En Chile no existe una estadística formal ni informal sobre crímenes de odio. Cada Organización No Gubernamental recopila, desde sus propios intereses, los hechos de violencia que afectan a la Comunidad LGBTIQ+ en sus veredas.
Comunidad. Sí, esa que definen los diccionarios como un grupo de seres humanos que tienen ciertos elementos en común, tales como el idioma, costumbres, valores, tareas, visión del mundo, edad, ubicación geográfica, estatus social o roles. Y no es difícil detenerse e interpelar a estas agrupaciones. Porque algunas han asumido un rol hegemónico del movimiento, sin ser validadas ni representativas, y se han bajado los pantalones frente a las autoridades de Gobierno que han negado, abiertamente, la posibilidad de responder por nuestros derechos y satisfacer las necesidades básicas de ciudadanas y ciudadanos que cumplen con las mismas obligaciones de todos los chilenos, pero que somos vistos como de segunda clase tan sólo por no cumplir con sus cánones de masculinidad. Roles que han validado y generado un modelo de hombres violentos capaces, incluso, de concretar crímenes por no responder a ese prototipo. Cuestión que, en vez de disminuir, aumenta a diario. Sin legislación ni protección a sus víctimas, ni sanciones para los criminales.
Es así como en este proceso democrático, validado el 25 de octubre, estas organizaciones no lograron posicionarse dentro de la discusión pública, ni dentro de la esfera LGTBIQ+; generando, únicamente, instancias desde su zona de confort. Dejaron al descubierto la nula capacidad de reinvención, de definir las reales causas que nos llevaron a salir a la calle, de abrir espacios a nuevas voces, de actuar más allá de un slogan y de trabajar colectivamente por una sociedad que requiere mucho más que un matrimonio igualitario. Porque ser cola, camiona y puta no te hace ser menos ciudadane. Y seguimos siendo profesoras, artistas, trabajadoras, estudiantes y pacientes. Pero nos matan en la calle. Y algunas hablan desde la seguridad de sus posiciones sobre mundos que desconocen. Porque, desde la comodidad de una multinacional, no es fácil hablar del mundo trans cuando no tienes idea de cómo han debido sobrevivir a una pandemia que ha condenado el comercio sexual, las ha tildado de peligrosas y ha generado nulas instancias para acompañarlas y darle reales oportunidades. Porque sentarte al lado del presidente no te hace una cola emblemática sino un monigote oportunista que debe saber más de algún secreto.
Hoy, los crímenes de odio han generado una verdadera comunidad lejos de estos espacios. En las calles, en las redes e incluso en la academia. Profesionales de diversas disciplinas se han sumado a la contención y protección de quienes se han sentido vulnerados en sus derechos, de manera libre y gratuita. Para todes quienes fueron sometides a la cuarentena sin importar que sus hogares sean los lugares en donde son más vulnerables, en donde son discriminades y violentades. Esas autoridades y estas organizaciones son quienes han normalizado estos hechos apuntando a la responsabilidad de las víctimas; por maraca, por borracho, por el largo de la falda, porque se lo buscó.
Cuántos más, cuántos nombres más. Cuántas marchas más por las Alamedas. Porque cada crimen tiene un nombre, una historia y una familia. Hoy es tiempo de erradicar los modelos obsoletos, confluir en nuevos movimientos verdaderamente representativos y abrir espacios a nuevas voces preparadas para enfrentar y protagonizar el cambio social que Chile necesita. Voces que nosotres escojamos.
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