Por:
Osa Flaca & Andy Co
Dúo Torta Golosa
Intervención en Conversatorio Festival
“Yo Aborté con las Amigas”
Santiago de Chile, 2019.
¿Por qué es importante hablar sobre la cultura del reggaetón? ¿Por qué hay que disputar la pista de baile? ¿A quién se la disputamos?; ¿qué significa considerar al reggaetón una cultura?, ¿cuáles son los paradigmas, es decir, los conjuntos de ideas que existen para comprender a la cultura en la sociedad actual?, ¿por qué hablar de raza, clase, género, feminismo, colonialismo y reggaetón?, ¿por qué hacerlo hoy, en este contexto de conmemoración del Día por la Despenalización del Aborto en América Latina y el Caribe? ¿Por qué hay que leer y autoformarse políticamente?, ¿qué vínculos tiene la creación de música con el contexto político-económico y con la cultura?, ¿qué tienen que ver Farruko, Tego Calderón, Claudia Zapata y Edward Said?
Primero es lo primero. ¿Qué entendemos por cultura? La profesora Claudia Zapata, feminista de La Pintana (periferia de Santiago), intelectual y académica, estudia el pensamiento de los intelectuales indígenas de Ecuador, Chile y Bolivia, entre otros, y para dar cuenta de esos estudios ella utiliza los pensamientos de Edward Said, un intelectual y activista palestino. El Said que lee Zapata define a la cultura como un “auténtico campo de batalla” en el que chocan las disputas ideológicas. Es decir, la cultura contiene ideología y estamos de acuerdo.
Nosotras nos distanciamos de aquellas tendencias de derecha que buscan situarse como “neutras”, reivindicándose libres de toda “ideología de género” (por ejemplo), naturalizando así los comportamientos de hombres y mujeres como “dados por la naturaleza”, porque lo natural también es ideológico.
Es importante identificar plenamente al enemigo, al opresor, al sistema para poder realizar una resistencia clara, coherente y que tenga efectos a corto plazo. Reconozcamos que nos enfrentamos a un sistema que nos discrimina, que es muy extenso, complejo, que tiene aliados en la academia, en el activismo y en nosotras mismas.
Ahora, volvamos a pensar qué es lo ideológico, lo cultural en el reggaetón. ¿Cómo empezamos? La tradición dice que “hay que buscar el origen”. Existen dos narrativas de mayor difusión que sitúan al origen en Panamá o en Puerto Rico, principalmente, y existe un artículo de revista que se llama “Los circuitos socio-sónicos del reggaetón” con el cual comulgamos bastante y que nos gustaría citar a continuación, a propósito de “un origen” y la “pureza” que esa concepción histórica implica:
“Algunos apuntan hacia el reggae en español de Panamá de los años ’80 como la cuna del reggaetón, mientras otros insisten en trazar sus orígenes hasta la música underground de Puerto Rico de los años ’90. Ambas teorías aportan elementos cruciales a la discusión, ya que dudosamente se hubiese desarrollado el reggaetón sin el reggae en español panameño de los ’80 o el underground puertorriqueño de los ‘90. Pero estas narrativas centradas en la nación son en extremo limitadas, considerando que mucho del reggae en español y del underground era básicamente una versión traducida pero por lo demás casi idéntica de los éxitos del reggae dancehall jamaiquino de los ’80 y ’90. Sin el reggae dancehall jamaiquino definitivamente no habría reggaetón” (Wayne Marshall, 2010).
