Gabriela Mistral fue una escritora e intelectual de la que todavía hoy desconocemos muchas facetas de su vida. Fue prolífica no sólo en los géneros de poesía, prosa, ensayo y epistolar, sino que también en diversas maneras de acercamiento a literaturas sagradas y místicas de origen oriental y otras de raigambre castiza, como la Biblia, que la acompañó desde sus lecturas de infancia y que enriqueció su imaginario, así como búsquedas espirituales que la llevaron a conocer y defender nuevas formas de estar, pensar y relacionarse consigo misma, con la naturaleza, los animales y las personas que la rodearon.
A la vez, el interés por la educación le conminaron a mirar más allá de las prácticas y convenciones de la época, promoviendo el cine en Latinoamérica como una manera de explorar otras formas de interdisciplinariedades y acercar el mundo rural al espacio globalizado.
Este libro es fruto de un trabajo de investigación de 3 años, y es parte de la colección Gabriela Mistral que inició en el año 2016 la editorial Los Libros del Cardo con la finalidad de exhibir otras áreas de trabajo de una mujer que fue precursora de su época, de su territorio, de su género y que excedió con su labor diplomática, política y humana el rol de poeta, una mujer atípica, enorme y con una vastedad de emociones y vivencias que conmueven y provocan seguir realizando exégesis de su obra y vida.
Gabriela Mistral: iniciática, astral y precursora es la primera compilación que expone este lado desconocido o poco explorado del universo mistraliano, y que pone a disposición de las lectoras y lectores nuevas significancias de su escritos y su honda visión del autoconocimiento y el vivir en armonía y comunidad. Creemos que es un material fundamental para nuevos estudios y acercamientos a esta gran pensadora siempre vigente y que cruza las épocas con sus ideas.
Texto extraído de “Gabriela Mistral iniciática, astral y precursora”
Algo sobre Aurobindo[1]
Agosto de 1949, México
Gabriela Mistral
Rara vez las literaturas remotas alcanzan hasta nosotros, Sudamericanos. Cuenta – entre los absurdos del mundo el que las gentes medio-asiáticas que somos nosotros ignoren fabulosamente las porciones indoeuropeas y orientales y se sientan emparentadas con cualquier lonja de Europa y no reconocen injerto mongol y polinesio.
Por este caso inefable, la enorme cultura asiática no ha llegado a nuestras puertas sino bajo la forma de tres huéspedes: la obra de Rabindranath Tagore, un libro de Gandhi y meros trozos magullados del “Malbharata” y el “Ramayana”.
El raro libro oriental que llega a nosotros, trasvasado dos veces, tiene varias condiciones adversas más para no alcanzar a nuestra gente; estas escrituras religiosas son duras de penetrar y nuestros lectores comunes son gentes muy sensuales en el sentido de amar perdidamente los “textos de llanura”, en los cuales es dable retozar y correr…
Los textos orientales son precisamente montañas: no se suben a paso de marcha y la desnudez de sus costados no promete solaces al panteón; ellos son realmente una lectura heroica semejante al acantilado marino o a la ascensión de nuestros Andes, segundones del Himalaya.
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Así, el hallazgo de Sri Aurobindo llegó a mí con tardanza y mutilado. Sobre un mostrador de librería francesa, abrí al azar y fojeé “La Madre», encontrándome con uno de esos trozos que por intensos y bellos atrapan y retienen aunque sean meros muñones de capítulos de algo gigantesco.
Busqué más del autor incógnito y me dieron «La Síntesis de las Yogas». No estaba allí desgraciadamente el libro nuclear «La Vida Divina» y me he quedado hasta hoy ayuna de él.
(Recuerdo que sonreí a la fotografía del hindú mayor: ¡cómo se parecía a los rostros de mi Pacífico Sud, al semblante indígena que corre entre Perú y México!). Yo leería estos libros ignorando casi todo del autor: su curiosa formación cultural indo-europea, su alto rango en la literatura oriental y su ancha influencia sobre la política hindú.
Duele opinar sobre cualquier escritor leído en doble traducción; más valdría abstenerse por pudor y honestidad y yo escribo esta noticia con azoro y rubor, deseando solamente que haya una débil presencia de mi América del Sur; y de mi país, Chile, en este gran jubileo. Porque el hombre sumido ahora en un Convento, pertenece al orden de los varones que son universales por la anchura de su mensaje y a los que apareamos con las fuentes. Ya que realmente son el refrigerio del género humano.
Es probable que si la extinta Sociedad de las Naciones y las «Naciones Unidas» de hoy trabajasen asistidas de unos cuantos apósteles verídicos y de menos políticos artificiosos, sus debates fuesen asistidos de la Gracia a lo divino y a lo humano. Hasta en la Mitología griega Mercurio -el comercio- viene mucho después que Apolo, el encantador de hombres. Tenemos que retener de esos cónclaves nombres asimismo y discursos ayunos de un verdadero espíritu unitario. La palabra «mundial» renguea bastante en esos debates, porque nuestros mandatarios efectivos son los varones de orden espiritual.
En cambio, este vocablo no ha dejado nunca de resonar en aquella Asia desdeñada por una Europa que cayó en amnesia superlativa. Olvidar a la Madre parece ser la amnesia mayor y este es el Oriente en edad y en substancia, en el parto y en las primeras leches que la alimentaron.
Si la palabra “unidad” se repite día a día por el Asia fiel, eso viene de que ella constituye la letra primera de su abecedario moral y de que ella resuena en la plegaria matinal y la vespertina de sus fieles: el devoto asiático procuró siempre alcanzar al género humano entero y aposentarlo en su conciencia. Nada de humanidad cortada a pique por abismos amoratados, nada del patrón económico para evaluar las naciones. No puede decirse lo mismo de nuestros meros “rezadores” cuya esfera terrestre no va más lejos que las rayas de sus costas o las piedras escaladas unas fronteras políticas y por allí falsas. Y ningún hombre letrado debería aceptar su ignorancia absoluta de las dos religiones que cubren un estadio de V millones de Asiáticos. Allegarse al Budismo -para no mentar sino el credo oriental más cualitativo- los libraría de hacer burlas infantiles sobre una religión tenida por muchos como la antesala del Cristianismo, como el prólogo del «Gran suceso».
[1] Aurobindo Ghose (Calcuta 1827 – Pondicherry 1950), fue maestro de yoga, poeta y filósofo indio que defendió la independencia de la India y del que algunos afirman que fue un descubridor de nuevos caminos de acercamiento a la divinidad y conocimientos sobre la Tierra y el universo. Fundó dos semanarios, al salir de la cárcel por cuestiones políticas, uno en inglés, Karmayogin, y otro en bengalí, Dharma. El 15 de agosto de 1914 publicó una revista filosófica mensual, Arya, en la que expresaba su visión divina del hombre y de la historia hacia la unidad y la armonía, de la naturaleza y de la evolución de la poesía, del sentido profundo de los Vedas, de los Upanishad y de la Bhagavad-gītā y del espíritu y de la significación de la cultura india.
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