En los medios de comunicación pública, los políticxs y periodistas insisten en decir que no existe memoria reciente de una pandemia en al menos 100 años, pero olvidan al VIH/Sida. La pandemia del VIH/Sida está con nosotrxs desde los años ‘80 y aún no ha terminado. De hecho, el país registra una de las alzas de contagio más importantes en la región con más de 5 mil nuevos casos en el año 2019 como afirma uno de los estudios más recientes de esta enfermedad[1]. Se vuelve a instalar un silenciamiento y un menosprecio sobre la historia y los modos en que los colectivos han logrado sobrevivir a esta pandemia, quienes han dejado a su vez, un archivo de esta supervivencia.
El VIH/Sida es una pandemia causada, al igual que la pandemia del coronavirus, por un virus que contiene su información codificada en una molécula de ARN. Ambos virus piratean nuestras células y debilitan el sistema inmunitario que ayuda a establecer acoplamientos con algunos microrganismos del mundo. Esta es una pandemia que no ha terminado y para la cual, después de 40 años, todavía no existe una vacuna definitiva. Existe un prejuicio que se ha instalado desde el inicio de la pandemia del VIH/Sida, que dice que es una enfermedad de homosexuales, trabajadoras sexuales y personas promiscuas, cuando sabemos por datos estadísticos que esto no es así. Las visiones heteronormativas de la política impiden inclusive “ver” la existencia de otra pandemia en al menos 100 años. Este tipo de aseveraciones que hemos escuchado repetidas muchas veces en este devenir pantalla que estamos viviendo, lo único que hacen es esparcir la ignorancia, discriminación y menosprecio sobre la población.
Para oponernos a estos modos de actuar de la política, necesitamos generar archivos que construyan una cultura pública con el objetivo de generar una memoria cultural de estas otras historias y discusiones que muchas veces pasan desapercibidas para el ojo heterosexual de la política. Es urgente que activistas y personas comprometidas trabajen para generar estas memorias y archivos, visibilizando los múltiples que ya existen, hasta el punto que se vuelvan imposibles de omitir. Bajo estos deseos de construír otros archivos “corpopolíticos” de las historias de mujeres y disidencias, archivos que documenten con imágenes inclinadas, menos brillantes y luminosas que las que ofrece el capitalismo, es que existe el prolífico trabajo de la filósofa feminista Alejandra Castillo quien en este último libro Adicta Imagen (Editorial la Cebra, 2020), trabaja por construir el archivo de “una pequeña escena de lecturas y contraescrituras que pone en evidencia dos movimientos en y por la imagen: uno que altera y desvía, otro que acelera e intensifica las coordenadas del régimen escópico. Ambos archivos, sin embargo, son cenizas de un archivo que se consume”.
Este libro, publicado en la cuarentena del coronavirus del año 2020, tiene como objetivo discutir el régimen ocularcéntrico que describe las imágenes desde la metáfora de la luminosidad, y genera un archivo alternativo que pone en escena aquellas estéticas que los debates de la política heteronormativa omiten o descartan. Sin una política de la imagen que tenga como objetivo torcer la rectitud del deseo heterosexual de la elite política, es muy difícil que exista un proyecto constitucional que valide el descontento generalizado desde la revuelta de octubre 2019.
En este libro de 12 ensayos, además de un prefacio y un epílogo que, escrito en el registro de la urgencia de estar sobreviviendo a una pandemia, la filósofa reúne reflexiones de autoras que como Julieta Kirkwood, Alexandra Kollontai o Nelly Richard han realizado con respecto a las imágenes de los cuerpos disidentes. Desde las discusiones sobre el sexo de la escritura y la importancia de una política feminista de la letra en el primer congreso de literatura femenina realizado en plena dictadura en Chile el año 1987, hasta las críticas a las obligaciones de las mujeres en el cuidado de la familia y su necesidad de ser consideradas como iguales en los procesos revolucionarios de una izquierda que las reconocía como meras ayudantes o apoyo externo en la Rusia de los sóviets, son algunos de los nudos de discusión que, sin una linealidad evolutiva en el tiempo, rescata este libro. La reunión de estas autoras y sus disputas en la escena política, además de artistas como la fotógrafa Zaida González y sus lágrimas devenidas imágenes, o el archivo visual itinerante del activista peruano Giuseppe Campuzano y su museo travesti del Perú, son el repertorio que integra el desarrollo de este libro que se lee como si existiera una continuidad somática a la manera de una fisiología filosófica: adicción, anestesia, aparato, máscara.