De acuerdo con esa reflexión, el underground, el reggae en español y el reggaetón son géneros trans-caribeños, por lo tanto, tratar de obtener la pulcritud en el origen cultural es complejo. Las culturas no son cuestiones puras y tampoco sabemos si queremos algún tipo de pureza en nuestras prácticas (o si podríamos encontrarlas)[1]. Aquí se postula que no es posible encasillar al surgimiento del reggaetón en una única tierra, sino que surge por acción del diálogo cultural, por acción del intercambio fructífero entre géneros musicales y personas. Concluyamos entonces que la cultura no es algo “puro”, sin embargo, existe un culturalismo que reconoce, esencializa y separa, una noción que se reactualiza en la escena teórica posmoderna de los 90, según Claudia Zapata. Pero ¿cuál es el problema de este culturalismo esencialista? El problema es que al esencializar y separar se genera una celebración de la diferencia, respeto y permisividad en el plano individual, que atrofia las demandas o planteamientos colectivos, o así al menos lo caracteriza Enrique Antileo, activista mapuche, según la síntesis de Claudia Zapata que lleva por nombre Crisis del multiculturalismo en Ámerica Latina. Este tipo de mirada culturalista, se enmarca en el paradigma multicultural de la vida, en el que las identidades no tienen contexto político, económico, social, histórico, etc. Esta es la reproducción de la visión hegemónica de la cultura, una cultura en la que “se reconoce una diversidad cultural que es meramente decorativa o de ornamentación, sin contexto, sin historia, sin profundidad” (recordemos que en el retail es posible encontrar poleras de los Sex Pistols, de Los Ramones y de otro íconos de protesta y que incluso Angela Davis escribió sobre su propio proceso de iconización). De símbolos sin contenido sabemos…
Volvamos al reggaetón. Pensemos que Tego Calderón escribe para conmemorar el Black Pride (orgullo negro) del 2007 en el New York Post y que también escribe la canción “El reggaetón no pasa de moda”. Ahora consideremos que Farruko en su video “Don´t Let Go” da cuenta de la situación de los migrantes latinos en Estados Unidos. Y que, aunque la letra no es explícita sobre el tema, el contenido audiovisual de la trama de la canción es soporte suficiente para detectar que Farruko se está refiriendo al racismo de Estado. El discurso racista de Donald Trump, a modo de introducción, da señales fuertes y si aún quedan dudas los autos policiales ardiendo que aparecen en el minuto 3 aclaran el panorama. Y si seguimos, nos acordamos también del único hombre diferente, Daddy Yankee, y su tema “corrupto oficial” del disco “Los Homerun-es”, donde denuncia montajes de parte de distintas instituciones de uniformados en Puerto Rico.
En fin, esto no se trata de indicar los puntos más profundos del reggaetón -que los hay- y unirlos como un mapa de números, sino que queremos enfatizar que el contexto de producción del reggaetón es social, es económico, es político y eso es cultural. Algunos doctos reconocidos y otros autonombrados, instan a dejar al reggaetón como un género musical desprovisto de técnica, teoría o dificultad, denostando al género en términos musicales; también han dicho que es un género que cosifica y que saca un machismo que al parecer, sólo existe en Latinoamérica; incluso algunos discursos culpan al reggaetón de la hipersexualización de la juventud, dejando a la adolescencia como algo ajeno a la realidad adulta-sexo-centrada, que no olvidemos, gusta de distintos tipos de música. Sabemos que la pobreza no fomenta precisamente la compra de instrumentos, la tutoría y los tiempos de ensayos, sabemos que los géneros musicales populares utilizan menos elementos, digamos que, la música clásica. Levantamos nuestras sospechas frente a la acción de desechar al reggaetón por no ser un género “a la altura” de los demás, cuando ese descarte esconde la discriminación de la pobreza.
Utilizamos el reggaetón porque nuestra rabia no pudo ser contenida por el papel, porque la garganta no aguantó para gritar contra todo lo que nos oprime a diario; utilizamos el reggaetón como medio para difundir nuestra rabia, porque en dos minutos y medio podemos entregar información sobre cómo hacerse un aborto sin llegar al hospital y ningún PDF o paper nos va a permitir ese nivel de difusión; porque es el género musical que nos llama, porque es la banda sonora del tiempo de vida que nos tocó presenciar en esta tierra suramericana.
Salimos del closet del reggaetón, salimos del closet de clasista que encierra el reggaetón, salimos del closet que nos dice “las feministas no pueden escuchar reggaetón porque es machista”. El reggaetón es la herramienta cultural que elegimos para canalizar nuestra rabia, para bailar entre mujeres, para posicionar los temas que nos interesan en la noche, en la pista de baile y haciendo el aseo. Porque no existe “la” cultura feminista o “el manual de la buena feminista”. Somos lesbianas feministas reggaetoneras del Cono Sur y esta es nuestra revolución cultural, ésta es nuestra forma de instalar los temas y, por supuesto, habrá otras que utilizarán las herramientas culturales que tendrán más a mano para difundir lo que para ellas es urgente.
Entonces, podemos decir que la cultura es heterogénea. Sin embargo, no podemos decir que porque es “cultura o tradición” vamos a seguir dejando las cosas como están, permitiendo el maltrato animal, argumentando que la muerte y la tortura por formar parte de la tradición no se pueden cambiar. Frente a esto, nos preguntamos: ¿cómo no se va a poder cambiar si es cultural?, ¿o es que acaso tenemos la misma cultura que hace 20, 50, 100 y 500 años? Nosotras pensamos que es posible lograr los cambios culturales y, de hecho, para Gramsci, “la tradición es considerada sólo como fuerza y los reglamentos están siempre en curso de revisión no por deseo de cambio, sino para poder adecuarlos a la realidad”.[2] Antonio Gramsci era un marxista italiano y cuando él realiza esta afirmación, abre al campo cultural una posibilidad prioritaria frente al campo de lo político tradicional, es decir, nos permite pensar que nosotras también podemos incidir en lo que queremos o no queremos por cultura, lo que nos hace considerar sus planteamientos para nosotras.
