Estábamos en junio del 2019, uno de esos días de invierno en los que el frío te cala los huesos. Era la 8va Muestra Cine, organizada por Vlopcinema y Sabotaje, en la Casa Huemul, cerca del Metro Franklin, e iba a comenzar la proyección. El clima me tenía temblando así que me compré un navegado para acondicionar la experiencia y relajar la musculatura. Sentía un especial interés en ese documental y me senté bien cerca de la pantalla con mi vaso de vino caliente para esperar a que empiece.
Boca de Lobo (2018) es un cortometraje realizado por Francisca Véliz y Diandra Olivares. Dura poco menos de ocho minutos y se articula a partir de entrevistas a un pequeño conjunto de hombres que opinan sobre les migrantes. Critican las costumbres y hasta las fisionomías de extranjeres de lo que ellos consideran países menos desarrollados. La importancia de las palabras se refuerza con la elección estética que hacen las realizadoras cuando recortan los rostros y nos muestran únicamente las bocas, como queriendo obligar también a los ojos a escuchar.
Yo estaba ahí sentada frente a esas bocas con dientes afilados y comisuras salivadas escuchando sus opiniones rancias y desde mi vaso subía el olor a vino caliente. Entonces empecé a sentir un agudo dolor de cabeza que intenté desestimar tomando un trago de mi elixir. Ellos coincidían en que la delincuencia, el narcotráfico y el desempleo no existían en Chile antes de la “sobrepoblación” migrante. Fulanito decía temer por el incremento de flaites en el territorio nacional porque con los locales ya era suficiente. Después, Juan de Los Palotes dijo que los chilenos no están acostumbrados a ver negros y en eso acostó su argumento del rechazo a la diferencia.
Entre carcajadas y clichés este grupo de hombres juega a desconocer su identidad sudaca y se atribuye una superioridad física y moral construida sobre el supuesto de la estabilidad económica, la claridad dérmica y ciertas supuestas buenas prácticas culturales.
El machismo reclama protagonismo cuando examinan a las mujeres migrantes. Y es que, según ellos, las que son de plástico no son del pleno gusto masculino. Y las otras son feas porque son negritas. Pero además están las que son blanquitas y rajonas, esas son exquisitas, afirma Menganito, y se besa los dedos como quien se deleita frente a un manjar.
En este punto yo sentía náuseas.
La otra categoría para calificar la utilidad femenina es la habilidad para hacer el aseo. La soltura de expresión y la confianza con la que vomitan sus sentencias misóginas se levantan sobre la indiferencia que les provoca el hecho de que las entrevistadoras sean mujeres. Pues se atreven a descalificar el género frente ellas, como si se tratara de sujetas invisibles e insignificantes a quienes no se les pide permiso ni tampoco perdón.
No soy racista pero… y luego un chorro de de afirmaciones que evidencian todo lo contrario. Aquello que pretende ser negado se disuelve por completo cuando ese “pero” se abre camino y da lugar a un abanico de afirmaciones negativas y hasta violentas sobre quienes se dice respetar.
Cuando terminó la película, tanto las náuseas como las puntadas en mi cabeza se habían intensificado y yo sé que mucho tienen que ver esas bocas. Así que agarre mis cosas y me fui pensando que los lobos son animales territoriales y también lo son algunos hombres, o al menos eso se evidencia en este corto que indaga sobre los prejuicios masculinos revelando que, con frecuencia, la ignorancia es la cama cómoda donde descansa la xenofobia.
BOCA DE LOBO (2020)
Sinopsis: Retrato social en base a una sucesión de entrevistas acerca de la imagen que algunos hombres chilenos poseen sobre las mujeres inmigrantes. Detrás de bocas que se muestran amigables, hay dientes afilados que se esconden en la ignorancia.
Perfil del autor/a:
Corina Mayer Sanger (Bahia Blanca 1989) escritora y guionista argentina radicada en Santiago de Chile desde hace casi una década.