Las mujeres migrantes organizadas en luchas feministas−antirracistas en Chile, nos encontramos en la constante tarea de hacer frente a las políticas de Estado que vulneran vidas, despojan derechos y expulsan personas. En ese camino nos esforzamos por poner constantemente sobre la mesa un diálogo con movimientos civiles, temas que tienen que ver con imbricaciones racistas−sexistas−xenófobas−clasistas que cruzan vidas de forma diferenciada, constriñendo y determinando posibilidades para vivir.
En ese sentido, nos vemos una vez más haciendo un llamado a descolonizar los feminismos, y por tanto, sus estrategias para nombrar y accionar. Venimos de un caminar que ha recogido pluralidades de propuestas decoloniales, de las que somos una mirada y una palabra situada, que se reconoce con autoridad epistémica para instar a mirar el mundo y construir nuestras prácticas políticas feministas, más allá de las dicotomías que caracterizan el modelo de pensamiento occidental hegemónico.
Se hace necesario recordar una y otra vez la comprensión histórica que sostiene la perspectiva que hoy vocalizamos: la invasión de «América» -que con sus genocidios−epistemicidios en el no tan lejano año de 1492- fundó el modelo civilizatorio que vivimos actualmente como práctica y pensamiento. Dicho sistema encuentra su condición de posibilidad y mantención en la instalación de la idea de raza como eje ordenador de la vida y el progreso; por tanto es un elemento central de poder que estructura la sociedad y los patrones de dominación.
La inferiorización de determinados seres, específicamente indígenas de Abya Yala y cientos de miles de personas traficadas desde África, entendidas como desprovistas de humanidad, explotadas y tuteladas por alguienes «mejores en virtud», garantizó el lugar de Europa en el centro del sistema mundo moderno/colonial que se erguía. Es decir, Europa y su consecuente lógica de ordenamiento nace como posibilidad justamente porque se encuentra con un «otro» ante el cual puede ser superior.
Este sistema mundo acopla distinciones de raza, sexo−género, naturaleza, trabajo, autoridad y subjetividad, como principios organizadores de un patrón de colonialidad del poder, del saber y del ser.
Pese a la insistencia de señalar al capitalismo neoliberal como el centro de la crisis de vida que se atraviesa, nuestro enemigo común es mucho mayor que un sistema económico: se trata de un sistema de hegemonías interdependientes que trasciende las relaciones económicas e incluye relaciones raciales, sexuales, de género, espirituales, biodependientes, lingüísticas, pedagógicas y epistemológicas, todas ellas articuladas en una matriz de poder colonial que establece jerárquicamente el valor de los pueblos e individuos utilizando la regla del hombre, blanco, occidental, burgués, heterosexual, judeo−cristiano. Decolonialmente, no hay jerarquía entre las opresiones, en tanto nos enfrentamos a un modelo civilizatorio con las características que hemos nombrado. Aceptar el desafío de construir luchas emancipadoras a partir de este marco es difícil, porque el tamaño de la complejidad nos puede frustrar y hasta paralizar; o en su defecto, podemos caer en asumir como estrategia la lucha por un solo frente, ya sea de clase, género, etnia o «raza».
A lo anterior debe sumarse que las maneras en las que hemos aprendido a levantar procesos, demandas y consignas, vienen de las escuelas occidentales de lucha, las mismas que sin ser erradas, en muchas ocasiones no son aplicables a nuestros contextos y han derivado no sólo en que nos alejemos de las formas históricas geolocalizadas en las que nuestros territorios y sus gentes han hablado, resistido y transformado; sino que además no seamos capaces de reconocerlas como tales.
Impulsar a que fructifiquen estrategias alternativas de organización política del mundo, originadas desde cosmologías y epistemologías ancestrales inmensas en su diversidad y belleza, largamente subalternizadas, silenciadas y demonizadas en la historia de la modernidad/colonialidad, requiere acercarse a esta comprensión. No puede, sin embargo, limitarse solo a la comprensión y la crítica: requiere ser propuesta, existencia, r−existencia. Vida real que se levanta en alegre rebeldía por un mundo donde quepan muchos mundos, como nos han enseñado lxs zapatistas. Cuando nos levantamos a partir de ahí, deja de tener sentido construir nuestras luchas de otra manera.
La huelga: ¿y las estrategias de este territorio, qué?
Considerando el orden político patriarcal, colonial, neoliberal, biocida y sus consecuentes, el llamado unívoco a una huelga nos genera incómodidades y reflexiones.
No reconocemos en nosotras y en aquellas con quienes trabajamos lado a lado, la posibilidad de parar en nuestras tareas remuneradas o no remuneradas. Al contrario, muchas de nosotras estamos dando la pelea por poder trabajar remuneradamente, sea porque la burocracia migratoria racista y clasista nos niega los papeles necesarios para poder hacerlo; sea porque este sistema mundo moderno/colonial nos quiere mantener invisibles, subvaloradas y precarizadas. A su vez, al constatar que apenas la mitad de las mujeres en Chile se encuentra en el mercado laboral ―la mayoría de ellas bajo condiciones igualmente precarias, como muchas de nosotras― nos preguntamos quiénes son efectivamente en carne las mujeres a quienes está dirigido este llamado a huelga.
Por otro lado, no comprendemos la posibilidad y, menos la utilidad, de detenernos en nuestras tareas de cuidado no remuneradas. Reconocemos, sí, la división sexual del trabajo que, al interior de nuestras heterogéneas comunidades marginalizadas y racializadas, impone a las mujeres una carga injusta de trabajo. No obstante, nuestra estrategia no es detenernos en el cuidado de la vida para demostrar lo frágil que ésta es o lo importante que somos nosotras como categoría de género en su mantención, sino que avanzar en una mirada más integral donde el cuidado sobre el todo, sobre el mismo planeta que nos permite existir, sobre nosotrxs como seres interdependientes, sea un llamado a la responsabilidad colectiva por nuestra existencia en su posibilidad misma.