Por otra parte, el “relativismo cultural” no nos permite posicionarnos frente acciones de maltrato por estar cristalizadas en la tradición cultural. No podemos usar el argumento “es cultura” para justificar torturas, aquello constituye una acción que no queremos reforzar ni apoyar, tampoco apoyamos la acción de las feministas francesas que “liberan” a las mujeres musulmanas en Francia quitándoles un poco de ropa, sin su consentimiento. ¿Qué queremos decir con esto? Que bajo la excusa de “es cultura”, año a año en Chile se permite la tortura abierta de animales como entretención o deporte. Efectivamente existen leyes que sancionan en algunos casos el maltrato, pero ellas no reflexionan sobre los usos que la especie humana da los demás animales, tanto interespecie como intraespecie, ni buscan cambios estructurales.
Pertenecemos a una cultura especista que sienta sus bases en un patriotismo criollo machista y frente a esto tenemos dos opciones: o disputamos la cultura de nuestra tierra o no la disputamos, o generamos intervenciones o no las generamos. ¿Por qué tenemos que alejarnos del espacio público?, ¿por qué tenemos que escondernos y obligarnos a permanecer ocultas enfocadas únicamente en la “micropolítica”, que sabemos funciona, pero que no es suficiente?, ¿por qué tomarse las calles y llamar al aborto libre?, ¿por qué es necesario disputar los espacios? Porque creemos en el cambio, creemos en los neologismos y en los nuevos mundos que armamos. ¿Por qué es importante que las profesionales de la salud de Chile se organicen e indiquen abierta y públicamente que la objeción de conciencia es obstrucción de derechos? Porque es necesario darle cara al poder y usar todas las herramientas que tenemos a disposición: somos profesionales, somos trabajadoras, somos feministas con conciencia ética y no toleraremos que a las mujeres se les niegue su derecho al aborto.
El activismo necesita profesionales, activistas y artistas, académicas y estudiantes, funcionarias públicas e independientes, el activismo nos necesita a todas para avanzar en conjunto hacia la creación del mundo que repensamos y rehacemos a diario. Es necesario que nos posicionemos y que tengamos una actitud de autoeducación y de mucha libertad de aprendizaje. Es necesario que estemos actualizadas en las discusiones, es necesario que activemos con constancia, rigurosidad y eficacia, que pongamos todas las herramientas que tenemos a disposición del activismo, porque cada ganada personal puede ser una ganada para la colectiva, cada mujer que es autónoma emocional y económicamente es una ganada para el feminismo y un retroceso para el sistema patriarcal.
Esto no es sólo un festival de aborto y esto no es una charla más dentro del programa, esto forma parte de esta cultura que estamos creando. Todas las mujeres que aquí se presentaron y que se unieron en toda América Latina y el Caribe en conmemoración de esta fecha están diciéndole al poder que estamos presente en muchos territorios y que estamos creando una conciencia unida, con profunda memoria histórica y con pista de baile.
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Leído un domingo 29 de septiembre de 2019 en una tarde soleada pero con bastante viento en la Casa de los Diez, compartiendo con Chocolate Remix (Argentina) y con todas las asistentes. Editado y referenciado el jueves 3 de octubre de madrugada. Re-editado para su publicación lunes 27 de abril de 2020.
[1] Quizás hay quienes piensen distinto, es común la heterogeneidad política al interior de los movimientos de resistencia.
[2] Cita de la página 59 de “Cuadernos desde la cárcel” de Antonio Gramsci, Volumen 5 (Cuaderno 13 – XXX). “Observaciones sobre algunos aspectos de la estructura de los partidos políticas en períodos de crisis orgánicas”. Pensamos que pueden existir puntos de encuentro entre lo que propone Gramsci y la lectura de los cambios culturales que tratamos de impulsar, ya que, debe existir una crisis de autoridad (que surge luego de un proyecto fallido) para que inicie el cuestionamiento a los planteamientos culturales que nos entrega la tradición. La falta de capacidad de adaptación de los partidos es bastante similar a la falta de adaptación de las tradicionales nacionales a los nuevos tiempos. Aquí por ejemplo, la incapacidad de la tradición chilena de adaptarse a las demandas de no ingesta de carne o no maltrato animal.
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