¿Cómo están los filósofos chilenos? ¿Están pensando Chile los filósofos chilenos? ¿Están aquí, en los problemas de fin de siglo, o están en la Edad Media, en la historia de la filosofía?
Sí, lo están haciendo. Y eso obedece a un factor externo. La filosofía que se hacía en Chile era muy histórica, mirando el pasado como pasado, como había sido y nada más. Pero el hecho de que en Chile hubiera habido un remezón tremendo, sacudió a las universidades, sobre todo a la Universidad de Chile, y a las ciencias sociales, que hizo que saliera mucha gente del país, cambió la situación. Porque conocieron otras experiencias, vivieron en contacto no sólo con filósofos. Con científicos, con artistas. Y se abrió. Ese es para mí uno de los poquísimos beneficios –trágicos, es cierto- de la dictadura. Es el exilio. Y este regreso del exilio está produciendo una serie de cambios en la actitud intelectual, en la visión de las cosas.
Ud. se quedó, ¿qué ocurrió con aquellos que no salieron?
La gente que quedó en Chile también tuvo que empezar a pensar la filosofía como una labor incluso peligrosa. El exilio es algo que no sólo se sufrió. También se ha escrito. Acabo de recibir un libro de Francia, con artículos de varios autores franceses, y dentro de esos autores hay tres sudamericanos. Dos argentinos y un chileno, que hablan filosóficamente del exilio.
¿Qué temas preocupan hoy a los filósofos chilenos?
Hay un tema que se repite, y es sintomático que se repita. El interés del pensador joven actual, hay muchos, y talentosísimos, está en el arte, en la expresión artística, literaria, poética, pictórica, musical, en Chile.
Es la estética, básicamente.
Sí. Creo que la dirección es hacia una filosofía del arte. Y del arte nacional. Eso está justificado, está fundado. Creo que la historia cultural de los pueblos empieza, si es que empieza alguna vez, con movimientos que son más concretos. Literarios, pictóricos, musicales. La filosofía viene como una exquisitez posterior. Como una reflexión que se coloca detrás de esta experiencia. Lo que vale es la experiencia. Nuestra experiencia es estética, como cosa sólida, que determina el carácter de este país. Otro tema, que puede ser contingente, pero es eterno, es el del exilio. Lo veo muy repetido. El exilio es un tema bíblico. La inestabilidad del hombre para conservar su propio lugar, en fin. Y como es una experiencia que afectó a miles de chilenos, sobre ella se ha escrito, y cosas muy buenas. Pero se está pensando Chile.
Eso de pensar Chile, que suena muy grandilocuente, tiene que ver también con la presencia en el país de un pensamiento crítico, en este caso, del campo de la filosofía. Y eso no se ve.
Es un pecado mutuo, pero no hay que eludir las responsabilidades del filósofo que pensaba los grandes temas de la humanidad, pero no pensaba su propio mundo. Eso ha sucedido bastante en Chile. No hemos pensado sobre nosotros mismos. Pero lo otro, es la falta de receptividad hacia la filosofía. Hay en el chileno una especie de desconfianza hacia ella. Quizás por su carácter de detener un poco la acción.
¿Y no será por el carácter hermético que ésta adquiere para la gente, lo que contribuye a que se la mire con escepticismo?
También. Escepticismo por su lenguaje y por problematizar las cosas. Pero es penoso, porque la crítica es algo importante en una sociedad. Y la crítica no se improvisa. Siempre proviene de conceptos que se manejan, y la filosofía vive en ese medio. En este sentido hay un pequeño cambio en los medios de comunicación, y recién nos estamos acercando a una realidad que puede ser muy positiva para el diálogo.
Este pensamiento crítico tiene que ver con su libro anterior, La reflexión cotidiana, donde Ud. recreó una mirada más contingente sobre el Chile pinochetista, sobre el hombre común, sus soledades, su concepto de libertad relativa e inmadura, etc. Y aventuró Ud. hace cinco años atrás frases como: “El régimen actual nos representa”. ¿Cuán vigente está esa mirada crítica de Humberto Giannini, cinco años después?
