El arcano de la reproducción es un libro único en el mundo del feminismo marxista. Generalmente, las feministas marxistas se han dedicado a explicar en detalle la importancia metodológica del trabajo de Marx para entender las formas de opresión específicas que las mujeres han experimentado históricamente en la sociedad capitalista o han extendido a las mujeres trabajadores el análisis de la explotación de Marx. Fortunati rompe con estas tendencias, pues su trabajo es una demostración detallada de cómo se transforma radicalmente nuestra comprensión de las actividades a través de las cuales se reproduce nuestra vida cotidiana si les aplicamos las mismas categorías que Marx desarrolló para analizar el proceso de la producción de mercancías. El resultado es una verdadera proeza: un libro que explora las similitudes y diferencias de estas dos esferas entrelazadas de la organización capitalista del trabajo, con un minucioso análisis que desestabiliza nuestras nociones comunes sobre la reproducción, así como sobre la obra de Marx. Como explicó Fortunati en una entrevista a Viewpoint,[1] la idea del libro se originó de las “necesidades prácticas de la lucha feminista”, es decir, de la necesidad de explicar a las feministas y al movimiento más amplio por qué era importante repensar el marxismo y cómo se relacionaba el feminismo con la clase y la explotación capitalista del trabajo. Estas eran cuestiones centrales para la “Campaña por un salario para el trabajo doméstico”[2] y para el trabajo del Comité de Triveneto de Padua del que Fortunati era integrante y fundadora.
En un momento estratégicamente importante para el desarrollo del movimiento feminista, la campaña por un salario para el trabajo doméstico proporcionó una alternativa en relación a la tendencia feminista dominante, que veía la entrada al trabajo asalariado como un paso clave para la emancipación de las mujeres. En parte inspirada por el operaísmo italiano,[3] así como por la lucha anticolonial y la lucha contra el racismo en Estados Unidos, la campaña adoptó una perspectiva anticapitalista. No obstante, al mismo tiempo criticó al marxismo por ignorar la explotación que ocurre en la esfera de la reproducción, es decir, la explotación del trabajo de las mujeres en el hogar, la familia, la esfera de las actividades domésticas, siendo esta el “centro neurálgico” (como lo define Fortunati) de la producción de fuerza de trabajo, la preciosa mercancía de la que depende toda la acumulación capitalista.
En este contexto, el ensayo de Mariarosa Dalla Costa “Las mujeres y la subversión de la comunidad”[4] —originalmente publicado en Italia en 1971— es un documento central que revolucionó la teoría marxista al argumentar que el “trabajo doméstico”, lejos de ser un servicio personal o un vestigio remanente del mundo precapitalista, era una forma específica de la producción capitalista que, en lugar de producir mercancías, produce la capacidad de trabajo de los trabajadores. El ensayo de Dalla Costa, ahora un clásico —junto con “Sexo, raza y clase” (1975) de Selma James[5]—, fue la base teórica tanto de la campaña por un salario para el trabajo doméstico en la década de los setenta como de una crítica feminista de Marx que era muy necesaria para responder a los ataques de la izquierda masculina y para articular una nueva comprensión, producida en la lucha, de la realidad específica de las vidas de las mujeres.
En este contexto, el trabajo de Fortunati es el que, más que ningún otro, ha probado en qué grado el análisis de Marx de la lógica de la producción capitalista puede ser recuperado y ampliado a la esfera del trabajo doméstico para entender los principios a través de los cuales este último opera y es integrado en el proceso de la acumulación capitalista.
Fortunati trabaja con la tesis de Dalla Costa, pero la expande, por un lado, con una disección del trabajo de reproducción que ilumina los elementos que lo vuelven un aspecto de la máquina de trabajo capitalista; y por otro, con una perspectiva histórica del contexto en el que ha ocurrido la reestructuración capitalista del trabajo doméstico y los cambios que este ha atravesado[1] bajo el impacto de las luchas de las mujeres.
Al igual que Dalla Costa y James, Fortunati también critica a Marx por haber excluido el trabajo reproductivo del proceso de creación de valor. Pero su singular contribución consiste en demostrar que si las categorías de Marx son aplicadas de manera consistente, llevan a una comprensión diferente de este trabajo, de hecho, a una comprensión diferente de toda la esfera de las relaciones familiares, de vida, parentales y sexuales, que las desnaturaliza y revela completamente su función capitalista.
