Chile, Octubre de 2019. Escribo esta crónica desde la distancia observando a mi país tremendamente emocionado, conmovido y en estado de alerta. El estallido social me tocó estando en La Habana, Cuba, en una intensa y compleja residencia sexual y disidentemente activista entre compañeras de Cuba, Chile, México y Colombia, que resisten a la hegemonía masculina patriarcal y desobedecen los ojos de los machos, sea donde sea y tengan el color político que tengan. El bloqueo contra Cuba, liderado ahora por Donald Trump, y el temor de unos “patriotas hombres nuevos” cubanos, anacrónicos, cuyas libertades de expresión restringen y limitan las comunicaciones de la hermosa y mítica isla con el mundo, hacía aún más complejo comunicarme con mi gente. Ahora estoy en una convulsionada Barcelona, mientras se escuchan los helicópteros acechando las manifestaciones de una disputada ciudad que le recuerda al conservador reino de españa que Catalunya existe. Mientras escribo, leo contra-informaciones de la fuerza del pueblo de Haití, para detener las represiones que hace un mes vienen soportando por el derecho a disentir contra el alza de los combustibles como también el derecho a dar soluciones al país más pobre de América. Miremos Haití. El mismo país que se liberó de las cadenas de la esclavitud negra en 1794 y se consolidó como Republica Negra en 1804, abriendo el camino de la independencia de los pueblos Latinoamericanos y del Caribe. Te debemos mucho Haití. Mucho.
Quiero creer que esa larga letanía de los países a los que les arrebataron sus sueños populares a fuerza de colonialismo europeo, imperialismo yanqui y milicos patriarcales, hoy amanece con más fuerza que nunca en Nuestra América. En Chile, una fuerza colectiva, transgeneracional, unida, sin miedo, de Arica a Tierra del Fuego se levantó para decir BASTA. Mi país se caracteriza por protestar en sus calles con lo que no está de acuerdo. Pero esta vez bastó el desobediente salto de unos estudiantes organizad@s que ya no quisieron volver a pagarle a los millonarios su nueva «alza» en el pasaje, para que un nuevo camino se abriera. 46 años de despojos políticos, económicos, culturales, sociales, y un pueblo que jamás ha dejado de protestar. 46 años de asesinatos y muertes. No los olvidaremos nunca.
«Llevamos una eternidad marchando» me dijo una compañera travesti, orgullosa de sus viejos y gastados tacos que se le rompían de tanto caminar hace algunos años, mientras gritábamos por una educación digna, gratuita y de calidad.
“Sumar», tituló la escritora feminista Diamela Eltit a su última novela, protagonizada por Aurora Rojas, mientras marcha con las vendedoras ambulantes 370 días para conquistar la moneda: “Vamos a acceder a la moneda porque necesitamos torcer el tiempo para disponernos a vivir”.
El pasado Mayo de 2018, las calles del país se paralizaron con el movimiento social feminista más grande que nuestra historia hubiese visto nunca; los machos temblaban ante una revolución que jamás esperaron. Y es que los miedos los hemos ido acumulando, y entre las fuerzas colectivas, venciendo. Pero los paradigmas culturales patriarcales que nos asaltaron al sentido común normal de lo inmoralmente político, naturalizados en el inconsciente individual por un acuerdo programado y consensuado con el mercado privado, siguen presentes. El golpe de Estado del 11 de Septiembre de 1973, acabó definitivamente con el sueño socialista, democrático y popular del Dr. Salvador Allende. El emblemático «Programa del Pueblo», era pisoteado con botas militares auspiciadas por el gobierno estadounidense de Richard Nixon, y el apoyo de empresarios chilenos cuyas ambiciones aún perpetúan sus privilegios millonarios. La «Junta Militar», liderada por el militar dictador Augusto Pinochet, encargó al llamado «Consejo de Estado» idear una nueva constitución aprobada en una de las dictaduras más sangrientas de Latinoamérica, tras un plebiscito fraudulento «celebrado» irónicamente el 11 de Septiembre de 1980, que no tenía registros electorales ni posibilidades de oponerse (si te oponías eras perseguido y en el peor de los casos te mataban). Bajo la confianza de «La Junta», Chile se convertía entonces en un territorio perfecto para experimentar, desde Estados Unidos, el comienzo del neoliberalismo. Los «Chicago Boys» comenzaban su historia y ni el fracaso económico de 1982 los detuvo. Al pie de la letra de Milton Friedman, Jaime Guzmán ―el «héroe» de la economía liberal chilena y fundador de la UDI― lideró con el beneplácito de Pinochet, un proceso ideológico que hasta el día de hoy continúa devastando la soberanía de Chile enrraizado en la Constitución de 1980. Desde su promulgación a la fecha, la «carta magna» del neoliberalismo, ha sido reformada casi treinta veces en una serie de contradicciones políticas de los gobiernos progresistas y liberales de turno tras el regreso a la Democracia. Pero en su fondo, no se han tocado en lo más mínimo. El testamento de la Dictadura fue amarrado con hierro. El mismo hierro que Margaret Thatcher utilizaba durante esos mismos años ochentas para intentar aniquilar los sindicatos ingleses durante sus once años de poder, mientras se dedicaba con entusiasmo a privatizar el transporte público y las industrias estatales. ¿Les suena?
