Siempre he sido estigmatizado por alguna cualidad que me ha hecho distinto de la masa dominante, desde mi infancia de niño desarraigado de sus orígenes, memoria y sangre. He tenido que curtirme para sobrevivir en este mundo que considero en muchas oportunidades como cruel y despiadado, perdiendo –en varias ocasiones– las esperanzas en la humanidad: aguantar el «amariconao», el «hueco», el «chupapico» me ayudó para forjar una armadura que me cuidase del resto. Asimismo, afilé mi lengua viperina para atacar a los «machitos» con sus mujeres doblegadas que tuvieran la ocurrencia errada de maltratarme. Esto no escapa de la realidad de los que compartimos el padecimiento de tener una alita rota, como lo escribió en su pluma trava Lemebel.
¡Más encima mapuche! Minoría de la minoría: no tuve la fortuna de haber nacido, vivido y/o crecido en el Wallmapu, alimentado por la tierra de mi tuwün lelfunche, de haber hablado en lengua de zorzales, tencas, perdices y choroyes, y SIDO un «rüf wentru». Al contrario: mi cuna fue el cemento de la capital y los cerros de El Salto. Solo las conversaciones secretas de mis abuelos me vincularon con ese pasado de libro de Historia. La memoria es mi territorio, donde existe mi vivir como mapuche… pero a mi manera de wariache-multi-identitario. Mezcla de antigüedad de museo y (post)modernidad globalizada. Mis ülkantun son tarareos de canciones de Björk o de Depeche Mode. Mis purun los realizo en una disco. Mi takuluwün consiste en jeans y polera negras, y tillas rotas. Acá no hay Wiñol… hay San Juan. Los ñimiñ los llevo en la piel. Por lo demás llevo el estigma de la mezcolanza. Soy chicha con agua, visto con recelo por muchos de mis peñi y lamgen… rechazado en momentos por mi familia cuando el alcohol nubla la conciencia y el amor que dicen brindarme. ¿Soy menos que tú, chachay?
Ha habido momentos en que he querido desaparecer de este mundo. Asumo que he querido morir. Es difícil en este mundo ser raro, como si serlo fuera algo que debe ser erradicado. Pero los golpes también son motivos para seguir… ser contestatario con el establishment que rige el presente. Esa mordaza la lanzo al otro lado del océano y grito. Peleo desde la trinchera que elegí para atacar: la educación. No tengo por qué pretender ser mártir en las causas legítimas de mi pueblo para ganar la aprobación de unos cuantos. Tampoco para que me consideren valiente, además que con lo que he vivido, ya he SIDO uno. Si no, ya estaría durmiendo con kilos de tierra encima (por lo demás, el «ser valiente» ha sido atribuido a la masculinidad, por lo que ya por mi estigma no podría optar a ello). Las luchas deben contemplar la infancia para que las generaciones venideras sean críticas de todo, y elijan sus destinos informadas y seguras, desde las repetitivas clases de las Matemáticas, al desahogo escritural que da Lenguaje y Comunicación. El papel y el lápiz asesinan más que las balas y los perdigones.
¿Qué ha SIDO de mí? Bueno, el último estigma que he obtenido es el de la muerte, algo sombrío, ochentero y obsoleto, eso sí. El castigo por el desenfreno carnal, por optar por una sexualidad diferente a la del resto, dirán algunos. Una enfermedad como la diabetes, dirán otros. Ahora tomo una metformina al día… de por vida. Ahora soy un experimento farmacológico, en que los componentes «VIR» batallan en el/la mapu de los linfocitos. ¡UN WEICHAN DE AQUELLOS SE LIBRA EN MI SANGRE DE JANEQUEO Y SAN SEBASTIÁN! ¡CHIMA-WEICHAN! Chimakutran… Una mancha imborrable que queda en mi espíritu. Lo busque para seguir siendo estigmatizado, quizá. Lo vi como la oportunidad última para hacer el cambio y ser mejor, también. Llenar ese espacio que siempre ha habido en mi corazón de asfalto y selvas pretéritas, probablemente. No queda otra que tomar esto, llevarlo en mi mochila y caminar por el rüpü que me lleva al futuro incierto.
¿Dónde estaré en un mes más? ¿Y en un año? ¿O mañana mismo? ¿O en una hora más? La única certeza es que mi alma querrá seguir flotando en mi wallontumapu invadido de violeta, arrebolado por el rojo de mi pasión y mi lucha, pues la otra certeza que tengo es que desde mi sitial de MARICÓN, de MAPUCHE, de PROFESOR y de SIDOSO algo haré. Tramaré un plan siniestro para que la orbe arda en sus mierdas antihumanas y, de las cenizas, las masas populares reconstruyan todo, pero sin la maldad ni el rechazo a los que somos ESTIGMATIZADOS.
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