Estos ensayos tienen el compromiso de construir las imágenes de un pueblo que nunca gozó en la antigüedad con la posibilidad de registrarse y que hoy, por el contrario, tiende a sobre-representarse en la proliferación de cámaras, celulares y selfies que, por saturación y anestesia, también corren el riesgo de su desaparición. En este libro, las imágenes toman la forma de seres vivos, fármacos, células y virus que saltan desde estas páginas para desordenar con cuerpos disidentes el archivo sin cuerpo que posee cierta filosofía. El cuerpo en tanto imagen es pensado en estos ensayos también como un código, particularmente en las discusiones sobre las posibilidades de edición genética que se realizan con más frecuencia en distintos laboratorios alrededor del mundo. Sobre-expresar, inhibir o alterar el marco de lecturas de los genes y sus proteínas en células inmortalizadas o de cáncer, son procedimientos realizados diariamente en muchos laboratorios. También se realiza sobre embriones de ranas o gusanos como modelos de investigación. Hacerlo sobre embriones humanos corre el riesgo que convertir al cuerpo en un dispositivo eugenésico. No olvidemos que por muchos años se buscó el “gen gay”, cuya finalidad era modificar la conducta y eliminar así la homosexualidad del mundo. Pero la sexualidad no es un gen y tampoco es sólo una cultura: es un engranaje que requiere de ambas visiones para su comprensión.
Algunos virus entran en nuestro cuerpo y modifican nuestros genes. El medio ambiente también lo hace en un proceso que se llama epigenética. El problema no es sólo que nuestro ADN mute, ni que exista el material genético de otro organismo en nosotrxs (sólo el 10% de los genes de nuestro cuerpo son humanos, el 90% restante son genes del mundo microbiológico). El problema es la imagen de lo humano que hemos construido: masculina, solitaria, jerárquica, superior, nunca simbiótica.
Alejandra Castillo es filósofa política y trabaja en el Departamento de Filosofía de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación, desde donde imparte cursos y seminarios en los que, de manera inédita, inclusive hoy después de la emergencia feminista, se discuten autoras que ponen en tensión el binomio femenino/masculino y generan una visión del feminismo menos identitario que el que muchas veces se ha instalado públicamente. A través de conceptos que ella misma ha generado o rescatado en el tiempo de su trabajo como filósofa feminista, como el ars disyecta, la corpopolítica, las imágenes inclinadas, los nudos de la sabiduría feminista, o los archivos corporales de ciertas prácticas de América Latina, Alejandra ejerce la práctica activista de dar valor teórico a prácticas estéticas y a representaciones sexuales que el mundo del arte o de la investigación social pueden decretar como descartables, absurdas, exageradas, imprecisas o erróneas.
Entiendo que con todas estas producciones que realiza constantemente a través de sus clases, libros, proyectos editoriales, de su vinculación con grupos feministas o disidentes, busca siempre generar una interrupción al modo en que supuestamente la filosofía tendría que narrarse. Sus libros nunca son el resultado de proyectos de investigación validados por los sistemas de indexación o competencia a las que nos tiene obligadas el capitalismo académico. Su prolífica obra nace con el objetivo de generar una intervención en una pedagogía distinta a la que entiende una transmisión jerárquica del conocimiento, porque su proyecto concibe la práctica pedagógica más bien como formas de emancipación. La pedagogía como dice el filósofo francés Jaques Ranciere, un autor profusamente citado en los textos de Alejandra, tiene que ir contra el embrutecimiento del mundo.
