Cristóbal Colón, Arica, 1 de noviembre; Bernardo O’Higgins, Antofagasta, 5 de noviembre; Carlos Condell, Valparaíso, 31 de diciembre; Cornelio Saavedra, Collipulli, 29 de octubre; y Pedro de Valdivia, Valdivia, 4 de noviembre. Estos son solo algunos de los actos iconoclastas y desmonumentalizadores desencadenados luego del inicio de la revuelta social de octubre del 2019, los cuales fueron mapeados por el equipo de este proyecto que desde el diseño de una publicación impresa -hoy puesta a disposición para libre descarga- y la difusión en redes sociales, buscan relevar la potencia transformadora de estas acciones que de manera sistemática y simultánea se desplegaron -y despliegan- en todo el territorio.
“Lo que tienes en tus manos es un registro de acciones colectivas descolonizadoras, la expresión múltiple de una rabia creadora que se desencadenó de manera simultánea y libre por lo largo y ancho del territorio a partir del 18 de octubre del 2019”. Así es como inicia la primera edición impresa de La Descolonizadora, proyecto colectivo de memoria crítica que recientemente dispuso para libre descarga la publicación que reúne una serie de acciones de desmonumentalización desplegadas durante los primeros cien días de la revuelta.
Intervenciones, rayados, decapitaciones y derribamientos, forman parte de las más de veinte acciones desmonumentalizadoras que La Descolonizadora incluyó en el diseño de un mapa, herramienta que si bien es “muy de la colonización, muy occidental”, este colectivo prefirió recuperar y tomar para dejar huella de esta afrenta a la historia oficial y su expresión pública mediante monumentos. Una expresión del poder colonial que, como relevan desde el colectivo, no sólo deviene del imperio español y su dominación, sino que también de la república. “El colonialismo no es solo una herencia española, ni acción de un estado en expansión, sino que sigue siendo una realidad impuesta hasta nuestros días”, versa el material dedicado a estas acciones insurgentes, que nos recuerda -desde el prisma de la colonialidad- que “no son 30 años, son más de 500”.
Una de estas acciones ocurrió en La Serena el 20 de octubre del 2019, cuando la escultura de Francisco de Aguirre, quien estuvo a cargo de encabezar la matanza indígena en dicho territorio, fue desprendida de su podio, sobre el cual escribieron “genocida”. Días después, en su lugar se instaló un busto de una mujer diaguita, “Milanka”. Más al norte, en Arica, el 4 de noviembre fueron decapitados por segunda vez las estatuas de los “Héroes del Morro”.
El mismo día, pero en el extremo sur, el busto de José Menéndez -denominado como “el rey de la patagonia”-, fue derribado y trasladado hasta los pies del monumento “Indio Patagón”, que el mismo Menéndez mandó a construir. Similar acción es descrita con mayor detalle por el material creado por La Descolonizadora, esta vez en Temuco, el 29 de octubre, cuando el busto de Pedro de Valdivia fue arrastrado hasta la estatua de Lautaro.
Pero este no fue el único Valdivia caído durante la revuelta popular: sus réplicas de Cañete, Valdivia y Concepción también amplían la lista de desmonumentalizaciones que, como deja claro el colectivo, no sólo afectaron al general Baquedano instalado en Plaza Dignidad, sino que también se manifestaron en diferentes territorios como actos de desagravio masivo a sus ejercicios supremacistas, jerarquizadores, patriarcales y belicosos.
En un contexto marcado por un despertar global en contra de los monumentos a partir del asesinato de George Flyod en Minneapolis, y ante una nueva arremetida fascista en contra de comunidades mapuche en resistencia -por parte del estado y civiles- a mediados de este año pandémico, es que, a tres voces que se hacen una, el equipo de La Descolonizadora analiza el significado e impacto de estas acciones, así como sus potencialidades que, de seguro seguiremos viendo muy de cerca.
¿Por qué decidieron liberar el material para descarga?
Porque la idea era sacar un segundo tiraje en marzo, y nos agarró todo esto. Estuvimos esperando todos estos meses que la pandemia bajara un poco para retomar las impresiones, y mucha gente nos preguntaba por material. También, todo lo que estaba pasando en el sur nos removió mucho, y sentimos que este era un insumo que podía aportar en las reflexiones y acciones.
En nuestras conversaciones siempre está la idea que nuestra acción es también una forma de aleonar el espíritu colectivo, por eso creemos mejor que ahora esté disponible en digital. También, el mapa contempla 100 días de revuelta, contiene un momento, y ahora el tiempo ha cambiado; han pasado muchas otras cosas.
¿Cómo creen que este insumo puede servir para pensar, por ejemplo, lo vivido hace un tiempo en el Wallmapu con los presos en huelga de hambre y las reacciones a las manifestaciones; este quiebre, esta violencia racista desatada que vivimos recientemente?
