La poesía siempre ha estado asociada a la expresión del amor o de sentimientos desde una tradición literaria y religiosa. Su momento cúlmine fue el Romanticismo donde la mujer, la amada, es representada como la ausente o lo imposible de obtener, algo así como la “mujer ángel”, que sólo existe para ser observada, pero nunca poseída. Otra imagen de la tradición literaria es “la mujer fatal”, aquella que con su hermosura cautiva al hombre hasta la locura y que provoca la perdición o la muerte. De esta forma, las imágenes femeninas que se tejían en torno a la mujer provenían del romanticismo y del simbolismo, valorándolas desde lo imaginario, pero marginándolas desde lo histórico o político, ya que la imagen fue vista desde una perspectiva masculina, petrificadas dentro de un imaginario y un lenguaje. Sin embargo, las poetas tuercen esta mirada dicotómica en la palabra y en la construcción de la propia identidad. Esta otra mirada es la que nos presentan Andrea Leyton Beltrán y Johanna Rodríguez Ahumada en su texto On. Modo espejo eléctrico publicado recientemente por Palabra Editorial.
El primer elemento que es necesario subrayar rompe con la mirada tradicional. Me refiero al símbolo del espejo. Los poemas escritos por Andrea Leyton Beltrán y las imágenes creadas por Johanna Rodríguez Ahumada componen la doble cara que se refleja en la construcción misma del poema. El espejo entonces no es un reflejo de sí mismo, sino un instante que construye la palabra, la poeta, la viajera que se contempla más allá del tiempo a través de este espejo de tinta que es la palabra. Las figuraciones de la subjetividad y el trabajo con la palabra, como son los poemas “Charada irresoluta” y “Otra charada irresoluta”, se enlazan con rituales para acoger, a través del silencio, la visión de las mujeres ancestrales:
“Contemplo, con una paciencia atávica
que me viene de las abuelas, brujas cauterizadas
bajo el dedo de un dios que nunca las vio,
brujas que viven en mi carne y que me arden”.
Hay una claridad que trasciende la sencillez en la expresión del poema que no necesita de artilugios ni maquillaje porque no se trata simplemente del silencio que le da reflexión al verso; se trata del silencio que contiene algo más que escritura, que es el proceso mismo de reflexión sobre la propia escritura. Esta conciencia estética se produce en el reflejo que no es el espejo tradicional, sino la pantalla del computador que se extiende a la vivencia de la voz poética. El medio digital se ha hecho inseparable del acto creativo:
“Entonces vuelvo a abrazarte copy-paste;
con esa v de tu pelo suelto
que trenza orgasmos maquínicos;
esa v de tu pelo suelto
que trenza redes divergentes”.
(Insomnio sin wi-fi)
Se trata de un texto que contiene diferentes recursos semióticos de descodificación, en concreto a la correlación sígnica verbo-visual-espacial y temporal. El poema significa de acuerdo a relaciones sígnicas espacio-temporales y activa un proceso de significación metarreferencial a través de la reflexión del propio poema:
“Nunca serás seremos
la paradoja se hace cuerpo en los sueños
el verbo no se hace verbo-carne-hipótesis-sed
puntos suspensivos
trizas de tiempo
mecanografía internauta
vacíos entre los dientes”.
Sin embargo, no estamos frente a la exposición vacía del “like” en el click para el consumo de seguidores, sino frente a una intimidad que busca su voz poética en este espejo electrónico.
La voz se sumerge en la pantalla y se irá transformando en un espacio de autoafirmación femenina que busca el lugar para establecerse. La voz extranjera aparece en el poema que cierra este libro llamado “El número”, donde el yo poético resume su vida en una maleta. La migración entraña una pérdida del hogar y un forzamiento a adaptarse en espacios hostiles al tiempo que se dispone a transformar el mundo al que llega y que reconoce como nuevo: “entonces me migro, así, porque no me acostumbro a migrar en definitiva, me transmigro en la búsqueda del hallazgo, y erro, y vuelvo, y creo saber cuál es mi cama y allí duermo bien al final del día…”. Para la voz poética no existe una tierra propia, pasada o anterior que se abandona y, en consecuencia, otra nueva a la que se llega, moldea o reinscribe las particularidades de aquella a la que ya no se puede acceder.
Finalmente, quiero centrarme en el poema “Reverso nocturno”, donde entiendo reverso como la idea de dar vuelta, algo, un objeto para revelar su otra cara y exponer lo oculto y lo íntimo. Por esto, la voz poética, en una noche de insomnio se pregunta: “¿De dónde se apaga este dispositivo?”. Se intenta denominar y no dejarse llevar por las circunstancias ni ruidos que ingresan por la ventana o el ruido del computador en el proceso de carga: “Insiste: conexión con tu reverso”.
Reverso: Un cuerpo que resista los relojes; / un perenne perfil en la red como en una radiografía.”, mientras la imagen nos muestra el rostro de una mujer asomándose por una página, observando a su otra yo tendida en la cama.
El espacio abierto del espejo electrónico se convierte en el lugar de asidero de la voz poética. Cuando se pasa de un lugar para estar en otro, cuando la sensación de estabilidad la abandona, cuando en el contexto del capitalismo global que permite la movilidad de los cuerpos desde el lugar virtual, el cuerpo se construye en plural como este trabajo visual y poético de las autoras y la vivencia encarnada lo transforma junto a las imágenes en un modo de estar en este lugar para buscar la promesa de la casa, del lugar desde donde hablar: “ante el espejo eléctrico del día, ruedan como frutas, de esas que nos dejan en casa pero que no son las de exportación, de esas que hay que buscar en otros países donde todo el año hay la fruta nacional de primera en cada esquina. I´m free to dicide…”.
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