Frente a la precariedad de las y los trabajadores de las artes y las culturas en este estado de catástrofe, la respuesta del gobierno no ha sido otra que la esperable por parte de una administración estatal que, como todos los gobiernos de los últimos 30 años, ha precarizado sistemáticamente la vida de millones de personas que intentan sobrevivir en medio de la represión, la injusticia y la arbitrariedad de un sistema político, social y económico que pone la explotación de recursos y la acumulación de la riqueza -producidxs por lxs trabajadorxs- por sobre la vida.
Estas medidas del denominado “Plan de emergencia en apoyo a las culturas, las artes y el patrimonio”, desarrolladas “a partir del trabajo con las mesas sectoriales y del resultado de la Consulta Pública”, que según el ministerio recogió información sobre el estado de situación de más de 15 mil personas, organizaciones culturales y colectivos artísticos, serían destinados –a modo de reorientación de recursos del presupuesto vigente, es decir, de los recursos a postular para el próximo año- “a la adquisición de contenidos culturales (pagos de derecho de autor), al fomento de la creación artística, a proteger los espacios y organizaciones culturales afectadas en razón de la contingencia, y a la formación y mediación artística”.
El anuncio del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio de “reformular algunos instrumentos y programas para crear un nuevo plan ante la crisis sanitaria”, es el correlato de la forma de administrar los miserables recursos destinados a las culturas y las artes mediante concursos, lo cual es una manera perversa de competencia que atenta contra cualquier principio de colaboración, amistad y colectividad. Además, esta lógica de postulación es excluyente por la burocracia de las postulaciones y los códigos sobre los que se erigen las mismas, los cuales permiten que sólo algunas y algunos puedan “pelear” por los mismos.
Obedeciendo al FMI
Desde el inicio de la posdictadura, las políticas culturales de los gobiernos de turno han seguido las directrices del Fondo Monetario Internacional, las que indican financiar esta actividad a través de fondos concursables e impulsar la inversión privada en este nicho del mercado, que en el mundo genera varios millones de dólares cada año. Pero no solo esto. En esta lógica de financiamiento, los insumos culturales y artísticos resultantes de estas políticas están dirigidos a los sectores de la sociedad que tienen tiempo y dinero para el consumo cultural.
Al obedecer a estas directrices, el Estado chileno renuncia a asumir que la producción y el acceso al arte en cualquiera de sus posibilidades sea un derecho fundamental, así como lo han dejado de ser la educación, la salud y la vivienda, y al mismo tiempo arroja la producción artística y a las y los artistas a las garras y avatares del mercado; cuestión que sin duda modifica y/o dirige los impulsos en el qué hacer y en el cómo hacer, en definitiva se entromete en la imaginación.
Las políticas de Estado necesitan una representación, y para eso la cultura y las artes tienen un papel fundamental: proyectan lo que somos. En un tiempo nos mostramos al mundo como folclóricos, populares y pujantes; años después más tecnológicxs, en un tiempo reflexionamos políticamente (y sobre todo nos reconciliamos) y, al otro, ponemos en juego nuestros problemas existenciales, emulando las capas medias europeas. Esta cuestión excede la voluntad individual o colectiva de las propuestas artísticas y culturales, y tiene directa relación con la imagen país a proyectar para los inversionistas extranjeros. Lamentablemente esto no es producto de nuestra especulación, sino que está consignado en la políticas culturales del 2005, del gobierno de Ricardo Lagos.
Así, este “plan de apoyo” impulsado por la actual administración del Estado, no es una estrategia específica para contestar a una coyuntura particular, sino que responde a una política neoliberal de concebir las culturas y las artes que todos los gobiernos y coaliciones gobernantes han propiciado desde comienzos de los ‘90. Ante esto, lxs trabajadorxs de las artes escénicas hemos sido precarizadxs en todas las dimensiones, desde los aspectos concretos que atañen al acceso de los bienes sociales básicos para la existencia, hasta cuestiones subjetivas que fortifican la institución del arte haciendo que algunas prácticas sean de primera o de segunda categoría. El ganar un fondo significa recursos pero también, se quiera o no, presupone que una obra determinada tiene algo que no tiene la que no ganó: es mejor, es más arte, es más “algo” que otras señalado por la institución
La actividad escénica no se limita a la producción y exposición de obras. Se relaciona también con el mundo de la educación en todas sus dimensiones; con el mundo de la actividad social, territorial y comunitaria, y muchos y muchas teatristas entregan tiempo, energía y pasión en estos espacios donde el teatro es un aporte para la comunidad y los y las individuas que la componen, trabajo intenso y comprometido que también es financiado a través de distintos tipos de fondos concursables.
Esta misma lógica concursable se replica desde el gobierno en estado de catástrofe. Las y los trabajadoras precarizadas del arte y la cultura, inmersxs en una profunda crisis a propósito de la presencialidad y las distancias sociales, debemos “competir” a través de fondos concursables por una mísera ayuda económica en tiempos de crisis.
Una vez más se invita a concursar, una vez más someterse a todas las injusticias de este tipo de financiamiento que privilegia a quienes tienen los conocimientos, la experiencia y la tecnología necesaria para postular con alguna posibilidad de adjudicación, con alguna posibilidad de ser parte de lxs escasxs privilegiadxs que acceden a estos fondos año a año. Esta dinámica en el actual contexto pandémico resulta aún más humillante puesto que las situaciones de hacinamiento, el teletrabajo, la labor de cuidados, la escasez de equipos para cubrir trabajo, educación, comunicación de varias personas en una casa, la incertidumbre económica, la creación constante de generar fuentes que generen algo de dinero, son algunas de las cuestiones que hacen de este pronunciamiento del gobierno algo que, no sorprende pero si insulta y enfurece.
