El aparato diplomático, los círculos intelectuales latinoamericanos y europeos, y el incuestionable mérito literario de la poeta chilena, conjugaron para hacer posible que una mujer latinoamericana y pacifista alcanzara en 1945 el Nobel de Literatura. No fue una empresa fácil. Al menos siete años de esfuerzos, una guerra mundial de por medio y la renuencia de Mistral a participar de una jugada maestra a su favor, se interpusieron en el camino a la Academia Sueca.
15 de noviembre de 1945, Petrópolis, Brasil. Gabriela Mistral escuchaba por la radio las noticias de Palestina, sola en una habitación del hotel donde se alojaba. Entonces la emisora hizo una breve pausa y anunció la decisión de la Academia Sueca. El Premio Nobel de Literatura era suyo.
“Caí de rodillas frente al crucifijo que siempre me acompaña y bañada en lágrimas oré: ‘¡Jesucristo, haz merecedora de tan alto lauro a esta tu humilde hija!”, escribió la entonces cónsul en Brasil a su amiga Matilde Ladrón de Guevara sobre aquel momento.
Recién al día siguiente la notificación se hizo oficial a través de un telegrama que llegó de Europa. “La Academia Sueca ha decretado para darle el Premio la Orden del Nobel. La invitamos a participar a la ceremonia el día 10 de diciembre. Esperamos su aceptación”, versaba la misiva a la cual la poetisa contestó: “Muy agradecida. Profundamente honrada agradezco a esta Academia. Feliz voy a vuestra patria que siempre admiré y quise. Vuestra devota servidora, Gabriela Mistral”.
Un día después de recibido el telegrama comenzó la travesía de Mistral tras el premio. De Petrópolis a Río de Janeiro por tierra, de Rio a Gotemburgo por mar y desde ahí en tren a Estocolmo. Veintiún días de viaje hasta el Nobel.
Vestida con un impecable vestido largo de terciopelo negro, el 10 de diciembre Mistral recibía de manos del Rey Gustavo V de Suecia el Premio Nobel de Literatura. Lucila Godoy, Gabriela Mistral, se levantó, así como la primera figura hispanoamericana en recibir el premio, la quinta mujer en la historia y hasta hoy, la única latinoamericana.
Pacifista, americanista, voz política escuchada en las elites de América Latina y Europa, con tres libros publicados al momento de adjudicarse el Nobel ―Desolación (1922), Ternura (1924) y Tala (1938)―, por esos días la chilena era mucho más que sus versos. En opinión de Diego del Pozo, encargado de la recopilación del Poema de Chile (La Pollera, 2013) y de la antología política Por la Humanidad Futura (La Pollera, 2015), “cuando la Mistral gana el Premio Nobel, libros de poesía tiene sólo tres. Lo cual es bastante poco como para decir que se lo ganó por poeta. Sin embargo, la prosa que ya había publicado, entre diarios, revistas, etcétera, alcanza más de 300 o 400 textos”.
Sin quitar mérito alguno al valor literario de la Mistral, Sergio González, Premio Nacional de Historia, está cierto que “los nóbeles no tienen tanta asepsia como se piensa, a veces también hay una intencionalidad y puede ser buena. Darle el premio Nobel a una pacifista el año 45’ me parece absolutamente coherente con los tiempos”.
Un salvavidas
La ceremonia de los Premios Nobel de 1945 era la primera celebrada tras la suspensión de sus entregas en 1940 a causa de la Segunda Guerra Mundial. Mistral era la única mujer galardonada en aquel año y, salvo un estadounidense, todos los homenajeados eran europeos.
Cuando presentó a la premiada poeta, Hjalmar Gullberg, miembro de la Academia, dijo: “Señora Gabriela Mistral: habéis hecho un viaje demasiado largo para un discurso tan corto. En el espacio de algunos minutos, he contado, como un cuento, a los compatriotas de Selma Lagerlöf (la primera mujer, sueca, que recibió el Nobel de Literatura), la extraordinaria peregrinación que habéis realizado para pasar de la cátedra de maestra de escuela al trono de la poesía. Para rendir homenaje a la rica literatura iberoamericana es que hoy nos dirigimos muy especialmente a su reina, la poetisa de la desolación, que se ha convertido en la grande cantadora de la misericordia y la maternidad”.
La chilena fue la tercera del grupo de ganadores en ser llamada a recibir el galardón. Se levantó de su asiento, atravesó el proscenio y bajó la escalera para llegar a la presencia del rey. Las trompetas sonaron a su paso. Tras el saludo del monarca, se le entregó el diploma, un cheque por 116.333 coronas suecas y la medalla de oro en reconocimiento. El público la ovacionó, la Mistral sonrió.
“Hoy Suecia se vuelve hacia la lejana América Ibera para honrarla en uno de los muchos trabajadores de su cultura. El espíritu universalista de Alfredo Nobel estaría contento de incluir en el radio de su obra protectora de la vida cultural al hemisferio sur. Continente Americano tan poco y tan mal conocido”, fueron parte de las palabras dichas por la poeta al recibir la distinción.