Fortunati muestra que el trabajo doméstico, aunque pueda aparecer como un servicio personal y una actividad individual, en realidad es una forma de trabajo social, en tanto que se trata de una actividad generalizada y modificada solamente por el tipo de fuerza de trabajo que se produce. También es una actividad de creación de valor, en el sentido marxiano del término, pues hace posible que los capitalistas extraigan más fuerza de trabajo de los trabajadores, una vez fortalecidos por la incorporación del trabajo de las obreras de la casa. Fortunati muestra, además, que el hogar es una fábrica, que las relaciones familiares y sexuales son relaciones de producción, que el matrimonio es un contrato de trabajo y que el amor conyugal y parental esconde relaciones de poder desiguales y jerárquicas. En particular, Fortunati disecciona la función del salario como un medio a través del cual se constituye el rol hegemónico del trabajador en la familia, en tanto que este se vuelve el representante del Estado y el supervisor del trabajo de la esposa, así como de la formación de sus hijos e hijas como futuros trabajadores. Es a través del salario y del disciplinamiento del trabajador que el capital también disciplina a la “obrera de la casa”, quien, de esta forma, no confronta al capital directamente, sino a través de la mediación de su esposo/amante —un arreglo que inevitablemente esconde la explotación implicada en esta relación y socava las luchas de las mujeres—. Este, argumenta Fortunati, es un movimiento estratégico necesario para el capital y el Estado, pues la ilusión de una relación amorosa vincula poderosamente a los trabajadores hombre y mujer en el “acuerdo de matrimonio”, permitiéndoles aceptar la servidumbre de la fábrica y del hogar al tiempo que le proporciona a la clase capitalista dos trabajadores por el precio de uno.
Tal como en Marx, el contraste entre la apariencia formal y la realidad también es un principio fundamental en el análisis de Fortunati de la relación de producción/reproducción, lo que confirma poderosamente que, en todo momento, aquello que aparece como economía capitalista es, de hecho, un asunto altamente político, en la medida en que está estructurado de tal forma de garantizar no solo el máximo de ganancia, sino también el máximo de control sobre la fuerza de trabajo. Fortunati observa, por ejemplo, que el capital procede de forma opuesta a la producción en su organización de la reproducción. Mientras que en la producción los trabajadores son reunidos y el trabajo es organizado de acuerdo a la cooperación en el proceso de trabajo, en la reproducción están aislados, separados unos de otros, y el trabajo es altamente individualizado. Esto es así porque la ilusión de “singularidad” —ingrediente esencial de la ideología del amor— es una droga potente, necesaria para mantener al trabajador vinculado a su trabajo. Oculta que ni maridos ni esposas, ni tampoco padres e hijos se relacionan realmente entre sí de forma directa, sino que siempre lo hacen a través de la mediación del capital, este es el deus absconditus, el agente oculto de las relaciones familiares.
Como señalaré más tarde, la insistencia de Fortunati en la dominación de las relaciones capitalistas en el mundo de la reproducción no extingue la posibilidad de autonomía y rechazo. Educada en el principio del operaísmo, popularizado por Mario Tronti en Obreros y capital (1964), según el cual “primero viene la lucha” —es decir, es la lucha de los trabajadores la que explica los movimientos del capital—, Fortunati nos alerta sobre el poder de los actos de rechazo, incluso subterráneos. Ejemplar es su referencia al creciente rechazo de las mujeres a la carga de tener muchos hijos, visible únicamente en la caída estadística de la tasa de natalidad y, sin embargo, lo suficientemente poderosa como para forzar a la clase capitalista, desde la década de los sesenta y setenta, a abrir las puertas a la migración externa y, con el tiempo, a construir un mercado de trabajo global.
Sin cerrar la posibilidad de resistencia, el recuento de Fortunati de las formas en que la lógica del capital impregna nuestra “vida privada” tiene un gran efecto desfetichizante. Actualmente, la desacralización del trabajo doméstico y la familia que se produce a partir del análisis de Fortunati es más fácilmente aceptable como consecuencia de la acción del movimiento feminista. Pero en los tardíos setenta, cuando Fortunati estaba trabajando en El arcano de la reproducción, era iconoclasta, pues, como lo sugiere el título del libro, pocas realidades sociales han sido tan manipuladas como la esfera reproductiva, especialmente en Italia, donde años de fascismo habían hecho de la maternidad una religión.
