Por eso consideré más felices a los que ya han muerto
que a los que aún viven
Eclesiastés 4:2
Sus manos temblaron antes de tocar el teclado, al igual que su ojo derecho. Un cigarro sin prender cayó al piso, pero no hizo nada por recogerlo. Solo se quedó mirando la pantalla, como queriendo que un punto muerto en el espacio lo salve de algo que habita su interior.
«No me pasa nada, solo necesito que me dejes tranquila un rato»
Se levantó de su silla, miró hacia afuera por la ventana y la cerró junto con las cortinas. Sintió un ruido, caminó hasta una habitación e hizo una señal de silencio acompañada de un gesto de amenaza. Luego, fue a la cocina y prendió el hervidor eléctrico.
Se rascó el pelo y una axila.
Abrió el refrigerador, sacó una margarina, la untó en una marraqueta y le dio tres mordidas antes de que se le cayera al piso. Sacó un pocillo con café instantáneo de un mueble, echó un poco en una taza y le echó agua hasta que la rebalsó. Agarró la taza desde el borde con la punta de sus dedos y volvió a su lugar. Silbó una canción triste unos segundos y volvió a callarse. Intentó beber café, pero se quemó los labios. Pensó unos segundos. Volvió a ingresar a la habitación, se escuchó un grito contenido y salió con la taza vacía.
«Estoy bien, deja de molestarme»
Intentó teclear unas palabras. Luego de un rato, solo pudo escribir tres oraciones, pero, al terminarlas, se dijo en voz baja que estas no expresaban lo que quería decir, que sus palabras no eran las correctas.
Miró hacia el techo y suspiró como si estuviera muy cansado. Fue a la cocina de nuevo, buscó una paila para hacer huevos revueltos y abrió cinco perillas de gas. Se quedo inmóvil y con los ojos cerrados unos segundos. Buscó un encendedor, pero no encontró ninguno. Se dirigió al living y se quedó pensativo frente a un cuadro que enmarcaba un dibujo infantil. Lo sacó de la pared, lo miró de cerca y lo regresó a su lugar asegurándose de acomodarlo bien.
«Te quiero, papá, perdóname»
El hombre abrió los ojos y se percató de que se había dormido unos minutos. Pensó en continuar la carta, pero no lo hizo. Recogió el cigarro del suelo y miró a su alrededor por si encontraba algo para prenderlo. Sin embargo, su búsqueda fue interrumpida por golpes secos y fuertes en la puerta de entrada. Se puso el cigarro en la oreja, preguntó quién era y nadie respondió. Los golpes se repitieron. Abrió bien los ojos, fue a la cocina y se lavó la cara. Es hora, se dijo. Corrió a la habitación, sacó una fotografía con su celular y la mandó a imprimir rápidamente desde su computador. Al terminar, la introdujo con delicadeza dentro de un sobre, junto a una hoja con algo similar a una lista.
Se tocó la frente, estaba sudando.
Se acercó a la puerta y deslizó el sobre con fuerza por debajo. Fue a buscar una toalla, la enrolló y la colocó entre la misma y el piso. También se preocupó de cerrar cualquier espacio por donde pudiera entrar un cable o salir sonido. Por último, movió unos muebles y unos palos con los que improvisó una especie de barricada.
Se acercó de nuevo al cuadro infantil. Lo observó sin parpadear durante treinta segundos. Lo sacó de la pared y lo abrazó, después lo devolvió a su lugar asegurándose que quedara derecho.
Volvió a escuchar golpes en la puerta, pero esta vez era como si la golpearan con algo contundente.
—Salga si no quiere tener más problemas. No tiene ninguna otra opción, estamos en todas partes. Tiene 30 segundos.
Los golpes se detuvieron.
Sintió un mareo fuerte, dirigió su mirada hacia un costado del computador y divisó el encendedor que había perdido. Cientos de recuerdos transitaron por su cabeza. Percibió en el aire la proximidad de la reconciliación.
Se le ocurrió mirar por la ventana abriendo solo un poco las cortinas. Mucha gente se estaba alejando. El crepúsculo estaba rojo y unos pájaros se perdían en el horizonte.
Pensó en ella, se imaginó pidiéndole perdón y leyéndole sus palabras. Y se imaginó, además, que sus palabras eran las correctas.
Los golpes volvieron a empezar, acompañados de un crujir de maderas y de gritos.
Sacó el cigarro de su oreja, se lo puso en la boca, levantó el encendedor y fue a la habitación. Sonrió. La llama salió al segundo intento.
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