Nuestro derecho a la opacidad
Nuestros cuerpos son oscuros, opacos. La luminosidad del sol y de la luz artificial no logra entrar a nuestros cuerpos a menos que una lámpara o una linterna se interne en nosotrxs, generalmente para vigilar su funcionamiento o corregir su fisiología. Los procesos biológicos más importantes que ocurren en nuestro cuerpo como la respiración, la digestión o las sinapsis, esa comunicación química y eléctrica que ocurren entre las neuronas, suceden fuera de la luz, en la total oscuridad. Es decir, si tenemos un cuerpo, algo oscuro habita en nosotros. Es esa opacidad la que permite que el sistema se mueva, genere energía, se sinteticen moléculas y se activen o repriman ciertos genes. Esta discusión entre la luminosidad y la oscuridad, son los ejes que concentran la atención del concepto de ocularcentrismo, trabajado antes por autores como Martin Jay y vuelto a discutir en este libro Adicta Imagen por Alejandra Castillo. El ocularcentrismo es un modo de describir la política moderna donde todo pasa por la visión y las imágenes. Podríamos decir que el cuerpo que existe para esta definición de ocularcentrismo “todo lo ve” y, sin embargo, nada mira. No es extraño que estas narraciones utilicen el concepto de luminosidad cuando todo lo que vemos es, de alguna manera, una transducción bioquímica de la luz que ingresa por nuestros ojos. Una transformación de la luz o su ausencia es la que nos permite ver. Son las atenuaciones de la luminosidad las que el cerebro recrea para formar ciertas imágenes del mundo sensible. Sin embargo, ver es más que fisiología, es más que anatomía, porque también es memoria. Vemos porque tenemos una memoria cultural que nos permite observar cierta realidad. El ojo es sesgado y limitado.
El ocular centrismo nos dice que todo es luz e iluminación. En el corazón de estas discusiones, este libro nos recuerda también que las imágenes anestesian. Sor Juana Inés de la Cruz, la intelectual mexicana decía “y por mirarlo todo, nada veía, ni discernir podía”. Algo similar nos explica Alejandra Castillo cuando nos habla de la adicción anestesiante que tienen las imágenes. La imagen embriaga, estimula y anestesia. En una de las partes del libro se asegura: “ten imágenes y obtendrás felicidad, embriaguez. No realices ninguna otra tarea más que mirar”. La sociedad contemporánea entiende a la política como la disputa por ser visto. Se habla de visibilidad de cuerpos que no estuvieron en el repertorio de la construcción de conocimiento como las mujeres, lxs disidentes sexuales y también, sin ir más lejos, las personas ciegas. La primera regla del método científico es la observación: ¿puede una persona ciega ser científica? Lxs ciegos, a pesar de tener problemas en sus ojos, también ven, porque ver no es sólo una función fisiológica sino también una función de las imágenes. Todes construímos imágenes.
Otra de las hipótesis del libro es que las imágenes de los cuerpos en la democracia que vivimos se construyen a través de dos operaciones de visibilidad: una jurídica, en el marco de la ley y otra sentimental, en el marco de la política de las emociones y sus traducciones culturales. La primera se enfoca en cómo la escritura legal sobre el cuerpo, su regulación social, genera la imagen de un solo cuerpo, el cuerpo “normal” masculino. Esta operación invisibiliza y hace desaparecer a todos los otrxs cuerpos de la sociedad porque ni siquiera los considera para su redacción legal. Por otro lado, la lógica de las emociones concentra sus imágenes en el dominio de lo sensible, de la pura fluidez del cuerpo y la diferencia sexual, en los comportamientos obligatorios de esos cuerpos. En las políticas de la imagen, la democracia sustrae la presencia del cuerpo en lo legal, al mismo tiempo que lo sobre-representa bajo un dispositivo heterosexual de las emociones.