De un momento a otro, los ojos del mundo se posaron sobre la poeta. «La solemne ceremonia Nobel en la Casa de Conciertos de Estocolmo, llegó a su culminación cuando Gabriela Mistral fue presentada y traducidos algunos de sus poemas”, publicaba la Associated Press, mientras en la edición del 12 de diciembre el Diario La Nación en Chile señalaba: “la prensa refleja el agrado general de los suecos al agasajar a Gabriela Mistral, al llamarla en sus columnas ‘la reina espiritual de los sudamericanos’. Todos los diarios publican grandes elogios de la poetisa chilena”.
El Nobel llegaba para la chilena en una época difícil de su vida. Poco antes había sufrido dos pérdidas importantes: el suicidio de su amigo, el escritor austríaco−judío Stefan Zweig, en 1942, y un año después, el suicidio de su sobrino e hijo adoptivo, Juan Miguel Godoy Mendoza, Yin Yin. Pedro Pablo Zegers, biógrafo de la poeta, estima que el reconocimiento fue en lo personal “un espaldarazo” para la Mistral. “Este premio la hizo levantar cabeza. Desde un punto de vista humano, ciertamente fue un salvavidas que se le dio y la hizo salir adelante”, dice.
Más tarde, haciendo un recuerdo de la ceremonia, la Nobel anotaría en sus cuadernos: “Estuve muy tranquila sentada en mi silla y absorta en la contemplación de un niño que veía entre los concurrentes y que me recordaba a mi sobrino recién fallecido. Su recuerdo me daba fuerza; pero cuando regresé a mi asiento y subí los peldaños de la pequeña escalera que daba acceso al escenario sentí como que se me fundían las rodillas”.
La carrera por el Nobel
Aunque la decisión de la Academia Sueca impactó a la Mistral, lo cierto es que el galardón no llegaba como una total sorpresa. La historia tras el premio se tejió durante casi una década a sus espaldas y también frente a sus narices. A ratos con y a ratos sin su consentimiento.
Aunque hubo algunas voces a fines de los años 20’ y principios de los 30’ que hicieron pública su voluntad de presentar a la Mistral al Nobel, las primeras instancias «reales» para promover la distinción surgieron en Ecuador, país con el que la poeta mantenía una fluida relación, en especial con sus círculos intelectuales. Invitada oficialmente por el gobierno de dicho país, la poeta llegó el 19 de agosto de 1938 a Guayaquil a bordo del buque Copiapó y es entonces donde se produjo un punto de inflexión en su historia hacia el Nobel. Ese quiebre fue Adelaida Velasco Galdós.
Devota admiradora de la obra de Gabriela Mistral, Velasco, escritora ecuatoriana, elegida por el gobierno para acompañarla durante su estadía en el país, se convenció de hacer suyo el desafío de llevar el nombre de la chilena hasta la Academia Sueca.
Su cruzada comenzó convocando adhesiones dentro de la intelectualidad latinoamericana. En octubre de ese año el Grupo América de Quito fue el primero en dar su apoyo y aprobación al proyecto. Poco después, connotados personajes se sumaron a su pedido desde Argentina, México, Brasil y Centroamérica. Velasco no se quedó ahí: cierta de que el Nobel no se ganaría sin diplomacia, la escritora decidió prontamente involucrar al presidente chileno Pedro Aguirre Cerda, solicitándole su intervención y el patrocinio de la propuesta.
Viejo amigo de Mistral, el mandatario chileno contestó con premura: «Por lo que a nuestra gran poetisa se refiere, Aguirre considera que obtener el Premio Nobel de Literatura para Gabriela Mistral, no sólo significará coronar su gloriosa carrera artística, sino dignificar en ella a toda mujer Latino−americana (…) de ahí que con esta misma fecha, haya transcrito y recomendado muy especialmente su importante carta a la consideración de los Ministros de Educación don Rudecindo Ortega y de Relaciones Exteriores don Abrahan Ortega para que estudien en la brevedad posible la forma de hacer REALIDAD SU FELIZ INICIATIVA».
No obstante, la jugada de Adelaida Velasco despegó con éxito, tempranamente encontró un obstáculo nada fácil de sortear: la propia Mistral, quien escudada en que no se creía “acreedora de semejante honor”, se negaba a participar del plan, esquivando incluso la entrega de datos personales para la solicitud tramitada por la ecuatoriana.
“He sabido algo del movimiento hecho en Santiago para pedir que se me conceda el premio Nobel. Es una iniciativa del Ecuador, que ha prendido en la Argentina también (…) Yo… no me doy ninguna diligencia en ayudarlos, aunque agradezco mucho su generosidad. Jamás haré el papel de vocero de mi nombre literario ni de mi obra misma”, escribía la chilena sobre el plan urdido a su favor.