Aun así, somos conocedoras de que, desde su convocatoria, la «huelga» pretende tener un sentido polisémico, no restricto al paro productivo o al cese temporario de las actividades reproductivas. Como mujeres feministas movilizadas, participar en la huelga significaría hacer lo que esté al alcance de nuestras capacidades de acción individuales y colectivas. Esté quien esté, sea como sea y que cada quien se sume como pueda y se ajuste a su contexto: LA HUELGA FEMINISTA VA!
Como bien lo han dicho nuestras compañeras de reflexiones y acciones decoloniales, la «huelga» surge como concepto y estrategia de lucha “desde una genealogía de resistencia dentro del mundo de lo humano”. Es decir, entre quienes se ubican por sobre la línea del «no ser». Los conceptos fanonianos nos recuerdan una y otra vez que la modernidad capitalista tiene en la colonialidad su otra cara: la organización sindical que gana cuerpo en la Europa desde mitad del siglo XIX, coexistió con la explotación de la mano de obra esclavizada de africanxs traficadxs y afrodescendientes nacidxs en nuestros territorios y bajo regímenes de servidumbre indígena, ambos incubados hasta los días de hoy en nuestras configuraciones sociales. Mientras la cara luminosa de la modernidad se hacía visible a partir de la Ilustración y de «los derechos del hombre», ambas críticas eurocéntricas sobre como el eurocentrismo le entregaba pobreza y explotación a su propia gente; su cara oscura, la colonialidad, se traducía y se traduce cotidianamente en la lectura de los nuestros como desprovistos de alma y, por lo tanto, del mismo status humano, en el despojo y el genocidio.
Los feminismos decoloniales y otras propuestas de nuestros territorios, por otro lado, hacen un llamado a que podamos, como hijas e hijos de Abya Yala, construir de manera autóctona nuestras propias categorías de comprensión del mundo. A cuestionar la trasposición acrítica de conceptos y teorías formuladas en contextos no sólo distintos a los nuestros, sino en muchos casos antagónicos, y a repensar las formas en que elegimos nombrar y levantar nuestras formas de lucha.
Desde ahí nos cuestionamos si la convocatoria a la «huelga» no replica modos colonizadores en tanto invisibiliza otras formas de r−existencia ante la persistencia depredadora del sistema mundo moderno−colonial. Aún en su versión polisémica ―que, de alguna manera, es por sí misma irresistiblemente totalizadora― la «huelga» como un concepto tiene un origen histórico que desde luego no responde a nuestras genealogías como mujeres de Abya Yala.
¿Por qué nuestros feminismos no parten desde ahí para formularles sus críticas y apuestas de acción?
Si reconocemos las formas en que se organiza el sistema−mundo moderno/colonial en nuestro contexto específico, acordaremos que la mayoría de las personas en el flexible capitalismo tardío 4.0 laburan de maneras precarizadas, sean trabajadores «dependientes» o «independientes». A partir de todo esto, ¿será lo mismo, entonces, que lo que podamos y queramos construir sea una huelga? Nosotras creemos que no: más vale rebuscar, remirar, para luego poder encontrarnos en algo que efectivamente abrace y (nos) contemple (en) la diversidad de lo que somos.
Nuestros r−existires como mujeres migrantes, feministas decoloniales
En este sentido, iniciamos la conformación de un Bloque Antirracista en Chile para este 8 de marzo de 2019, pensándolo, antes de todo, como herramienta de un proceso en construcción, que nos permita pautar la urgencia de un enfrentamiento integral al sistema−mundo moderno/colonial.
Marchamos el 8 de marzo en Santiago de Chile, otras hermanas lo hicieron en otras regiones del país, todas visibilizando sus vidas y sus demandas en una extensa y enérgica manifestación. Nos alegra que haya sido así, más porque este territorio tiene una historia particular con las mujeres en marzo desde tiempos de dictadura, donde fueron ellas, en su diversidad, las que en las calles gritaban justicia y encaraban una realidad con diversas capas de control. Al mismo tiempo, reconocemos el valor de lo ocurrido este 2019 con una multitud sin igual. Frente a esto creemos, con más razones, que si hay tantas personas que han puesto el cuerpo en los ríos «del feminismo», las debemos llamar a que pongan los ojos, oídos y manos no de maneras totalizadoras, ni invisibilizantes, sino abiertas.
Partimos de la base que, en la política feminista, cada acción se articula con la mejor intención, nunca buscando dejar fuera. El problema sobre el que queremos llamar la atención es que son justamente las formas hegemónicas de pensamiento las que nos han enseñado a no ver y a dejar fuera, a fagocitar a esa persona «otra», incluso a tragarla y anularla, cuando creemos que la estamos incluyendo con nuestro gesto.
Finalmente, creemos que este escrito, esta reflexión, no va en detrimento del camino feminista, todo lo contrario: lo hacemos porque creemos en las luchas feministas, y estimamos como principio feminista ser sujeto crítico, mirar, remirar, desmirar. Esto no es «en contra del feminismo»: es en pro de las luchas feministas plurales y de las plurales formas de r−existir en el mundo.
Perfil del autor/a:
Elisa (inti_elisa@yahoo.com.mx) se organiza en articulaciones de mujeres migrantes y racializadas y MAM; Vivian (vivian.sza@gmail.com) en Microsesiones Negras. Ambas participaron, junto a diversas compañeras, del proceso de construcción de un bloque antirracista en el proceso del 8M 2019.