Creemos que es mantener una posición, eso es lo importante. Estamos absolutamente hermanadxs con el deseo de liberación del Wallmapu y creemos que hay que mantener la memoria activa, mantener esa resistencia que de alguna forma es simbólica, pero apelamos a que el simbolismo igual impacta. Liberar el mapa y mantener este proyecto activo de una forma imprecisa, o inexacta, pero activo, tiene que ver con marcar una posición. Y por eso también es anónimo, porque es como una voz colectiva. Albergamos en nuestros corazones ese deseo de que -en todos los sentidos- se liberen las aguas, y para eso hay que tener un registro, una memoria, y eso hay que practicarlo. La memoria no es algo que se solidifica o cosifica. Creemos que está en constante movimiento, y La Descolonizadora apunta ahí.
Imaginamos la instancia en que alguien pueda ver el PDF y se lo comparta a otra persona, y esa persona tiene un cabro chico, y ese cabro chico ve y entiende que en el fondo Bernardo O’Higgins o Arturo Prat no eran tan bacanes como siempre se nos dijo que eran. Como un poco eso: desmitificar la historia oficial. Creemos que hacemos un aporte ahí.
Recientemente ha habido desmonumentalizaciones. Al menos dos que fueron bien impresionantes: Cornelio Saavedra volvió a caer –porque lo habían votado en Collipulli– y O’Higgins también. Eso nos gatilló un vínculo a un ejercicio que fue súper masivo, que es una memoria reciente, y que a pesar de ser reciente, nos sentimos viviendo tan en otro momento ahora. Como que ha pasado una vida entre lo que fue octubre y ahora. Sin embargo, están a la vuelta de la esquina esas mismas acciones, esa misma fuerza, esa misma rebeldía.
Pensando en las diversas expresiones que se desplegaron en el espacio público del 18 de octubre en adelante, ¿por qué ustedes acudieron a la desmonumentalización?
La desmonumentalización marca un cambio de época. Carga todo ese simbolismo de que la memoria oficial ya no nos representa, ésta no es nuestra memoria. Esto ha sido instalado, pero no es lo nuestro, no es lo propio. No es lo que nosotrxs pondríamos. Estas esculturas y todos estos referentes fueron muy instalados en dictadura, un eje muy de ejército: hombres, militares, genocidas. Ahí hay un gesto que creemos es convergente con todas las otras manifestaciones de la revuelta. No es ni el más importante ni el más significativo, sino que está inserto en todo un océano de ejercicios que son descolonizadores.
Nos sorprendió mucho que poco antes de octubre fue la revuelta en Ecuador, y allá igual habían hartas imágenes de esculturas que caían, entonces sentíamos que acá en Chile estábamos a años luz de ver y hacer algo así. Cuando empezó a pasar, fue un símbolo súper grande de ese cambio.
Es muy impactante esa sensación de justicia popular que se vio manifestada en las desmonumentalizaciones, porque ahí hay una consciencia del pueblo y del poder de la colectivización de la fuerza callejera. Esa combinación fue súper estimulante y al mismo tiempo era bella; también había una belleza en esa acción de destrucción. Porque, en el fondo, al sacarlos del podio, quedaba vacío y ahí te das cuenta ¿qué son los podios?, ¿cuál es esa construcción que tenemos de nuestras ciudades coloniales? Ahí te das cuenta que al desmonumentalizar hay otra vida y otra realidad posible, y esa sensación fue extremadamente poderosa.
El concepto de desobediencia estética, ¿ustedes lo levantaron, o lo tomaron de algún lado? ¿Cómo se puede describir?
Desobediencia estética tiene que ver con arrasar con la idea de que la estética es pulcra. La estética, en el fondo, es una manera de enmarcar un proceso o un momento. Desobediencia estética también tiene que ver con la idea de que las calles se llenaran de gráfica. Por ejemplo, en ese tiempo conversamos mucho cuando comenzaron a aparecer estos rayados de “gracias carabineros”, que eran más feos que la chucha. Y era increíble, porque al cruzar la Alameda nos encontrábamos con unos murales de una belleza y una calidad simbólica que nos hacían sentir parte de la creación. Somos del pueblo y pertenecemos a esta fuerza colectiva anónima que tiene una belleza profunda que nos conecta y nos emociona. De repente aparecieron estas otras intervenciones que eran horribles en la medida que había un descuido en su estética. No tienen asimilada su belleza: su manera de expresarse es el castigo, es la censura. Ahí surgió lo de “desobediencia estética”: desobediencia, siempre; estética, porque irrumpe, emociona, “embella”. Independiente del estilo: el esténcil, del grabado, de los collage; el estilo daba lo mismo, el eje era la desobediencia.
El vandalismo en el fondo también posee esa estética que irrumpe, que no pide permiso, y que está y que se valida en la emoción, en el impacto. Desde el poder, en el fondo, su manera de hacer una comunicación estética no tiene asidero. Es la publicidad, son los mass media, es la gigantografía full color, y la desobediencia tiene también que ver con que nos aliamos y nos podemos hermanar con un afichito chico, un sticker, da lo mismo.