La carrera para acceder al Nobel era ardua. No sólo trámites formales, apoyos del mundo intelectual y muñeca política eran necesarios para llegar a la Academia Sueca. También era indispensable que las obras de Mistral tuvieran traducciones al inglés o al francés, requisito con el que la poeta no cumplía para fines de la década del 30’. Pero este obstáculo no detuvo el ímpetu de Velasco, ni menos los de Aguirre Cerda, quien comandó las prontas traducciones de sus poemas, los que comenzaron a ser transcritos al francés por Francis de Miomandre, Georges Pillement, Mathilde Pomes y Max Daireaux. Gabriel González Videla, embajador de Chile en Francia, estuvo al mando de la publicación de estas versiones. “Pedro Aguirre Cerda instruyó a todo su aparato consular a través de la cancillería para que promovieran este premio. En estricto rigor hubo una cadena de personajes que fueron colaborando y en el aparato del Estado, Aguirre Cerda, fue un eje fundamental”, estima Zegers.
Y no sólo el Estado chileno y los grupos intelectuales de latino y Centroamérica remaban esfuerzos por la poeta. Según Gloria Garafulich−Grabois, directora de la Fundación Gabriela Mistral de Nueva York, la primera postulación formal para el Premio Nobel de Literatura a favor de la Mistral fue firmada por Luis Galdames, decano de la Facultad de Filosofía y Educación de la Universidad de Chile, y el filósofo Yolando Pino Saavedra, el 14 de agosto de 1939, según figura en los registros de la Academia Sueca. En adelante y hasta 1944, las postulaciones por la poeta no cesaron, siendo la solicitud del secretario de la Academia Sueca, Hjalmar Gullberg ―quien en 1941 publicó una antología de Mistral en sueco―, aquella con la que la chilena consiguió el premio.
Pese a su resistencia, negativas y reproches, horas antes de embarcar a Suecia a buscar su Nobel, la Mistral sólo tuvo agradecimiento para Adelaida Velasco Galdós por la carrera cometida. «Toda la hazaña es vuestra. Cariños», escribió a la ecuatoriana en un breve telegrama antes de partir.
Chile llega tarde
Si bien el 11 de diciembre de 1945 las portadas de los diarios nacionales titularon por lo alto con el Nobel de Mistral, no hubo en Chile declaraciones públicas ni actos oficiales de celebración para ella; solo una sesión−homenaje en el Senado de la República en la que participaron desde radicales a liberales, pasando por conservadores y comunistas.
“Este premio mundial, esta ventana para mirar al mundo y para que por ella se nos respete, lo ha conquistado el espíritu. Y nuestra capitana es una mujer salida de las entrañas del pueblo… Es en su triunfo la vindicación ejemplar de las capas populares de nuestra nacionalidad… Ella misma es como una parte de nuestra geografía, lenta y terrestre, generosa y secreta… A través de ella y de su obra los ojos del mundo bajarán a mirar todos los rincones de Chile”, dijo en dicha sesión Pablo Neruda, Premio Nobel de Literatura 1971, entonces Neftalí Reyes, senador del Partido Comunista por las provincias norteñas de Antofagasta y de Tarapacá.
Tras recibir el Nobel, Mistral se quedó un par de meses de viaje por Suecia y Europa, donde fue recibida por el Papa Pio XII. Volvió a Los Ángeles, Estados Unidos, como cónsul y se radicó en Santa Bárbara, donde compró una casa con parte del premio.
El inevitable salto a la fama que arrastró el galardón multiplicó las solicitudes de la traducción de su obra al alemán, al francés, al inglés y otras tantas lenguas, al tiempo en que las peticiones de los editores por tener nuevas obras de ella en sus catálogos no cedían. Su senda creativa siguió adelante. “El Nobel no fue para ella un cierre de su obra, en mi opinión la obra posterior al premio es de mejor calidad en términos de discurso, de la cosa más analítica, que es Lagar, en donde ella expresa con mucha más claridad su pensamiento hacia América Latina, hacia Chile”, apunta Sergio González.
Los años tras el Nobel son prósperos para la Mistral. Invitada oficialmente a Francia, Italia, Inglaterra, fue distinguida con la Legión de Honor en el país galo, con un doctorado Honoris Causa de la Universidad de Florencia, un doctor Honoris Causa en la Universidad de California y un largo etcétera de reconocimientos alrededor del mundo.
Paradójicamente, nuestro país demoró años en hacer un gesto concreto de homenaje a la poeta: éste recién llega con el Premio Nacional de Literatura en 1951. “Es un hecho que Chile se demoró seis años en reconocerle su mérito literario”, dice Gloria Garafulich−Grabois, quien recuerda además que tras ese reconocimiento, la invitación oficial al país tardaría otros tres años más, concretándose recién en 1954, bajo la presidencia de su reconocido “enemigo” ―como ella misma lo calificaba―, el presidente Carlos Ibáñez del Campo.
Entonces la Nobel emprendería nuevamente un largo viaje por mar, desembarcaría cual ilustre visita en el puerto de Valparaíso, tomaría el tren a Santiago, tendría una apoteósica bienvenida en las calles de la capital y se asomaría por las ventanas del Palacio de La Moneda a saludar a su pueblo. Habían pasado dieciséis años desde su última visita a nuestro país, nueve desde que ganara el Nobel. No volvería en vida a Chile.
*Texto originalmente publicado en una versión más breve en Revista El Paracaídas (2016) de la Vicerrectoría de Extensión de la U. de Chile.
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