Y cómo olvidar que durante el último gobierno de Michelle Bachelet, quien se había comprometido en 2015 mediante un «proceso constituyente» a cambiar dicha Constitución, fuimos nuevamente engañados por la dirección de turno; ilusos, participamos de cabildos, reuniones, diálogos, redactamos documentos, los entregamos, y finalmente terminaron en estanterías poco difundidas tras el fracaso de una promesa de campaña que no logró su fin por su tardía entrega y el pretexto de la presidenta diciendo a meses de su retiro “no logramos concluirla”. Pero lo cierto es que un compromiso de tal magnitud debió haber tenido todos los esfuerzos y voluntades políticas. ¿Qué pasó? No costaría imaginarnos y creer que no lo hicieron porque se entramparon en los intereses capitalistas individuales cruzados entre el duopolido de sus clases políticas. Y sus consensos. Y es que en Chile la «Democracia» inaugurada en 1990, sucumbió rápidamente a los chicos de Chicago y su administración neoliberal de mercado con el fin de acelerar la economía, privatizando los derechos sociales de un país nacido en el imaginario del Estado Subsidiario de Diego Portales, a quien Guzmán y Pinochet le prendían velitas. Y todos nos acostumbramos. Unos porque empezaron a acumular privilegios; otros, porque nunca quisieron ver lo que estaba pasando; otros, contra nuestra voluntad, porque no nos quedó más opción que seguir esa corriente para no morirnos de hambre y poder mínimamente educarnos. Aunque nos tuviésemos que endeudar de por vida para acceder a una profesión medianamente digna. Aunque tuviésemos que morirnos en las listas de espera de los hospitales públicos. Aunque tuviéramos que soportar que nuestras abuelas y abuelos se fuesen muriendo con pensiones miserables. Mi abuelo, tras trabajar toda una vida no recibía más de 80.000.- pesos mensuales. Las ochenta lucas apenas le alcanzaba para pagar los pasajes para ir a buscar su pensión al centro.
Durante 40 años se ha cultivado un experimento económico, político y social que ha consagrado a Chile como uno de los países más desiguales del mundo, concentrando en el 1% de la población el 26% de las riquezas del país. Que hoy nos antagonicemos a uno de los presidentes más ricos del mundo no es casual, es un síntoma de lo que el pueblo viene a recordar: Chile se convirtió en una empresa privada. Y las heridas generadas que se cubrían con parches curitas se abrieron colectivamente reconociéndonos en dolores colectivos. Dolores que ya no aguantamos más. Del miedo a la rabia y de la rabia a la lucha, gritaba una niña sobre el escenario de una obra de teatro cuyos paisajes no quería seguir coloreando. Ya no soportamos tanta desigualdad económica, política, laboral, sexual, educacional, racial, social, cultural, ya no toleraremos que nos sigan robando y oprimiendo descarada y libremente. Vivimos en el dolor. Pero deseamos ser felices.
