El dedo de Humberto Giannini
Entrevista publicada en diario La Época en 1992, y que forma parte del libro «Giannini Público. Entrevistas – columnas – artículos», publicado por Editorial Universitaria y la Vicerrectoría de Extensión y Comunicaciones y la Facultad de Filosofía y Humanidades de la U. de Chile el 2015.
*Las fotos son de Felipe PoGa.
*Entrevista publicada a seis años del fallecimiento de Humberto Giannini.
Es como el de Diógenes, filósofo griego que se reía de una filosofía que no surgiera de la persona, de la propia experiencia. Que se burlaba de quienes sólo tejían conceptos, sin vivirlos. El dedo del filósofo chileno Humberto Giannini apunta hacia la calle. Y en este deambular de filósofo callejero, reflexiona y escribe.
Tiene 65 años y está atrincherado en la Biblioteca Central de la Universidad de Chile, donde ostenta el cargo de director, que comparte con su cátedra de filosofía medieval en esa casa de estudios. Desde tales posiciones, nada estratégicas para observar el devenir humano, sale a la calle y reflexiona. Luego vuelve a su retaguardia y escribe.
Autor de casi una decena de libros, el último, La experiencia moral (Editorial Universitaria, 1992) que continúa con la línea de La reflexión cotidiana (1987), libro traducido al francés, y en el que emprende una descarnada radiografía del ciudadano común en el régimen de Pinochet, Humberto Giannini se inscribe dentro del campo de los filósofos profesionales para quienes el dedo de Diógenes representa una advertencia.
Contingente en lo humano y en lo divino, es cristiano de aquellos que defendía la existencia de Dios en asambleas públicas del Pedagógico en los años 70. A propósito de La experiencia moral hoy posa su mirada crítica en el Chile de fin de siglo.
Literalmente tapado de libros que repletan su escritorio, imagen ad hoc con el cargo que ocupa, Giannini, ex director del Departamento de Filosofía en los años en que todos, incluido él, gritaban: “Muera Soto”, se abre paso entre los vetustos e imponentes tomos que lo rodean, se sienta frente a la grabadora que como el teléfono, o cualquier otro artefacto, lo ponen nervioso, y suavemente, como si no matara ni una mosca, dispara de Platón… a jote.
Alguien le dijo hace años que Ud. pertenecía al campo de los filósofos profesionales metido en su mundo de intereses antiguos, Platón y Aristóteles, mirando al pasado.
Eso es cierto, pero habría que discutir el juicio.
Sin embargo, esta afirmación a Ud. le molestaba. ¿Por qué?
Para mí, el filósofo que no es vigente, no es filósofo. Me interesa Platón porque lo considero vigente. Cuando enseño a Platón o hago filosofía medieval pretendo hacer una filosofía vigente, que interese al hombre de hoy. Si no interesara estaría haciendo filosofía en un museo.
Pero esa crítica surgió cuando Ud. estaba inmerso en el mundo de la filosofía antigua, después cambió. ¿Qué lo hizo cambiar?
Me la hicieron en un momento en que yo estaba muy metido en eso. Yo he andado un poco contra la corriente. Hasta el año 73, defendí mucho la posibilidad o el derecho de la Universidad a excluirse de pronto del tráfico de la contingencia, porque eso la enredaba, la emborrachaba y la perdía. Defendía el derecho a pensar, y para pensar hay que irse al desierto para después volver. Yo exigía eso, y fui un poco terco.
Pero cambió esa postura.
Sí. En el 73, apenas ocurre el golpe, tomé una actitud bastante crítica y públicamente crítica. Pero después me dijeron que a pese a todo yo seguía siendo un filósofo profesional. Me molestó la división, porque creo que el filósofo es filósofo.
Humberto Giannini, pese a declararse así, es un filósofo preocupado de las contingencias.
Y las sufro, las vivo y las escribo. (Ríe)
Hoy se habla del fin de la historia, de la crisis del hombre moderno, del término de las ideologías, del fin de las utopías, etc., etc. ¿Qué opina un filósofo chileno ante tanta extinción?
