Que duda cabe, compañeres, no son buenos tiempos para la soltería. Además de la oscuridad de las noticias y las autoridades más propagandísticas que sanitariamente eficientes, el olor a cariño salvaje comienza a ser un recuerdo distante. Una imagen confusa entre un pasado de victorias mejores y peores; y un presente oscuro de cálculos fríos y nostálgicos. La marcha inerte de la cuarentena se transforma en un súper vacío y calenturriento espacio. Atrás quedaron los desayunos de campeones, aquellos que sólo por despertar te regalaban una persona libre y liviana a tu lado, alegre y descansada, que luego también despertaba junto a ti, y se apretaba a tus movimientos, por el sólo gusto de comenzar el día. Sí, compañeres, aceptemóslo de una vez y por un tiempo indefinido: se acabaron las aventuras, las presentaciones auto-dirigidas convenientes, la camisa de largo alcance, los perfumes apreta-cogotes, o las gratas sospechas que nos alentaban a seguir adelante por alguna conquista. Sí, compañeres, todo eso acabó. Y no precisamente por nuestro empeño, siempre abierto a esas dulces casualidades, como cuando llegábamos al bar, al cumple o a la fiesta indicada y había alguién igual que nosotros, liviano, livianita, leve para quererse o entregarse en el insospechado pensamiento de la noche.
El escenario cambió radical y estrepitosamente, y muchos solteros y solteras se preguntan: ¿Por qué no me emparejé antes? Da lo mismo, compañeres, recordémslo para alentarnos: aún en condiciones normales, siempre ha sido extenuante ser buenos o buenas solteras. Y es que la dulce soltería, esa que avanza solitaria y vertignosamente en la estadística de las pasiones sin dependencia, además de plantear un difícil equilibrio, siempre involucra una buena dosis de atenciones, respuestas y más atenciones en un lenguaje arenoso sin empates ni cobranzas directas. Se trata de un entrelazamiento íntimo que se ejerce, invariablemente, con un agudo sentido de libertad que casi siempre acaba rápido debido a dos situaciones límite-universales, comprobadas científicamente: o se termina entrando en una relación de semi-soltería (pololeo sin espacios públicos) o, inversamente, se agota la chispa que mantenía la desigual y combinada cuota del entrelazamiento íntimo y, tal como Trotski en México, violentamente se acaba para siempre la lucha de fluidos inter-equinoccios. Así puestas las cosas, la soltería es siempre una puerta abierta y de difícil acceso, pero que en “igualdad” de condiciones, puede recrearse y llevarnos a mejores estados, sobre todo cuando se desata sin esperar, libre y furiosamente. Sobre todo cuando el cuerpo se precipita por el tiempo espacialmente correspondiente para abismarse en la carne.
Con todo, y sobre todo, frente al maldito COVID-19, compañeres, es necesario un diagnóstico. Es probable que la cuarentena siga adelante algunos meses y en ese trayecto, para la desdicha de nuestras soberanas solterías, será más complejo moverse y juntarse (con o sin desayuno). Entonces, ¿qué hacer, compañeres?¿qué hubiese hecho Lenin soltero? ¿cómo ejercer nuestra dulce soltería en estas particulares condiciones? ¿resignación heroica, combatividad vecinal, masturbación 2.0, creatividad full montik, negación alegre, deportes cuáticamente intensos al punto de quedar hechos mierdas y así no tener ni ganas de acariciarse una orejita; yoga, meditación, cine, literatura? ¿o no será mejor organizarnos solterística y políticamente? Cada cual tendrá sus caminos y opciones, compañeres, tan sólo cumplo con dejar algunas preguntas que eventualmente nos ayuden a salir juntos de esta buena pandemia que nos tiene alicaídes, pero vivos. Y sí, bien vivitos, más calientes que todas las otras veces juntas, incluso aquella que habíamos pensado que no podía ser peor, y la superamos, aun cuando el calendario parecía obligarnos a tomar medidas extremas. Por de pronto, compañeres, se me ocurre apelar al optimismo de la costumbre y la voluntad de las innovaciones. Confiemos, junto con Pilar Sordo, en nuestros mejores y más consolidados instintos. Y de paso, refugiémonos imaginariamente en todas las posibilidades posibles. Nada es descartable, compañeres. Dialécticamente, como Hegel lo hubiese sentido, nada es todo. Nada para descartar; todo para aprender, y sí, como en este corona-cuento escrito en la más estricta soledad barrial, pero pensando siempre en ustedes, compeñeres, es hora de arengarlo por la ciudad vaciada: solteras y solteros del mundo, uníos.
Fue a la feria el día viernes como siempre. Ya era hora de enfrentarla y asumir los riesgos de una pulsión acumulada y algunos meses de amistad por el barrio. Estaba lleno de miedo y vergüenza, pero con toda la libertad del cálculo que si es no, no importa. Había comprado casi todas las frutas y verduras, sólo faltaba entrar a los pescados, cuando llegó. Al encontrarla de frente a su carro de frutas desbordado, le pareció más hermosa que el viernes pasado. Llevaba su cara completamente cubierta con una super mascarilla artesanal. Era una capucha de seda de varios colores, hecha a materiales quirúrgicos y una botella de plástico transparente. Le recordó a la princesa Leia y se imaginó también en una guerra: ¿sería algo más que un simple Chubaca? Salieron de la feria juntos, con las verduras y frutas unidas como para quince días. Él con sus firmes bolsas feriantes, ella con su carro agolpado y capucha combativa anti-corona. Casi llegando a la calle que dividía sus respectivas casas, en la esquina misma de la plaza, se despidieron. No se atrevió a decirle lo que había pensado. Y para peor, cuando comenzaba a distanciarse, sintió un eyyy. Ella le dijo que parara un poco porque era su último viernes de feria, porque se iba del barrio, a la casa de su papá en el campo. Y si bien no podía darle un abrazo, le agradecía por todas las veces que la acompañó a la feria, viernes difíciles y angustiantes, pero viernes de feria, al fin al cabo. Gracias, le dijo media melancólica. Sin pensarlo una ni tres veces, él se confesó. Ahora ya no se ven los viernes en la feria. Pero cada cierto tiempo se sientan a conversar por skype, conversan de frutas y verduras y muchas otras cosas, tanto, que a veces incluso llevan frutillas, plátanos y cremas, y vinos, y más frutas, y se sienten y confiesan de lo bueno que siempre es ir a la feria.
Perfil del autor/a: