Hace cinco meses que estoy en Australia. La decisión de este viaje surgió el año pasado como una forma de buscar nuevas posibilidades tras años de deprimente trabajo rutinario y sistematizado que parecían ser la única opción viable y aceptable para una chilena promedio.
Trabajé como profesora durante cuatro años, tres en un dos por uno donde veía cada año, semana y día llegar a jóvenes que no tenían más esperanza que sacar cuarto medio para poder trabajar y juntar plata, para poder comprarse las zapatillas de marca o un nuevo celular. Otros que tenían que ayudar a sus familias o que eran su propia familia.
Siempre viví en la provincia y encontrarme con la realidad del «flaite» que era el grueso de mi alumnado fue conocer un mundo que no siempre queremos mirar. Hoy en las marchas que veo desde lejos son esos mismos «flaites» los que derraman su rabia en las calles y con justa razón: despreciados desde la cuna, les quitaron las áreas verdes, les dieron nada más que cemento, pasta y pitos para calmar la ansiedad de no poder tener el bling bling que sus artistas favoritos muestran, para calmar lo injusto que se siente que sus mamás estén todo el día fuera de casa criando niños ricos que después se disfrazan de flaite para Halloween; pasta, pitos, fútbol, amistades callejeras, graffitis y malabares en los semáforos, puntos de fuga para ese mundo que ni ellos mismos quieren mirar.
En ellos había rabia. Muchos estaban consumidos por la ignorancia impuesta, cegados por el capitalismo que fue su jaula y aparente liberación, pero muchos otros tenían más fuego que nadie: raperos, grafiteros, deportistas y circenses, haciendo colectividad en las calles mientras los adultos les decían que no fueran a marchar, que no rayaran las calles, que no faltaran a clases porque la educación era su futuro. Mentira. Ellos lo sabían, lo sabía yo también.
El resentimiento es el mejor alimento para la lucha social y desde esos años ya teníamos harto resentimiento acumulado. Ellos porque sí, porque su vida entera había sido pura injusticia. Yo, por enfrentarme cada día a problemas tan profundos que como profesora no podía resolver, que nunca había vivido en carne propia y que aun así me dolían tanto y tan hondo.
Al mismo tiempo que trabajaba en ese dos por uno hacía clases particulares de PSU en Huechuraba y veía la falta de esfuerzo de niñxs cuicxs que tenían todo menos la chispeza y perspicacia de mis otros estudiantes. Veía la injusticia y no podía hacer nada. Sólo tratar de que pensaran más allá, de que esa rabia se convirtiera en motor de vida y en otras formas de luchar. Algunxs estarán ahora en las calles, espero que ninguno esté baleado por la policía delincuente. Me enorgullece enormemente saber que son justo esos estudiantes en los que nadie creyó los que hoy tienen la ciudad ardiendo.
Ser profesora en Chile fue siempre frustrante para mí. Empezando porque la decisión de serlo no fue plenamente consciente. No saber lo que quieres en la vida es un privilegio que nunca me permití y sólo me dejé llevar por la corriente del trabajo asalariado.
Una vez ahí empieza la realidad, estudiantes que necesitan cariño y contención; padres que no saben qué hacer con sus hijos porque trabajan todo el día y ni siquiera saben qué hacen o quiénes son esas personas que trajeron al mundo; colegas cansados y estresados, colegas que reproducen un sistema de saber memorístico y neoliberal, colegas que siguen siendo machistas y difundiendo el odio y la intolerancia hacia sus estudiantes; estudiantes que no saben estudiar, que no quieren hacerlo porque siempre les han dicho que son malos, que no tienen futuro, que las notas son la medición de su futuro, estudiantes que no pueden dibujar un perro porque les quitaron las clases de arte, estudiantes frustrados y enojados con el mundo, estudiantes misóginos, homofóbicos y racistas, estudiantes adictos a las drogas y a la tristeza, estudiantes con depresión y ansiedad, estudiantes que han vivido la violencia más profunda y que aun así siguen vivos, amables, respetuosos, responsables. Estudiantes que a pesar de la injusticia siguen siendo buenas personas.
Demasiada información difícil digerir. Muchas preguntas: ¿qué hacer como profesora?, ¿sirve de algo lo que tengo que enseñar?, ¿sirve de algo intentar cambiar su pensamiento si vuelven a la calle, a sus amigos, a sus familias donde el círculo del odio se mantiene intacto? Mucha frustración emocional. Mucha frustración intelectual, mucha frustración personal.
No nací para mártir, por eso me fui. Porque me dolía Chile en todo ese esfuerzo, en saber que a pesar de todo lo que podía hacer para que esos jóvenes lograran sus objetivos les iba a seguir siendo más difícil que a los cuicos con plata. Que si ellos cometían un robo en el súper, se los llevaban presos, mientras los políticos que nos roban millones siguen libres; que si ellos atropellaban a alguien borrachos, no eran Andrés Larraín para quedar libres; que si ellos se equivocaban la sociedad completa los pisotearía, porque la clase media no tiene oportunidades reales. ¿Cómo seguir mintiendo cuando la realidad era tan evidente?
Los que fueron mis estudiantes deben haber notado mi rabia y aunque ahora veo desde lejos como todo Chile arde, mi corazón está allá, quemando todo con ustedes, peleando por el agua que se han robado de los valles de Petorca y de todo el norte de Chile, peleando por todas las mujeres asesinadas y violadas cada día, peleando por los mapuche y su fuerza imparable, peleando por todos los crímenes de odio hacia homosexuales y maricas, peleando por la naturaleza arrebatada a tanta niñez poblacional, peleando por la naturaleza quemada y saqueada en ese país hermoso lleno de políticos y poderosos de mierda.
Desde acá difundo su fuego, me quemo con ustedes y mando mi fuerza, la misma que sé que ustedes tienen para que todo el país de mierda que nos vendieron como democrático arda y el neo Chile colectivo se alce como el territorio libre de injusticia que merecemos. ¡Nueva Constitución, Asamblea Constituyente, Neo gobierno libre de lacras dictatoriales, ya!
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