Re-mirar y re-pensar a Gabriela Mistral. Esa fue la invitación que extendió la Revista La Raza Cómica a cuatro poetas jóvenes. Victoria Ramírez, Emilia Pequeño, Catherina Campillay y Mariana Camelio eligieron un poema de la Nobel y lo reversionaron, a 130 años de su natalicio. Un homenaje de las jóvenes plumas a partir de una mirada expansiva y actual a la creación e imaginarios de la Mistral.
Collages: Francisca Castro y Francisca Palma.
En tierras blancas de sed 1
Por Emilia Pequeño
en tierras blancas de sed
los chañares crecen a la medida de la emergencia
acaso un brote sobreviva al cocimiento del sol
yemas mortinatas
desollan mis ojos como pajares
como quebradas llenas de roña y aperas
incendio que permanece en los belfos partidos de sarro
el dulzor del fruto que rueda en el maicillo y se estropea
una miel que suaviza las grietas
hilillo de agua
piedad de estero
a mis pies se rinden sus espinas
de ellas entretejo una corona
de ellas bebo
reparto 2
Por Mariana Camelio
la descripción rigurosa de un cuerpo
comienza por los dedos
te vi caminando entre la gente
con los ojos en las manos
ésta es la ceguera –dijiste
y los ojos te los llevaste
a lo más bajo de la nuca
detrás de ti vi crecer la cordillera
su escarcha quebrada iluminando
estabas inmóvil
manchas negras avanzaron por tu espalda
la descripción de un cuerpo
incluye las vértebras
hermana –dijiste
–toma mis hombros
que son dos peces que flotan
posé mis dedos en tu espalda
conté las quemaduras
en tus costados brillaban
tajos de carbón perforaciones
el residuo mineral cae
se esparce negro por el piso
tu cuerpo entero
es pupila sin párpados
apoyo las rodillas
tus pies también sus surcos
están llenos de polvo
con ojos detrás de la cabeza
–toma también la sed –me dijiste
La remembranza 3
Por Victoria Ramírez
Este desvarío de recuerdos
fiebre sola, me encienden
un farol adentro de la carne
la vigilia que comienzo.
Al elegir otro rumbo
Vuelvo a ser la hija que no sabe.
No conoce el destino de su racimo.
Como una isla, invento reglas,
mis muertos me toman del hombro.
Les digo: no pesa ni la sangre.
No pesan ni los nombres.
Estiro la memoria al sol
para echarla a perder.
sal 4
Por Catherina Campillay
yo no la veo
y ella no me ve a mí la santa de la sal
un cerro con su nombre lucía
patrona de los ciegos
sobre una bandeja lleva
par de ojos que ya no atraen
—dicen que volvieron a su lugar
después del martirio—
encuentra su trono
al saberse blanca
como si pudiese buscarme en el catálogo
de las cenas que terminaron mal
toma un lugar en la mesa
sólo puede sostenerse como criatura
con el cuidado exigido para espolvorearla
encuentra sobre mí abrigo
cubre las superficies las palmas
venas lo que cae y se sujeta
somos cómplices
el movimiento a la que la someto
cuando pasa de mano en mano
y el movimiento de mi pelo
terminan siendo iguales
agua arrastrada por caminos
que terminan en esta casa
profunda y quieta
aquí encerradas dibujamos
una coreografía en el mueble
donde se acumularon los aliños
—los dejamos de usar hace tiempo—
nos vimos parecidas
en el paso ligero que sobre las dunas
nos dejaría en la puerta
el juego es el siguiente
reencontrarnos una y otra vez
en los ángulos de esta casa
recoger con cuidado
la sal que atrae la mala suerte
cuando cae el suelo
estas paredes están hechas
de lo mismo que nos tiene cautivas
y aún así
atravesamos por la puerta
Perfil del autor/a:
Notas:
- basado en el poema homónimo del libro «Poema de Chile»
- basado en el poema «El Reparto»
- basado en el poema homónimo
- basado en el poema homónimo del libro Tala