Así como hay historia oficial, hay una estética oficial, expresada -por ejemplo- en la forma en que están estructuradas las plazas, dónde se ponen, lo que dicen abajo. Hay toda una forma de presentar esa historia y ese peso histórico. Pero con el hecho de intervenir en lo público sentimos que: “esta es nuestra plaza”. Esa acción de desobediencia es una forma de reapropiación, con toda la carga simbólica que tiene la memoria.
En la línea de la desobediencia estética, también hubo ejercicios de otras formas de monumentalizar, y otras propuestas que surgen a partir del podio vacío. Es súper relevante seguir esa reflexión que hubo de construir otras formas de memoria, otros usos de la plaza, otras apropiaciones de eso. Ahí también hay harto de desobediencia que a nosotrxs nos interesaba valorar; presentarlo como una hazaña que irrumpe. La desobediencia estética es esa hazaña también.
Además, es recuperar otras memorias. Aquí en Chile tenemos una escuela muralista súper potente, y de mucho antes. No se inventó ahora. Todo eso estaba debajo de esa capa que le habían puesto en dictadura: blanca, fome, de cemento. Y ahora está saliendo, floreciendo.
Las desmonumentalizaciones se despliegan en el espacio público. ¿Hay algo más?
Creemos que en ese proceso de desobediencia estética –y por eso tiene un impacto tan profundo en nosotrxs el proyecto– también hay una desobediencia hacia adentro. Nosotrxs nacimos en dictadura y tenemos ese caudal educativo que tiene que ver con honrar un respeto a la estética de la formalidad. Creemos que ese proceso de valorar la revolución o la revuelta también tiene que ver con que hacia adentro, en la personal, unx desobedece estéticamente. Ese ejercicio es súper poderoso.
Esa estética es muy de homogeneizar: homogeneizarnos entre nosotrxs, homogeneizar las ciudades y los territorios; que todo sea exactamente igual a como se pensó desde arriba. Y el impulso de la revuelta también era reivindicar eso, las diferencias.
Es muy difícil plantear un cambio social si no somos capaces de cambiar nosotrxs mismxs. Vivimos en una civilización de mucho dolor, y hay que sanarse. En ese sentido, la desobediencia estética hace un aporte. Había mucha alegría en esa instancia. Hay algo importante en esa alegría callejera; esa sensación de limpieza, de verdad de sacarnos la mierda que nos hicieron meternos adentro.
La cita del poema de Pepe Cuevas de “destruir en nuestro corazón la lógica del sistema”, tiene que ver un poco con eso también: vivimos en una realidad capitalista, pero, ¿somos personas capitalista?, ¿qué encarnamos de esta civilización? Creemos que la pega que comienza en octubre es hacerse cargo de que el cambio lo tienes que hacer tú y tu gente. Esa desobediencia colectiva es brutal. Es como sacarse y despojarse todo eso, esas creencias arraigadas, pero no sólo en lo personal, sino también con los demás. Es dejar de paquearnos, de entender que la acción directa y ciertas formas de la protesta también son válidas porque son necesarias, o porque hay ciertas personas o grupos colectivos que lo necesitan.
¿Qué posibilidades abre la desmonumentalización? ¿Qué viene después? ¿Qué preguntas nos deja este ejercicio político?
Hace pensar en la frase de los zapatistas “un mundo donde quepan todos los mundos”. Va un poco por ahí, dejar que florezcan todas las posibilidades. También acabar y derrumbar esta oficialidad que está en todo. Hay que sacarla para que puedan aparecer todas esas cosas que estaban aplastadas.
La pregunta por el podio vacío, también es una pregunta por la forma de hacer memoria; y como no hay una única manera de recordar, quizás la única respuesta, o la única guía posible para intentar hacer algo coherente, es que todas estas acciones tienen su sentido y su proyección en la medida que responden a la memoria de un pueblo. Mientras eso no pase, hay que botar todo, porque la memoria es dinámica, la memoria es activa, la memoria responde a distintos momentos. Es algo vivo, el territorio es algo vivo, algo que cambia, que tiene que resignificarse. Entonces el único sentido que se le puede dar es eso: la posibilidad de que esas múltiples memorias y territorios signifiquen para sí lo que es necesario valorizar, lo que es necesario memoralizar, lo que es necesario inclusive desmonumentalizar. No hay una única forma de responder a eso. Por ejemplo, una mujer diaguita instalada en el podio del genocida diaguita. Ahí hay una contramemoria súper explícita, fuerte, directa, y eso hace sentido.
Si hablamos de una proyección después de una desmonumentalización, también se podría considerar la idea de la liberación de los pueblos, que esos actos sirvan como hechos concretos de autonomía, de liberación y de goce. Hay una necesidad de justicia muy grande en este pueblo chileno, y las desmonumentalizaciones también responden a eso, a esa necesidad de tomarse la justicia por las manos. Llevarlo a ese nivel: estamos acá, somos parte de, somos oprimidos, y al ver esta figura enaltecida en la plaza, el poder, simbólicamente, nos oprime cotidianamente al ponernos sus símbolos encima nuestro.