Sin duda, lo que ha impulsado el implacable desmantelamiento de Fortunati y su caracterización como trabajo de un mundo de actividades que durante generaciones fue considerado como el “otro” del trabajo es una profunda reflexión sobre la teoría política de Marx en un momento en que, antes de la caída del muro de Berlín, la nueva izquierda en Italia estaba redescubriendo la crítica radical de Marx a la sociedad capitalista. No obstante, lo que más ha motivado y dado forma al libro ha sido, sin duda, el poder de la revuelta de las mujeres contra la familia y el trabajo doméstico. En una obra anterior, de la que es coautora junto con Dalla Costa, Brutto Ciao (1976),[1] Fortunati ya había trazado el comienzo de esta revuelta en Italia en el período posterior a la guerra, cuando las mujeres, especialmente en las zonas rurales, rompieron con la familia patriarcal, iniciando un proceso de migración hacia las ciudades que les permitió lograr una mayor igualdad con los hombres y democratizar las relaciones familiares[2].
El arcano de la reproducción sigue la evolución de esta lucha marcada por la conquista de una nueva movilidad respecto del matrimonio, así como por el rechazo de las mujeres a la carga de tener muchos hijos o simplemente tenerlos, el rechazo de la heterosexualidad y la imposición de un nuevo uso familiar del salario del hombre. Estos aspectos, argumenta Fortunati, no deberían ser considerados como un cambio de “hábitos” sino como formas de la lucha de clases, ya que cada uno representa una subversión del proyecto del capital para las mujeres.
El arcano de la reproducción fue publicado por primera vez en 1981. Desde entonces, el proceso de la reproducción social ha atravesado importantes transformaciones. Con la entrada masiva de las mujeres al mercado de trabajo asalariado, tanto en Europa como en Estados Unidos, el trabajo doméstico cada vez más está siendo realizado por mujeres migrantes que vienen de todas partes del mundo y a las que la expansión de las relaciones capitalistas ha recolonizado y empobrecido. Ha habido intentos de llenar el vacío que ha dejado la salida de las mujeres del hogar a través de la robotización del trabajo de cuidados, aunque hasta ahora esto se ha mantenido como un fenómeno extremadamente limitado, inasequible para la mayoría y en gran medida no deseable. Una buena parte del trabajo que se hacía en el hogar también se ha sacado de este y se ha comercializado. Sin embargo, no se han resuelto los problemas que dieron origen a la revuelta feminista de la década de los setenta.
Como ha demostrado la crisis abierta por la epidemia de Covid-19, no solo el trabajo fuera de la casa no ha liberado a las mujeres de las tareas domésticas, sino que además los gobiernos de todo el mundo ahora esperan que ellas tomen más responsabilidad por el trabajo doméstico y la familia. Como amortiguador designado para la crisis, las mujeres son traídas de vuelta a un hogar que ahora es una oficina y una escuela, y donde se espera que ellas compensen, una vez más, todas las tensiones que genera vivir con la pandemia. Mientras tanto, como ha demostrado la ardua batalla que han librado las trabajadoras domésticas migrantes para ser reconocidas como trabajadoras, el trabajo reproductivo continúa siendo devaluado. En cuanto a la solución tecnológica del problema de la reproducción, esta ha resultado ser engañosa, pues las mismas tecnologías que se han ideado para permitir que las mujeres acepten un trabajo remunerado, en la mayoría de los casos, han ampliado la tarea que se espera que realicen las obreras de la casa o han creado nuevos problemas. En un trabajo más reciente editado por Fortunati, Telecommunicando in Europa (1998),[3] la autora ha demostrado, por ejemplo, que la invasión del hogar por las tecnologías de la comunicación ha contribuido a la ruptura de la comunicación entre los miembros de la familia, cuyas relaciones se reducen hoy en día cada vez más a un nivel puramente instrumental.
Construida en el curso de cinco siglos de hegemonía capitalista, la devaluación/naturalización del trabajo reproductivo, en sus diferentes aspectos (y en constante expansión), no es claramente susceptible de ninguna solución particular ni de ser abordada por ninguna reforma de este trabajo, aunque deben ser objeto de lucha tanto las reformas como los cambios que dan más poder a las mujeres y a todos los sujetos no conformes al género.[4] La devaluación de la reproducción, que en esencia es la devaluación de nuestra vida, es una condición estructural de la acumulación capitalista. Por lo tanto, el análisis que proporciona El arcano de la reproducción de la estructuración capitalista de la familia y el trabajo reproductivo sigue siendo extremadamente relevante y necesario.