Sí, ante tanta muerte. Pienso que hay una gran ilusión, una mala ilusión de una ideología que está actualmente en boga en el universo, triunfando en el terreno de la economía. Esa es una ideología, y toda ideología envuelve una ilusión. Creo que es sumamente desacertado el juicio de que haya un fin de la historia. Se entiende por historia la lucha, el camino que hace el hombre tras ciertas aspiraciones que sólo se logran históricamente, y que al lograrlas se descubre que hay otras aspiraciones que se han sacrificado. O que hay otras aspiraciones que se han silenciado, que no se han conocido. Y la historia sigue su camino. Entonces el fin de la historia para mí, es el fin de la aspiración humana. Y eso significa la muerte de la humanidad. La muerte del hombre. No creo que haya fin de la historia.
¿Qué ocurre entonces?
Uno dice tantas muertes. Pero es una sola muerte. En el fondo es un juego de aparentes mortalidades que se reduce a una. Es el fin de la política.
¿Y cree que estamos ante el fin de la política?
No lo creo. No hay fin de la política. Esta es la postura de un liberalismo muy entusiasta, muy triunfador, que cree que con él ha terminado la política. Pero con él empieza la política. Y una nueva etapa muy dramática de la política.
Interesante su acotación, porque estamos ante un filósofo occidental y cristiano.
Así es.
Que en su momento, allá por los 70 en el Pedagógico, defendió la existencia de Dios a gritos, con San Anselmo en la mano, mientras su contendor hacía lo suyo con Hegel bajo el brazo.
(Ríe). Así es.
Y de alguna forma se percibe un mundo occidental y cristiano muy unilateral, monocorde, sin voces disidentes ante este liberalismo hegemónico. Y desde ese bloque sus voceros predican estas extinciones.
No lo creo así. Pienso que hay intelectuales en el cristianismo que no están junto al coro de la muerte de las ideologías. Todo lo contrario. Incluso creo que el marxismo en esto se ha acercado un poco a una postura que podríamos llamar a secas, cristiana. La historia es aspiración. Hay historia porque hay aspiración humana. A esa aspiración humana el cristianismo la llama fe. El marxismo la llama de otra manera. Pero si la aspiración no existe, no existe historia y no existe humanidad. Por lo tanto, creo que el cristianismo, como teoría del corazón, debiera estar al lado de los que no creen en toda esta muerte.
¿Dónde debería estar?
Con los que creen lo contrario. Que el hombre está huérfano, que atravesamos por una crisis de aspiraciones. Pero no es la muerte de las aspiraciones.
¿Este marco no está determinando un rol más activo de lo que debe ser un filósofo de hoy?
Yo creo que sí.
¿Cuál debe ser?
Debería ser el del filósofo profesional. No me gusta el término, pero es eso. Debería salir un poco de un mundo conceptual, que lo comprende sólo otro filósofo. Y discute con otro filósofo. Y yo creo que el filósofo debe discutir, más que con otros filósofos, con la situación del mundo. Debe salir a la calle y mostrar las situaciones, delatarlas, y conceptualizar los problemas de la vida actual.
Eso lo hace usted, que es un “filósofo callejero” que sale y acota.
Me gusta el término. El de una especie de periodista- filósofo, pero callejero, al que le gustaría captar los problemas, de alguna manera fotografiarlos, aunque la fotografía no es índice de la realidad. Pero sí estar muy atento a los problemas del hombre contemporáneo.
¿Cómo están los filósofos chilenos? ¿Están pensando Chile los filósofos chilenos? ¿Están aquí, en los problemas de fin de siglo, o están en la Edad Media, en la historia de la filosofía?