La política de la letra que imprimen estos ensayos, tiene muy claro que la subjetividad dominante -esa negociación social que existe entre nuestra condición de seres vivientes y las pulsiones de la psiquis- se genera sin cuerpo. Pero no existe vida que no esté corporizada, así como tampoco existen cuerpos que no sean una forma en que la vida se encuentra con el pensamiento. Las imágenes de los cuerpos en la democracia tienen una doble paradoja de sustracción y sobrerrepresentación.
En los ensayos del libro, Alejandra se concentra, además de la “mirada voyerista-caza-imágenes”, en dar visibilidad a la invisible mirada de las “imágenes operativas”, como dice el cineasta alemán Harum Farocki. Esas imágenes generadas para realizar una operación particular y luego ser desechadas, las imágenes de un solo uso que se encuentran en las cámaras de seguridad que están en nuestras calles y casas, esas imágenes de los exámenes que nos realizamos para que las vea un médico o un dentista y que luego elimina a la papelera de reciclaje. O en las imágenes que compartimos en las redes sociales entregando un archivo personal a las tecnologías del capital que fabrica nichos para imágenes que creemos se descartan. En Instagram, por ejemplo, las imágenes de las historias duran un día online, pero de todos modos quedan archivadas. ¿Qué pasa con el archivo de esas imágenes que pasan desapercibidas como imágenes? ¿Cuál es el régimen de normalidad que expresan esas imágenes hechas para que las vea un ojo que luego las olvida?
Trabajo en microscopía confocal, un sistema de precisión que permite enfocar a las células en una alta resolución. Muchas veces observo imágenes que no cumplen con los resultados que quería encontrar, por muchas razones se desechan. Son imágenes que sólo vi yo y mi tutora en el laboratorio pero que después, por no tener los atributos de una imagen que sirva para nuestra hipótesis, son desechadas. Estas imágenes de un solo uso son la metáfora viviente de los cuerpos que la sociedad de consumo archiva y desecha por no calzar con sus patrones de belleza, pero a los que presta atención cuando tiene que reparar bajo las lógicas de la medicina o la ciencia normativa, cuando estas imágenes de un solo uso no siguen la normalidad de su planicie o su efectividad en el registro de lo visual.
“El deseo de las imágenes es como el deseo de las mujeres”, dice provocativamente uno de estos ensayos, siguiendo la lectura que realiza el teórico W.J.T Mitchell. Las imágenes son el deseo de una carencia o una ausencia que genera, paradójicamente, una presencia, nos dice Alejandra. El régimen ocularcéntrico construye en las mujeres su ideal de deseo, al ser las que carecen de todo y, por tanto, las que lo desean todo. ¿Pero qué significan, las mujeres para Alejandra Castillo? En su texto sobre la fotografía de Zaida González, Alejandra recoge el concepto de madre marina, una madre fría como las olas del mar, una madre que impide que tomemos el rumbo de vuelta al hogar, una madre que no es madre bajo las lógicas del amor romántico y filial. Una madre parafílica. Debo confesar que esta imagen de la madre marina me mantuvo durante toda la lectura del libro en suspenso y creo que su imposibilidad de definición clara es lo que me hace aventurar que lo que significan las mujeres en el proyecto de Alejandra Castillo no son sino madres marinas, frías y más cercanas a la monstruosidad.
Adicta imagen es el libro de una de nuestras más importantes intelectuales feministas que con sus intervenciones constantes en los espacios de lo político y lo impolítico nos recuerdan que la filosofía feminista es un medio de pensamiento que, al revés de la ciencia, y sus imágenes organizadas, sostiene una política de la interrupción y la confusión que, como pestañeos, nublamientos y agitaciones del ojo, nos permiten mirar de otro modo.
[1] En el Boletín Epidemiológico del Ministerio de salud se encuentra la siguiente información: “En el periodo de enero a diciembre del año 2019, se notificaron 5.160 casos por VIH/SIDA, alcanzando una tasa de 27,1 por cien mil habitantes (habs.), superior en un 30,9% respecto al mismo periodo del año 2018” Disponible en http://epi.minsal.cl
Perfil del autor/a:
Biólogo y escritor disidente sexual