Decimos BASTA. Vuestra violencia tiene un límite. Vuestro proyecto tiene un fin. Esto no es sólo un «rayado de cancha». Esto es la soberanía de un Pueblo constituido desde su opresión, avanzando con sus heridas abiertas, colectiva y pacíficamente, para terminar con el tiempo neoliberal despiadado que nos ha empobrecido, embrutecido, individualizado y asesinado tanto. Los auspiciadores, administradores y «consumidores» del «Modelo» tiemblan. Los que juraron lealtad frente al Dictador en Chacarillas, tiemblan. Los que dijeron “en la medida de lo posible” mientras se apretaban las manos comprando terrenos en Caburga, en Lago Ranco, adueñándose de las playas, universdades, colegios, bosques, ríos y minerales del desierto, ofendiendo a sus propios muertos, tiemblan.
La reducción del Estado y sus mecanismos de cobertura social, el des-mantelamiento y tercerización del aparato socio-productivo, la constitución de una gestión y burocracia privada, el paradigma del principio subsidiario, la democracia «vigilada»: se amparan en la Constitución de 1980. Los mismos que la redactaron y aceptaron, hoy están desde los tres poderes del Estado, temblando. Las «medidas», «paquetes», «bonos», «renuncias» y un largo etc, no han sido más que parches, que éste y los anteriores gobiernos nos han «entregado». Pero el Pueblo se ha despertado de una larga noche. Y no habrá nada que celebrar mientras aquello que con hierro nos amarra, siga vigente como hace 40 años. Porque aquello no limitará ni a Piñera, ni a sus colegas empresarios, ni a la vieja ni a la «nueva mayoría», que llevan casi 30 años sentados en el parlamento cambiándose de nombres, a continuar lucrando. La constitucion de Pinochet/Guzmán les da el poder. Fue el legado. Piñera lo sabe. Bachelet, la embajadora de Estados Unidos en occidente lo sabe. La gatopardista y pedófila DC lo sabe, los cobardes y oportunistas liberales del PS y del PPD lo saben. Necesitan el poder para perpetuar sus privilegios heredados en la larga noche desde sus terrazas en Los Lagos. Porque mientras al pueblo lo dormían agotándolo con largas horas de trabajo, ellos sí que celebraron.
Hoy Chile vive la mayor explosión de poder popular, desde el retorno a la democracia. Ese poder, emergido rápidamente de un inaguantable descontento social se ha transformado y constituido en un poder constituyente que ha desestabilizado completamente al Estado. Ese poder nace, se organiza autoconvocadamente, de forma independiente, y es el que se vive en las calles de todo el país marchando y resistiendo la militarización arbitraria y autoritaria del gobierno, en las luchas políticas de autodeterminación del Wallmapu, en las paralizaciones gremiales, en las huelgas, en los sindicatos, en las ollas comunes, en los colegios, universidades, hospitales públicos, ferias libres, en todos nuestros barrios. Somos muchas, muchos, muches, millones de personas caminando libremente por las Alamedas de Chile, en el más bello augurio del último respiro de Salvador Allende, soñando el momento en que se iluminaran con fuego las calles de forma colectiva y pacífica para pedir una sociedad mejor. Nuestras calles asustan a los burgueses y millonarios. Nuestras calles se inspiran en las insurgencias y porfías de nuestra América Latina.
Abya Yala, despierta de una larga letanía contra el patriarcado capitalista y privado del fondo monetario internacional colonial.
Una Asamblea Constituyente, experiencia utilizada en varias regiones de América y poco reconocida en Chile, es una expresión reunida y legítima de representantes sociales de todos los sectores políticos del país surgidos del poder popular y más allá de los partidos, cuyo fin es dialogar y crear una nueva relación democrática, un nuevo pacto social, a través de una nueva Constitución que no se redacte entre cuatro paredes como lo intentó delegar Bachelet en el Congreso (ya sabemos cómo terminó esa historia). Una Asamblea Constituyente es una expresión de la soberanía popular, para respetar y garantizar la diversidad soberana de todas las comunidades que habitamos el territorio.
Es nuestro momento.
Las “Grandes Alamedas” se abrieron compañero Presidente Salvador Allende.
¡QUE EL PUEBLO MANDE!
NO + CONSTITUCIÓN NEOLIBERAL
¡ASAMBLEA CONSTITUYENTE YA!
#AsambleaConstituyente
#FueraPiñera
Ernesto Orellana Gómez.
Activista sexo-disidente, profesor y trabajador teatral.
Perfil del autor/a:
Dramaturgo y director en Teatro SUR y activista en CUDS-Colectivo Utópico de Disidencia Sexual