Sí, lo están haciendo. Y eso obedece a un factor externo. La filosofía que se hacía en Chile era muy histórica, mirando el pasado como pasado, como había sido y nada más. Pero el hecho de que en Chile hubiera habido un remezón tremendo, sacudió a las universidades, sobre todo a la Universidad de Chile, y a las ciencias sociales, que hizo que saliera mucha gente del país, cambió la situación. Porque conocieron otras experiencias, vivieron en contacto no sólo con filósofos. Con científicos, con artistas. Y se abrió. Ese es para mí uno de los poquísimos beneficios –trágicos, es cierto- de la dictadura. Es el exilio. Y este regreso del exilio está produciendo una serie de cambios en la actitud intelectual, en la visión de las cosas.
Ud. se quedó, ¿qué ocurrió con aquellos que no salieron?
La gente que quedó en Chile también tuvo que empezar a pensar la filosofía como una labor incluso peligrosa. El exilio es algo que no sólo se sufrió. También se ha escrito. Acabo de recibir un libro de Francia, con artículos de varios autores franceses, y dentro de esos autores hay tres sudamericanos. Dos argentinos y un chileno, que hablan filosóficamente del exilio.
¿Qué temas preocupan hoy a los filósofos chilenos?
Hay un tema que se repite, y es sintomático que se repita. El interés del pensador joven actual, hay muchos, y talentosísimos, está en el arte, en la expresión artística, literaria, poética, pictórica, musical, en Chile.
Es la estética, básicamente.
Sí. Creo que la dirección es hacia una filosofía del arte. Y del arte nacional. Eso está justificado, está fundado. Creo que la historia cultural de los pueblos empieza, si es que empieza alguna vez, con movimientos que son más concretos. Literarios, pictóricos, musicales. La filosofía viene como una exquisitez posterior. Como una reflexión que se coloca detrás de esta experiencia. Lo que vale es la experiencia. Nuestra experiencia es estética, como cosa sólida, que determina el carácter de este país. Otro tema, que puede ser contingente, pero es eterno, es el del exilio. Lo veo muy repetido. El exilio es un tema bíblico. La inestabilidad del hombre para conservar su propio lugar, en fin. Y como es una experiencia que afectó a miles de chilenos, sobre ella se ha escrito, y cosas muy buenas. Pero se está pensando Chile.
Eso de pensar Chile, que suena muy grandilocuente, tiene que ver también con la presencia en el país de un pensamiento crítico, en este caso, del campo de la filosofía. Y eso no se ve.
Es un pecado mutuo, pero no hay que eludir las responsabilidades del filósofo que pensaba los grandes temas de la humanidad, pero no pensaba su propio mundo. Eso ha sucedido bastante en Chile. No hemos pensado sobre nosotros mismos. Pero lo otro, es la falta de receptividad hacia la filosofía. Hay en el chileno una especie de desconfianza hacia ella. Quizás por su carácter de detener un poco la acción.
¿Y no será por el carácter hermético que ésta adquiere para la gente, lo que contribuye a que se la mire con escepticismo?
También. Escepticismo por su lenguaje y por problematizar las cosas. Pero es penoso, porque la crítica es algo importante en una sociedad. Y la crítica no se improvisa. Siempre proviene de conceptos que se manejan, y la filosofía vive en ese medio. En este sentido hay un pequeño cambio en los medios de comunicación, y recién nos estamos acercando a una realidad que puede ser muy positiva para el diálogo.
Este pensamiento crítico tiene que ver con su libro anterior, La reflexión cotidiana, donde Ud. recreó una mirada más contingente sobre el Chile pinochetista, sobre el hombre común, sus soledades, su concepto de libertad relativa e inmadura, etc. Y aventuró Ud. hace cinco años atrás frases como: “El régimen actual nos representa”. ¿Cuán vigente está esa mirada crítica de Humberto Giannini, cinco años después?