11 de mayo, día del Teatro
Este lunes 11 de Mayo se celebra El Día del Teatro en Chile, justamente en momentos en que la situación laboral, económica y social de las y los artistas escénicos se encuentra altamente precarizada por las consecuencias de la pandemia mundial.
El Día del Teatro en Chile fue instituido por la Ley 20.153 el 26 de diciembre de 2006. Esta iniciativa fue presentada por senadores como Camilo Escalona, Pablo Longueira y Pedro Muñoz entre otros, en honor al fallecido actor y director teatral Andrés Pérez, quien fue parte de un grupo de artistas que resistió culturalmente a la dictadura de Pinochet en la década de los ‘80 y uno de los más importantes exponentes de la actividad teatral desde el regreso a la “democracia”.
De hecho su obra más importante, “La Negra Ester”, se convirtió en un símbolo cultural de la recién conformada Concertación de Partidos por la democracia, a través de cinco giras por Europa, Estados Unidos y Latinoamérica, visibilizando la nueva democracia nacional a nivel internacional, dando cuenta de un enorme despliegue artístico y cultural y de la importancia de las y los artistas en el campo de la vida social, marcando una clara y mediática diferencia simbólica con el régimen militar. Sin embargo, en términos económicos y políticos, el pacto con la derecha tradicional era más bien la búsqueda del consenso y de una armónica relación con las Fuerzas Armadas y el empresariado nacional y transnacional, pacto ridículamente camuflado a través de pequeñas y tramposas modificaciones a la Constitución del dictador. En definitiva, se elaboró un gran dispositivo que creara la ilusión del fin de la dictadura, pero que en realidad continúo con su legado económico, político y social y que ahora se muestra sin filtros frente a la pandemia.
El año 2000, Andrés Pérez recibió en comodato el terreno y parte de las edificaciones que hoy forman parte del Centro Cultural Matucana 100 de manos del por entonces alcalde de Santiago, Jaime Ravinet, recibiendo el nombre de “Bodegas Teatrales” y convirtiéndose en un espacio multidisciplinario de gran convocatoria y participación comunitaria. Sin embargo, en abril del 2001, Luisa Durán, primera dama, esposa de Ricardo Lagos, envió a carabineros a notificar el desalojo del espacio, pasando por encima del trabajo realizado para convertir ese espacio en un centro de producción escénica para muchas compañías y agrupaciones teatrales de variadas tendencias y vertientes. Tiempo más tarde, este espacio sería bautizado como Matucana 100 y pasaría a ser administrado por Ernesto Ottone, gestor cultural formado en Europa e hijo de Ernesto Ottone, asesor comunicacional y brazo derecho de Ricardo Lagos.
Pese a todo el aprovechamiento político que la Concertación hizo de la obra de Andrés Pérez, fue abandonado a su suerte, sin que recibiera algún cargo en espacios culturales a nivel nacional o municipal, sin ser invitado a alguna agregaduría cultural en el extranjero, sin ninguna injerencia en las nuevas políticas culturales que se estaban implementando bajo los conceptos y consejos del Fondo Monetario Internacional.
Años más tarde, esa misma Concertación, tras la Muerte de Andrés Pérez -abandonado, enfermo y viviendo la precariedad- con apoyo de senadores de la derecha tradicional, decide celebrar al teatro chileno el día de su natalicio.
Este día que celebramos como día del teatro, no es más que la representación del consenso, de la apropiación de la figura de Andrés Pérez y del proyecto colectivo que representaba M100. Como Plataforma Escena Crítica y Memoria, hoy, nos tomamos este día en memoria de Andrés Pérez y como un abrazo fraterno a todxs lxs compañerxs que están pasándola mal en estos momentos y que han entregado tanto en distintos territorios, construyendo a partir de experiencias artísticas, estéticas y culturales la posibilidad de vivir de otro modo, las que muchas veces se levantan por decisión o no sin recursos del Estado, en un ánimo abierto de levantar la autogestión frente a las instituciones neoliberales como una forma de construir autonomía popular.
Nos tomamos este día para rechazar este gobierno de asesinos y corruptos. Nos tomamos este día para rechazar el insulto que significa el “plan de apoyo”. Pero sobre todo nos tomamos este día para insistir en que nos levantamos en la perspectiva de la construcción de una realidad radicalmente distinta a esta. Queremos insistir en que no sólo rechazamos el “plan de apoyo”: rechazamos la políticas culturales en su conjunto y de toda la administración de la pos dictadura; rechazamos el neoliberalismo en su totalidad y esto también incluye las instituciones del arte y su manera de administrar los recursos. Nos tomamos este día para gritar que queremos, transformar de manera radical las relaciones sociales y de producción en las artes escénicas, y quizás así, algún día tengamos algo que celebrar.
Esa misma precariedad y abandono que padeció Andrés Pérez es la que viven miles de trabajadores y trabajadoras del arte y la cultura, de las artes escénicas.
Ante esto y en el Día del Teatro, decimos: basta de arreglos y menosprecios que favorecen a una elite protegida que está en los espacios que nos pertenece a todxs. También en esta fecha, saludamos sobre todo a aquellas instancias que se han levantado con o sin apoyo del estado para transformar la realidad y construir otro mundo, desde la autogestión, la lucha, las afectividades, las certezas y la convicción de que el espacio de las representaciones son también un lugar de disputa.
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