“Que la sociedad chilena,
que tanto pregona su blanquedad,
asuma su hermosa morenidad”
Elicura Chihuailaf
Chile tiene heridas profundas, dolores antiguos que arden y se abren a diario. El ideario patrio, el enemigo interno, el latifundismo recargado de fronteras mentales que tanto daño hacen en el cotidiano. En nuestros cuerpos se depositan cada una de esas heridas.
El linchamiento y violencia bajo el amparo del Estado en Ercilla, Victoria, Traiguén y Curacautín, son el horror de Chile. Es la normalización de la huelga de hambre para exigir justicia. Es el silencio e impunidad ante todos los asesinatos cometidos contra el pueblo Mapuche en esta “democracia” que desde el 18 de octubre se está cayendo a pedazos.
El linchamiento es la expresión de la triada: capital, patriarcado y colonialismo; enemigos a los que debemos enfrentar hasta su extinción, junto con sus condenables y consabidos pinochetismos, supremacismos, chicago boys, y necropolíticas. El linchamiento es el despojo de la vida. Es la sociedad que no podemos ser. No se puede dialogar con el fascismo. No todas las opiniones son válidas si anulan el derecho de existencia al otro. O su derecho de dignidad. Vemos una y otra vez cómo los discursos fascistas y de supremacía racial buscan que el oximorón del racismo siga siendo regla y transformar al victimario en víctima. Creemos fundamental, aunque nos hierva la sangre, no caer en su juego, no caer en los discursos del odio. Creemos fundamental superar su violencia con inteligencia y corazón, con alianzas y solidaridad.
El “Reyno de Chile” se constituyó sobre la base del genocidio de los pueblos indígenas y la República no ha hecho otra cosa que extender su cara voraz. Chile es un crujir de huesos, como escribió Pablo de Rokha. Chile en estos doscientos años de historia se ha sostenido sobre la base del racismo y la negación de los pueblos indígenas con el objetivo férreo de llevarlos hasta su completa negación y exterminio.
Víctor Pérez, los grupos coordinados de derecha en Curacautín, los pacos, los milicos, Piñera: son las últimas caras del fascismo chileno. Esa odiosidad que ejercitan y proyectan, avalada por una maquinaria estatal, no se erradica con sacarlos de sus puestos, dar de baja un funcionario o incluso cambiar un gobierno. Son procesos largos, habitados por encuentros y desencuentros, acuerdos y desacuerdos, ganancias y pérdidas. Arrancar de raíz el racismo que ha penetrado estas tierras desde hace más de cinco siglos requiere acciones desde múltiples frentes. Por lo pronto, procesos de educación y reparaciones materiales. Es urgente repensar y rehacer nuestras concepciones de cultura y de sociedad.
El linchamiento, que para muchos es visto como un problema ajeno, nos comunica el sello e impronta de un nuevo momento del Ejecutivo, con la investidura de Victor Pérez Varela como ministro del Interior y Seguridad Pública. A través de este nefasto antecedente, hoy vemos los primeros movimientos de quién estará encabezando el despliegue de la represión en las calles de todo el país cuando ya podamos volver a encontrarnos en ellas.
No basta con decir que las vidas mapuche importan. No basta mirar el racismo chileno a partir del racismo gringo. Es fundamental mirar el racismo en el propio contexto, derribar los muros de la lengua a través del continente y aprender de las distintas experiencias. Los matices de la cuestión racial, intervenida por la clase y las configuraciones nacionales del subdesarrollo, impulsarán nuestras propias formas de comprensión y lucha. Tal vez el primer paso sea ser capaces de reconocernos, resignificar nuestra historia como oprimidos en procesos de emancipación, mirarnos al espejo champurria, retejer nuestro telar colectivo, diaspórico e indígena, y que éste pueda extenderse y brillar con todas sus cicatrices.
Así mismo también hay que saber calificar de Racismo lo que sucede en Chile, de una forma tan dura como cualquiera de sus expresiones universales. No dejar de señalarlo jamás; ahí está la tarea de cada une de nosotres. Que seamos incansables (hasta la majadería) para asegurarnos que no exista nadie más por ahí pensando que lo que pasa en este país no es racismo, o que lo es en una naturaleza de menor intensidad. Citamos a Angela Davis para decir que no basta con no ser racista; hay que ser antirracistas. Lo hacemos tomando posición en esa orilla, que pregonamos como el lado correcto. Nos sentimos convocados y repudiamos la violencia contra el pueblo mapuche, pues no podemos convivir con ella. Cualquier expresión de racismo nos interpela directamente, así no nos toque individualmente. Son un atentado contra nuestro derecho de vivir en paz.
Tomemos este dolor como una posibilidad de actuar en el acá y el ahora. El debate sobre el proceso constituyente sin duda hará reaparecer a la vieja guardia del latifundio, que se expresa hoy en “grupos económicos” con sus lacayos de choque financiados y esparcidos por todo el territorio. Es por eso que se hacen tan necesario los escaños reservados en el eventual proceso constituyente: para los pueblos indígenas, lxs afrochilenxs, lxs migrantes, las disidencias sexuales y de género, las personas en situación de discapacidad. Esta es nuestra visión de un país plurinacional que crece desde las diversas experiencias de las personas que lo habitamos.
Chile debe tener la oportunidad de levantarse de su miseria, al menos llegar a estar a la altura de un país que respeta las normas internacionales como el convenio 169 de la OIT. Chile debe cesar los montajes para incriminar a dirigentes Mapuche, debe dejar de disparar por la espalda, debe dejar de asediar militarmente a las comunidades, debe dejar de encarcelar y dejar morir en cárceles a quienes defienden la vida.
Esas fisuras que se abrieron durante la revuelta tienen que continuar creciendo hasta hacer desaparecer el terrorismo de Estado. La revuelta popular abrió caminos de humanidad por todos los territorios, y lo hizo desde la solidaridad, la reciprocidad, la horizontalidad. Es el pueblo diverso, heterogéneo, plurinacional que crece en dignidad y se mira a los ojos después de mucho tiempo. Esperamos que esos ojos ahora puedan mirar al sur del Bío-Bío, puedan mirar las poblaciones, puedan mirar y enfrentar el odio y la discriminación cotidiana que reciben nuestrxs hermanxs migrantes, las disidencias y diversidades sexuales. Es como pueblos que sanaremos la herida de nacer en Chile. Sabemos que no será la última vez que se abra esta herida, pero como colectividades debemos hacer todos los esfuerzos posibles, y lo intentaremos hasta que valga la pena vivir.
Solo cuando seamos capaces de asumir nuestra “hermosa morenidad”, nuestra contrahegemónica belleza, tendremos la posibilidad de cruzar la frontera de los 500 años de colonialismo y barbarie. Mucho antes de ser un “oasis”, incluso antes de ser el Reyno de Chile, tras la sierra nevada austral se escuchaba en el hondo de sus aguas el “Chili” antiguo, el Chili Mapu. Más que un retorno a ese momento, es fundamental conocer la profunda belleza de nuestra dignidad histórica para, desde ahí, resignificar nuestro presente. Que nuestra temporalidad esté dotada de vida y pueblo, que ello permita transformar nuestro trauma, que cada territorio tenga la oportunidad de escribir su memoria. La sociedad que estamos construyendo será levantada desde el corazón o no será.
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Equipo Editorial LRC