Publicado originalmente en Revista Afroféminas
Sé que muchas feministas odian Disney, pero yo creo que desde un punto de vista crítico puede ser hasta educativo. Y me parece estupendo que se revise y vaya rectificando patrones, que ya es bastante. Bien sabemos que el tío Walt era un racista de manual. Pero después de muerto y de unas siete décadas de princesas blancas, en 2009 apareció Tiana, la primera princesa negra. Probablemente en los estudios Disney pensaron que estaban haciendo una labor social estupenda, que las niñas negras por fin tenían un referente y que también podían ser princesas. Pero me temo que la realidad fue distinta. Mientras en los juegos inocentes las niñas blancas podían elegir qué princesa ser, las niñas negras solo podían ser Tiana.
Me hizo mucha gracia que en una historia más reciente, Stranger things, pasa algo parecido cuando la pandilla se disfraza de Los cazafantasmas y Lucas se cabrea porque ¿por qué tiene que hacer él de “el negro”, que es el último en llegar, ni siquiera es científico y no le mola a nadie? Y no me parece justo. Cualquier niña o niño debería poder jugar a ser quien quiera ser. Porque a les niñes blanques no les obliga nadie a ser la princesa viscosa o el cazafantasmas de relleno.
Tampoco es cosa de ahora que Disney haga versiones en carne y hueso de sus princesas clásicas. En 1997 hizo una versión negra de (¡oh Dios mío!) La Cenicienta. Aunque no se atrevió a llevarla al cine y se quedó en una triste TV movie que pasó sin pena ni gloria a pesar de contar con pesos pesados como Woopy Goldberg de Reina y Whitney Houston de Hada Madrina.
Y en 2016 por fin llega Moana, rompiendo todos los estereotipos de género: no se enamora, no es obediente, sigue su propio destino y, para darle un 10, no solo tiene color sino que también tiene carne. Que no sé si será casualidad, pero ya vimos algo parecido en Nani, de Lilo y Sitch, y me hace sospechar que a una solo se le permite tener carne cuando es una nativa autóctona de alguna isla del Pacífico. A las princesas blancas no las dejan engordar.
La cuestión es que las niñas racializadas desde siempre han carecido de referentes. Seguramente habrá alguna sirena negra en el fondo del mar como atrezzo, pero protagonistas, pocas. Los personajes negros son una cuota de color, y si llegan a tener nombre son las sirvientas o los delincuentes. Esa es la idea que se nos ha vendido siempre sobre nosotras mismas. Así que si eres una de esas personas blancas indignadas deberías aparcar un poco tu egoísmo porque creer que Disney está arruinando tu infancia por cambiar el color de un personaje es bochornoso. Tú ya la tuviste, con esta y otras princesas de los ’80 y los ’90 que puedes disfrutar cuando quieras poniéndote un DVD de antaño. Dejar que ahora las niñas negras empiecen a tener al fin lo que nosotras no tuvimos.
Pero como decía antes, Disney está cambiando moldes, y lo realmente importante aquí no debería ser el cambio de color de la protagonista, que mientras tenga una voz preciosa y sepa usarla, lo de demás es irrelevante. (Y nadie puede decir que Halley no cumpla sobradamente con lo principal). Lo que de verdad me gustaría ver es cómo Disney convierte a la pavisosa de Ariel en una mujer fuerte y con ideas que vayan más allá de enamorar al chico guapo; me gustaría que lo que la motivara realmente fuera su fascinación por el mundo terrestre y sus ansias de conocimiento, y que el romance fuera algo secundario. Si pudieron hacerlo con la historia de Rapunzel, donde el chico no es un salvador sino un mero guía mientras ella se defiende sola a sartenazos, podrían hacerlo con Ariel también. Deberíamos aprender que cada producto es un producto en sí mismo, y hay que valorarlo como tal, y aunque claro que se pueden hacer comparaciones, el odio y el desprecio siempre sobran.
Y ahora hablemos de indignación por cambio de color. Resulta que a lo largo de los tiempos nadie ha tenido reparos en que las personas blancas representen a las negras. En seguida pensaremos en la imagen de los minstrels con su cara de betún y sus labios rojos gordos, y diremos que eso ya no pasa. Pero también tenemos casos muy cercanos: el año pasado en el Teatre Lliure de Barcelona se estrenó la obra Àngels a Amèrica, cuyo personaje protagonista es negro y el hecho de serlo es relevante en su historia. Pero para el papel escogieron a un actor blanco ya que, según el director, los actores negros no son tan buenos porque no tienen tantas oportunidades para trabajar. Un fuerte aplauso. El señor director, en vez de aprovechar para darle esa oportunidad a un actor negro, pone a uno blanco y encima utiliza como excusa lo difícil que lo tienen los negros para conseguir papeles. Y si este argumento te flipa, luego lo remata con que no es racista porque tiene una hija negra. En fin, pobrecita.
Otra polémica: en 2017 en Brasil, una actriz blanca interpreta a Carolina María de Jesús, una campesina que llegó a ser escritora y que narraba el ser mujer, negra y pobre durante los años cincuenta en ese país. Y en el cine: Zoe Saldaña, de origen puertorriqueño, interpreta en 2012 a Nina Simone haciendo un blackface sutilito, pues su piel ya es oscura, con unos tonos más de marrón y una peluca afro.
Si nos vamos a la música, la apropiación cultural ha sido una constante y, ya puestos, hasta tengo anécdotas personales. El año pasado, una antigua compañera me recomendó para cantar en un grupo que hacía algo así como un recorrido musical teatralizado por la historia del rock, desde los espirituales negros y el góspel, pasando por el blues y el soul, hasta nuestros tiempos. Ilusa de mí, pensé que sería una de esas raras ocasiones en que mi color jugaría a mi favor. Pero parece ser que el director tenía mucha prisa y contrató a todo el elenco antes de que le diera tiempo a hacerme una prueba. La historia la contaban cinco músicos y cuatro cantantes. Todas ellas personas blancas. Cuando me enteré me cabreé un montón y le dije que ya está bien de contar nuestra historia sin nosotras. Me dio la razón y, paternalismo y condescendencia mediante, me dijo que el espectáculo sin duda mejoraría mucho con al menos la mitad de actores y músicos negros y que era su idea inicial, pero que ya otro día si eso, que ya estaba todo el pescado vendido.
En fin, que no pararía de contar situaciones en las que las personas blancas se apoderan de los personajes y las historias de las negras, y aquí no pasa nada. Pero, ¡eh! Que nadie nos toque a la Sirenita. ¿En serio, gente blanca? ¿De qué color son las sirenas? ¿De qué color son las criaturas que no existen? ¿No podemos hacer mil versiones de ellas? ¿No se trata de fantasía? Pues bien, hace unos minutos hablaba del tema con mi amiga Teba y me decía algo muy interesante: cuando nos quejamos de los blackface para representar a los Reyes Magos, a los Pajes de Alcoi e Igualada, o al Swarte Piet en Holanda y Bélgica, resulta que “solo son personajes de ficción, histéricas. No representan a nadie. No hay que ponerse así.”
Y así es como vemos que, una vez más, el bien y el mal, lo aceptable y lo indignante, y lo tolerable y lo exagerado dependen de si va en sentido blanco sobre negro o negro sobre blanco.
*Ilustración original de Nebetawy
*Texto de Nebetawy, actualmente madre, cantante y yogui. Mañana ya veremos. Más textos de Nebetawy en Afroféminas, acá.
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