Es muy seria la pregunta y me compromete la respuesta por temor a ser injusto. Hubo acontecimientos maravillosos porque cambiamos un hecho vergonzoso para el país, pero no estamos haciendo las cosas a fondo. Estamos olvidando grandes perspectivas que nos habíamos planteado. Pinochet representaba a Chile en la medida en que Chile no reaccionaba. En estos últimos años todos gozamos de libertad, pero las grandes vergüenzas del régimen pasado de alguna manera subsisten. Hay hechos dolorosos que no se aclaran. Tenemos que aceptar la prepotencia de una ideología sin contrapeso que es el liberalismo darwiniano. Incluso la ha aceptado la izquierda, resignadamente, que habla un lenguaje en que uno no sabe si está hablando la extrema derecha o el Partido Socialista. Cuando se habla de socialismo liberal, de mercado en educación, yo no sé quién habla. No hemos recuperado esa fuerza de disentir, incluso de enfrentarnos unos con otros…
¿Esto tiene nombre?
Es miedo, es el miedo que queda al enfrentamiento. Se teme que el enfrentamiento vaya más allá del verbal, de la inteligencia contra la inteligencia, y eso nos tiene amarrados, inhibidos. Eso que se llama reconciliación, acuerdos, convergencias, esconde muchas cosas. Es un miedo al pasado. Creo que en Chile se ha dado cabida a la hipocresía.
La experiencia moral es una continuación de su libro La reflexión cotidiana. Es una reflexión que continúa.
Totalmente.
¿Por qué se detuvo en la experiencia moral?
Quiero evitar el término ética. Porque la ética es una reflexión filosófica, con un lenguaje filosófico, y dirigido a otro filósofo, y tiene un contenido historicista. Es Kant, Aristóteles. En cambio, la experiencia moral pretende levantar unos conceptos que no nazcan de esta filosofía ética sino de una experiencia común, de la vida que se vive en una ciudad, en un pueblo.
Pero es menos atingente que La reflexión cotidiana. ¿Por qué?
También lo siento menos atingente. Mientras que La reflexión cotidiana pretende ser meramente descriptivo, es como salir y mirar, esta reflexión moral pretende explicarse los hechos y se vuelve teoría, se vuelve un poco más intrincado.
La experiencia moral es el saber cualitativo que permite evaluar constantemente las acciones de uno y las del prójimo, señala Ud. en su libro. Y en el encuentro con el otro se forma el espacio civil y se da el diálogo moral. ¿Cómo se da este diálogo moral?
El diálogo moral es como una institución invisible en la que se mete el individuo. Yo entro a la vida donde hay semáforos, reglas del juego. Entro a un espacio civil ya constituido.
En este caso está la familia, el Estado, la Iglesia.
Todo lo que constituye el espacio con el cual hay que dialogar. Dialogar aceptando, dialogar refutando, dialogar haciendo huelgas. Todo es diálogo. Lo que pretendo describir es el mecanismo, el dinamismo de este diálogo, constituido por este permanente juzgar al otro. En el encuentro con el otro raramente es para conversar. Casi siempre hay un enjuiciamiento. Todo el lenguaje cotidiano, si lo analizamos, está constituido en un porcentaje inmenso por palabras que enjuician al otro.
Pero eso no corresponde sólo al aquí. Es una reflexión que no tiene un espacio concreto.
No lo tiene. Se da en cualquier lugar.
Aterricemos ese diálogo moral al Chile actual. ¿Cómo es?
Si tomamos la palabra diálogo, implica apertura de todas las instituciones para que el hombre se exprese en ellas. En el trabajo, en el hogar, en la calle. La democracia es eso. La democracia es la forma más perfecta, o menos imperfecta, del diálogo infinito del que habla algún autor. Es un diálogo total. Si miramos la democracia como diálogo total se comprende que Chile está muy lejos de lograrlo.
¿En qué sentido?
La caída de Pinochet fue el principio de la renovación de un diálogo suspendido, convertido en monólogo durante muchos años. Pero este diálogo se renueva con mucha debilidad. Las instituciones están muy rigidizadas todavía. Los medios de expresión con los que cuenta el hombre común para hacer valer sus derechos siguen siendo pobres. La posibilidad de una escuela abierta, válida para todos, es en este momento algo impensable. La educación cuesta dinero. Democracia es diálogo, y diálogo es capacidad de expresión. Y la capacidad de expresión para mí, está esencialmente en una enseñanza abierta, gratuita y universal.