Es muy seria la pregunta y me compromete la respuesta por temor a ser injusto. Hubo acontecimientos maravillosos porque cambiamos un hecho vergonzoso para el país, pero no estamos haciendo las cosas a fondo. Estamos olvidando grandes perspectivas que nos habíamos planteado. Pinochet representaba a Chile en la medida en que Chile no reaccionaba. En estos últimos años todos gozamos de libertad, pero las grandes vergüenzas del régimen pasado de alguna manera subsisten. Hay hechos dolorosos que no se aclaran. Tenemos que aceptar la prepotencia de una ideología sin contrapeso que es el liberalismo darwiniano. Incluso la ha aceptado la izquierda, resignadamente, que habla un lenguaje en que uno no sabe si está hablando la extrema derecha o el Partido Socialista. Cuando se habla de socialismo liberal, de mercado en educación, yo no sé quién habla. No hemos recuperado esa fuerza de disentir, incluso de enfrentarnos unos con otros…
¿Esto tiene nombre?
Es miedo, es el miedo que queda al enfrentamiento. Se teme que el enfrentamiento vaya más allá del verbal, de la inteligencia contra la inteligencia, y eso nos tiene amarrados, inhibidos. Eso que se llama reconciliación, acuerdos, convergencias, esconde muchas cosas. Es un miedo al pasado. Creo que en Chile se ha dado cabida a la hipocresía.
La experiencia moral es una continuación de su libro La reflexión cotidiana. Es una reflexión que continúa.
Totalmente.
¿Por qué se detuvo en la experiencia moral?
Quiero evitar el término ética. Porque la ética es una reflexión filosófica, con un lenguaje filosófico, y dirigido a otro filósofo, y tiene un contenido historicista. Es Kant, Aristóteles. En cambio, la experiencia moral pretende levantar unos conceptos que no nazcan de esta filosofía ética sino de una experiencia común, de la vida que se vive en una ciudad, en un pueblo.
Pero es menos atingente que La reflexión cotidiana. ¿Por qué?
También lo siento menos atingente. Mientras que La reflexión cotidiana pretende ser meramente descriptivo, es como salir y mirar, esta reflexión moral pretende explicarse los hechos y se vuelve teoría, se vuelve un poco más intrincado.
La experiencia moral es el saber cualitativo que permite evaluar constantemente las acciones de uno y las del prójimo, señala Ud. en su libro. Y en el encuentro con el otro se forma el espacio civil y se da el diálogo moral. ¿Cómo se da este diálogo moral?
El diálogo moral es como una institución invisible en la que se mete el individuo. Yo entro a la vida donde hay semáforos, reglas del juego. Entro a un espacio civil ya constituido.
En este caso está la familia, el Estado, la Iglesia.
Todo lo que constituye el espacio con el cual hay que dialogar. Dialogar aceptando, dialogar refutando, dialogar haciendo huelgas. Todo es diálogo. Lo que pretendo describir es el mecanismo, el dinamismo de este diálogo, constituido por este permanente juzgar al otro. En el encuentro con el otro raramente es para conversar. Casi siempre hay un enjuiciamiento. Todo el lenguaje cotidiano, si lo analizamos, está constituido en un porcentaje inmenso por palabras que enjuician al otro.
Pero eso no corresponde sólo al aquí. Es una reflexión que no tiene un espacio concreto.
No lo tiene. Se da en cualquier lugar.
Aterricemos ese diálogo moral al Chile actual. ¿Cómo es?
Si tomamos la palabra diálogo, implica apertura de todas las instituciones para que el hombre se exprese en ellas. En el trabajo, en el hogar, en la calle. La democracia es eso. La democracia es la forma más perfecta, o menos imperfecta, del diálogo infinito del que habla algún autor. Es un diálogo total. Si miramos la democracia como diálogo total se comprende que Chile está muy lejos de lograrlo.
¿En qué sentido?
La caída de Pinochet fue el principio de la renovación de un diálogo suspendido, convertido en monólogo durante muchos años. Pero este diálogo se renueva con mucha debilidad. Las instituciones están muy rigidizadas todavía. Los medios de expresión con los que cuenta el hombre común para hacer valer sus derechos siguen siendo pobres. La posibilidad de una escuela abierta, válida para todos, es en este momento algo impensable. La educación cuesta dinero. Democracia es diálogo, y diálogo es capacidad de expresión. Y la capacidad de expresión para mí, está esencialmente en una enseñanza abierta, gratuita y universal.



