Me pongo a pensar qué tendría para contar sobre un virus que es como un fantasma en un país que no se cree ni su propia realidad; en una ciudad que vive del contacto, el calor y la salsa, y en medio de una familia constituida.
Supongo que depende desde dónde lo aborde, ya que al final sí hay bastante tela para cortar: llevamos una semana recluidos «voluntariamente» en casa, saliendo exclusivamente para comprar comida y tratando de no escoger siempre las películas apocalípticas para ver en el día.
Cali es una de las capitales regionales de Colombia. Tenemos una cultura proclive al contacto y esto de la cuarentena nos ha tomado a todos un poco desarreglados o con sueño. Yo personalmente fui una de las últimas en mi entorno que le paró bolas a la cosa; sentía que estaba muy lejos, que el problema acá era el dengue, que mueren más personas por la violencia en este país –mira que en Colombia tenemos los falsos positivos, el dengue y a Uribe; qué miedo me va a dar un virus chino. Pero en cuestión de semanas me cayó encima el poder de la globalización, y para mayor dolor mi mamá acababa de comprarle una tv a mi hija Emilia, así que zas! Pandemia con televisión sin cable encima. Mi mamá hablándome de cifras, de cierres de carreteras entre ciudades y restricciones a diario. Y mi hija con su abuela paterna, porque acá en la casa qué la vamos a encerrar, si tiene cuatro años, dos días en este apartamento de clase media baja y pronto comienza a morderse la cola. Además, su abuela vive con un médico que será cascarrabias, pero la adora y están en el campo, más segura. Me toca aplicar a fondo eso de que mi hija no es sólo mía y la dejo partir, ella todos los días me llama y me explica que es un virus y por qué es mejor que no abra la ventana. Los primeros días me lo tomé con calma, porque no puedo desconocer que soy una privilegiada, que antes de esto yo ya prefería quedarme en casa, que no sólo estudié historia, sino que bordo y bordar es un oficio de paciencia y soledad, en la mayoría de los casos, y a mí me gusta mi casa, me gusta estar sola, las series, la comodidad; pero hoy, a más de una semana de estar en casa, ya lloro varias veces al día.
Tengo miedo porque estoy lejos de mi cría y no sé cuándo la pueda traer. Imagino que la otra semana ya no aguantará más y le darán ganas de estar con su madre, y no sé cómo le vamos a explicar que es mejor que esté lejos. Germán me dice que me pongo fatalista, pero tenemos problemas; nacimos en Latinoamérica, tenemos el peor presidente en la historia nacional después de Uribe -su mentor- y no se animó a cerrar los aeropuertos. ¡Jamás! Acá aprovecharon la cosa para sacar cocaína en aviones, una de esas cosas que todos sabemos siguen pasando. Acá admitimos extranjeros de países con alto contagio porque son del primer mundo y nos prometen que no van a salir, que se quedarán en cuarentena, pero varios se han escapado. En las noticias sale. No podemos hacer nada, el presidente no cerrará fronteras. Hace dos noches Germán salió a rayar los muros de la ciudad y me contó que en el centro las cosas siguen igual, que la gente sigue vendiendo comida en las calles; claro, nadie puede quedarse encerrado cuando la venta del día le da lo de comer al otro día.
Pienso en los comedores estudiantiles, en los niños que sólo comen si van a la escuela y qué estarán haciendo. Pienso en el señor que pasa vendiendo aguacates todos los días y no sé si es porque estoy paranoica pero cada día lo escucho más desesperado. No salen. No compran. Ahora están subiendo al transporte masivo a robar aprovechando que no hay casi nadie. En unas semanas será peor, estoy segura. Llevan tres días vaciando los centros comerciales de papel higiénico y alcohol, pero en unas semanas ya no habrá con qué comprar comida. Pienso en mi amiga en España que lleva una semana encerrada con su pequeño hijo de unos tres años y siento su angustia, su ansiedad… pienso que igual aquí muchas querrían poder hacer eso y no pueden. Paro, bordo, me veo una película de terror bien mala y trato de leer porque estoy haciendo una maestría y es una beca en una universidad de ricos. Si fallo me hacen pagar. No puedo leer mucho, prefiero madrugar y tratar de leer otro artículo. No tengo tantas ganas de hacer el amor como el encierro amerita ¡mierda! el sexo es increíble, pero tengo la cabeza en mil lugares. Germán me mira, trata de dibujar, se pone retos… quiero que salga a rayar esta jodida ciudad, pero tengo miedo de que se enferme. A estas alturas creo que todos nos vamos a enfermar, pero es mejor que no sea en masa. Hablo con mi amiga Mariangela, reímos, pensamos en lo que pasa, le mentamos la madre a Duque. Ya veremos qué pasa. La ansiedad se pone fuerte y no me concentro ni en bordar, pero me tengo que concentrar. Yo amo el encierro… vamos a ver qué pasa….
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