Como en los años setenta, revelar en qué medida el capitalismo domina nuestras vidas e identificar todo el trabajo no pagado extraído de las mujeres a través de la organización del matrimonio y la familia es un paso esencial para forjar una agenda política feminista que no se limite a la búsqueda de la igualdad o la igualdad de oportunidades, sino que se mueva, en cambio, por la convicción de que, como argumenta Fortunati a lo largo de El arcano de la reproducción, “la liberación de las mujeres” solo puede obtenerse a través de la construcción de una sociedad más allá del capitalismo.
[1] “Learning to Struggle. My Story Between Workerism and Feminism”, Viewpoint, 15 de septiembre de 2013.
[2] Sobre la campaña internacional por un salario para el trabajo doméstico, ver Silvia Federici y Arlen Austin, Salario para el trabajo doméstico – Comité de Nueva York, 1972-1977. Historia, teoría y documentos. Madrid: Editorial Traficantes de Sueños, 2019. La última parte de este libro está dedicada a los documentos del Comité de Triveneto, que era la organización que lideraba la campaña en Italia y uno de los centros más importantes para la campaña a nivel internacional.
[3] Prefiero usar el término italiano operaísmo en lugar de la traducción del inglés “workerism”, que de alguna forma cambia el significado del término, pues “operaio” [obrero] es el término icónico que fue usado en el discurso político en Italia para caracterizar al principal contribuyente a la acumulación capitalista y protagonista de la lucha de clases.
[N. de la t.]: se trata de una corriente crítica marxista que nace en Italia a finales de la década de 1950, cuyos teóricos pusieron al centro de sus análisis no el capital, sino la lucha de la clase trabajadora dentro y fuera de la fábrica, lo que marcó una inversión respecto del marxismo ortodoxo. Esta corriente refleja la ola de luchas radicales contra el trabajo que se vivía por entonces en ese territorio (ver, por ejemplo, las protestas de la fábrica de FIAT de 1952). Se caracteriza por dar preeminencia en sus análisis a la agencia autónoma de la clase obrera, por fuera de los sindicatos y los partidos políticos, en forma de autoorganización en las fábricas y más allá de ellas. Además, ve en la tecnología, antes que un instrumento neutral que contribuiría a la liberación de los trabajadores, una herramienta útil al dominio de estos, y considera el sabotaje, el ausentismo y el rechazo del trabajo como formas legítimas de lucha contra la dominación capitalista.
[4] Mariarosa Dalla Costa, “Las mujeres y la subversión de la comunidad”, en El poder de las mujeres y la subversión de la comunidad. México: Siglo XXI Editores, 1977.
[5] Selma James, “Sexo, raza y clase”, Marxismo Crítico, 3 de marzo de 2014.
[6] La necesidad de repensar la historia política del desarrollo capitalista desde el punto de vista de las mujeres nos llevó a colaborar en la producción de Il Grande Calibano. Storia del corpo sociale ribelle nella prima fase del capitale. Milán: Franco Angeli Editore, 1984. Sobre la relación entre Il Grande Calibano y Calibán y la bruja, véase el prefacio a Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria. Madrid: Traficantes de Sueños, 2010.
[7] Mariarosa Dalla Costa y Leopoldina Fortunati, Brutto Ciao. Direzione di marcia delle donne negli ultimi trent’anni. Roma: Edizioni delle donne, 1976. El artículo al que me refiero es Leopoldina Fortunati, “La famiglia: verso la ricostruzione”, ibíd., pp. 71-118.
[8] Ver Leopoldina Fortunati, “La famiglia: verso la ricostruzione”, en Brutto Ciao…, op. cit., pp. 71-118.
[9] Leopoldina Fortunati, “Introduzione”, en Leopoldina Fortunati (ed.), Telecomunicando in Europa. Milán: Angeli, 1998, pp. 13-54.
[10] [N. de la t.]: en términos simples, la categoría de no conformidad de género refiere a aquellos sujetos cuyo comportamiento e identidad no corresponden a la construcción social y subjetiva, las normas culturales que determinan las formas de ser y estar, asociadas a cada sexo.