Hay muchos dichos populares que expresan el efecto emocional que nos genera el hecho de oír hablar en distintos idiomas. Ya en el mundo antiguo, en el Talmud, se hacía referencia a este asunto. Se decía que el griego era la lengua para el canto, el latín lo era para la guerra, el sirio era para el lamento y el hebreo servía para la conversación cotidiana. Durante los años del imperio donde no se ponía el sol, Carlos I de España, también conocido como Carlos V de Alemania, decía que el español era para hablarle a Dios, el italiano para dirigirse a las mujeres, el francés para comunicarse con los hombres y el alemán para gritarle al caballo. Los tiempos fueron cambiando y se hizo justicia de esto con otro dicho popular, que afirma que el alemán es el idioma de la filosofía, el inglés es el de los negocios, el francés es el de la diplomacia, el italiano es para cantar, el portugués es para seducir y el castellano es para rezar. Personalmente pienso que hay un idioma que agregar, el criollo haitiano. Éste fue hecho para rebelarse.
Se escucha decir que la noche es joven. En Brasil a noite é uma criança. Se entiende, pero no se traduce. De regreso al castellano, sonaría muy extraño lucirse diciendo que la noche es un niño. Mil veces repetido: traduttore é traditore. Toda traducción implica conocer the language glass throughout we look and think. El idioma implicará siempre una forma de ver, pensar y sentir. Como decía Fernando Pessoa y luego cantaba Caetano Veloso: Minha pátria é minha língua. El criollo haitiano es patria y lengua.
El negro atrapado desde diferentes selvas y desde diferentes costas, que se rebela por la injusticia ante el lazo y la cadena, que es empujado al barco desde donde se rebela intentando lanzarse al mar, que es esclavizado en una nueva tierra y escucha al blanco codicioso, al hijo del codicioso y a los amigos y enemigos del codicioso, como ellos nombraban las cosas: la vie (lavi), la nuit (lannwit), la rue (lari). Y él cree que el artículo definido va unido al concepto expresado en el nombre substantivo y después lo arregla con una sintaxis y una fonética más cómodas para su lengua más gruesa y su ritmo más poderoso. Juega y se divierte con estas denominaciones y, haciéndose el tonto como siempre supo y sabrá hacer, se rebela y engaña al déspota, enredándole las frases para preparar la emboscada. El criollo haitiano nació para rebelarse y para guardar los secretos del vudú, y persistirá para dejar la presencia de un alma colectiva que se manifiesta y grita su existencia en los letreros del aeropuerto de la isla de origen, en una compuerta del metro de la ciudad de Boston o a la entrada de la sala de partos de un hospital en Santiago de Chile.
Llegó al Caribe una semilla congolesa para mezclarse con otras guineanas, taínas, germánicas, latinas, árabes y eslavas. La semilla ahora se esparce y va con cuerpo e idioma. Y ese cuerpo deja su semilla por doquier. Y ese idioma es nación. Y esa nación ya no le pertenece sólo a la parte montañosa de una isla. Está resonando rápidamente en los tímpanos confundidos en cualquier esquina de este confuso mundo. Haití es un país, el criollo es una nación. Ayiti se yon peyi, kreyòl la se yon nasyon.
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