fue un adelantado para todo”, rememora Jinny.
El trabajo continuaba. Salida tras salida a terreno, Taberna seguía acumulando experiencias sin que eso implicara desligarse del mundo político. Asumió la presidencia provincial del Partido Socialista, etapa en la que colaboró intensamente con la campaña de la UP. “Fue un trabajo arduo que no parábamos, que vivimos muy intensamente, no teníamos sábados ni domingos, pero contábamos con la ilusión que estábamos construyendo algo”, detalla su esposa sobre ese momento.
Tras la elección del gobierno de la Unidad Popular, fue nombrado Director Regional de la Oficina de Planificación Nacional, ODEPLAN, a los 27 años. Freddy no despidió a nadie de la unidad y continuó trabajando con funcionarios de la gestión anterior, la mayoría de ellos democratacristianos.
Un evento realizado en ese periodo fue el Primer Congreso del Hombre Andino, en el que participó como co-organizador. En la instancia “no se hizo otra cosa que recoger nuestro común «descubrimiento» de un mundo andino oculto en el sistema nacional”, recuerda Núñez.
Otro hito que le ocurre al Pete en este tiempo fue el reencuentro con un ausente. Una mañana de 1972 golpearon su puerta. Abre Jinny quien reconoce de inmediato al personaje que está frente a su casa, aquel hombre que Freddy ya le había mostrado en la calle. Fue él, su padre biológico, quien esta vez le pide asistencia al hijo, que como autoridad local podía ayudarlo. El bloqueo económico programado hacía escasear de todo, entre esto, los repuestos para máquinas, las que el progenitor de Freddy requería como transportista. Hablaron, según señala Dorfman en su libro, como dos adultos desconocidos, “sin alusiones a las numerosas ocasiones en que el padre había visto al hijo limpiar botes de pesca, encerar pisos, limpiar ventanas”. Freddy terminó la reunión diciéndole a su esposa que ayudará al hombre como lo haría con cualquier otro.
A estas alturas las historias de la vida de Freddy en ese Iquique de la pre dictadura son muchas, entre ellas los hostigamientos de sectores paramilitares de derecha que arrojaron pintura a la casa de los Taberna Arancibia y rayaron la camioneta de la familia. Hoy Jinny reflexiona sobre este periodo: “no nos preparamos, fuimos ingenuos, confiamos en la institucionalidad”.
Un montón de anécdotas han ayudado a mitificar la especial figura de Freddy, pero Dorfman ayuda con una advertencia de cuidarse de las idealizaciones de las personas luego de que éstas están muertas. Para él muchos puntos los separaban, por ejemplo, que éste estuviera “excesivamente obsesionado con la idea de que la violencia armada era la única vía para que los pobres pudieran cambiar su situación”.
A pesar de esas diferencias, “así era Freddy: popular y cerebral, gracioso y analítico, enérgico y valiente, amable con la gente modesta y cómodo en el medio académico, siempre dispuesto a luchar con los puños y también con la boca”, hasta que el 17 de septiembre tuvo que entregarse para que soltaran a su esposa Jinny. Lo llevaron a Pisagua para no dejarlo volver a casa nunca más, historia que sigue abierta hasta hoy.
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