Como cualquier sábado que pica la calle por darse un reviente, un pequeño placer de baile, música y alcohol. Por si aparece un garzón fugitivo reflejado en los espejos de la disco gay. Cuando todavía es temprano para una noche porteña, pero el loquerío está que arde en la Divine, batiendo las caderas al son fatal de la Grace Jones. Esa africana de lengua ardiente que nos lleva por “la vida en rosa” de la costa francesa, en un auto sport tapizado de armiño. En la fantasía coliza de soñarse jet set en Marbella o Cannes, bailando la misma música, salpicadas por las mismas luces, juntando las monedas para otra piscola y no deprimirse viendo el sucio puerto y sus latas mohosas.
Otra piscola para el cola recién bañado en su nube Old Spice. Otra vez la Grace por favor, para lucir en la pista el jeans Calvin Klein de la ropa americana, que bien planchado parece nuevo. Sobre todo en la oscuridad estrellada por los focos. Que la música y las luces nunca se apaguen, que no lleguen los pacos pidiendo documentos, que nada ocurra esta noche mágica que parece año nuevo. Que siga el dancing y las piscolas locas corriéndose mano en el rincón. Por eso nadie se da cuenta del olor a humo que sube la escalera, que hace toser a una loca con asma, que dicen que tiene asma de loca. “Que se quema el arroz”, grita alguna. Y las ensaladas también niña, pero la música y las luces nadie las apague; ni siquiera la bomba incendiaria que un fascista arrojó recién en la entrada. Ese resplandor amarillo que trepa los peldaños como un reguero de pólvora, que alcanza las plumas lacias de los travestis inflamando la silicona en chispazos púrpura y todos aplauden como si fuera parte del show.
Total la música y las luces no se apagan y sigue cantando la Grace Jones por eso nadie lo toma en serio. Cómo darse cuenta que la escalera de entradas se derrumba en un estruendo de cenizas, si el sonido es tan fuerte y todos sudan en el baile. Qué más da un poco de calor si las locas están calientes y atracando y al grito de: «Fuego, fuego», no falta la que dice: «¿Dónde? Aquí en mi corazón». Pero en un momento el chiste se transforma en infierno. Como si la música y las luces acompañaran la escena dantesca que arde a puerta cerrada. Con demasiado calor para seguir bailando, demasiado terror para rescatar la chaqueta Levis en el guardarropía. Atrapados en el choclón de locas gritando, empujando, pisando a la asfixiada que prefiere morir de espanto.
Buscando la puerta de escape que está cerrada y de la llave nadie sabe. Entonces a los baños dice alguien que lo vio en una película. Atravesando la pista encendida entre las brasas de locas que danzan con la Grace y la música que sigue girando. Pisar las vigas y espejos al rojo vivo que multiplican la Roma disco de Nerón Jones, atizando la fogata desde los parlantes.
Sin mirar atrás las parejas gays calcinadas en los carbones de Pompeya. Encontrar los baños para refugiarse en el frío falso de los azulejos plásticos. Como si en último momento se eligiera el lugar del placer, recordando chupeteos y escenas de fragor, reviviendo en la emergencia la humedad sexual de los baños del Cinelandia. Más bien abrir todas las llaves de los lavamanos, pero la gota mezquina que sale está hirviendo y el humo ahorca la garganta en un asma de loca que no quiere morir. Un asma de loca rasguñando las baldosas que estallan en lenguas ardientes. Y esa asma de loca quiebra los espejos para apagar al menos el reflejo del fuego. Encontrar una salida a una boca de oxígeno para su asma de loca sofocada que ama tanto la vida, que sabe que irá al infierno y quiere vivir como sea, quemándose las manos, encaramándose en los andamios del humo hasta encontrar una ventana en el tercer piso, tan alta, tan arriba, con tanto público abajo esperando morboso que la loca se tire al vacío.
Sobre esa multitud de curiosos que miran indiferentes los incendios. Decidirse a dar el salto, porque es posible que su asma de loca flote en el aire dorado que la quema. Atreverse ahora que la cola está ardiendo y el mar tan lejos es un vértigo de olas que la aplaude. Apenas un paso, sólo un paso en la pasarela de vidrio y el espectáculo de locas en llamas, volando sobre el muelle de Valparaíso, será recordado como un brillo fatídico en el escote aputado del puerto. Porque aún así; aunque la policía asegura que todo fue por un cortocircuito eléctrico, la música y las luces nunca se apagaron.
Discoteque Divine, Valparaíso, 4 de septiembre, 1993
Publicado por Pedro Lemebel en The Clinic el 23 de enero del 2015
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