Introducción para la Raza Cómica:
El palito de incienso que arde sobre mi escritorio, ¿es un hecho trivial? Un terremoto sacude la tierra y un monte se viene abajo, ¿es esto un acontecimiento importante? Lo es mientras persista la concepción del espacio. Pero, ¿vivimos realmente confinados dentro de un cerco llamado espacio?
Las palabras, los conceptos y las elucubraciones teóricas se prestan con demasiada facilidad a responder esta pregunta de manera lógica. Sin embargo, nada de lo que ocurre a nuestro alrededor en la vida social parece tener mucha lógica y, al mismo tiempo, nuestra experiencia íntima sobrepasa cotidianamente cualquier explicación lógica.
El ejercicio de registrar el proceso de intensificación del confinamiento al que pareciera que estamos inexorablemente condenados —que dio origen a los diarios de cuarentena— no pretende ofrecer ninguna respuesta a este respecto. Si logra plantear preguntas que movilicen al lector/a a indagar en la naturaleza de su propio confinamiento, eso puede considerarse ya un éxito. Lo que se ofrece es un punto de vista y nada más.
¿Cuál punto de vista? Los diarios podrán explicar eso por sí solos. A veces no es tan importante entender las cosas como aprender a sentirlas. O dicho de otra forma, uno puede entender las cosas tanto con la cabeza como con el estómago. En ese sentido, como los diarios fueron escritos más con el estómago que con la cabeza su lectura se hará también mas amena para quien los enfrente de manera similar.
Los datos que se ofrecen pueden servir como adornos, contrapuntos o leitmotiv, pero no tienen prioridad sobre otros aspectos más sutiles. Esto tiene que ver con el problema de figura y fondo, que es quizá el elemento central que ordena narrativamente la historia que se registra. Esa historia es obviamente la historia de un viaje; sea ese un viaje del interior al exterior o vice-versa, eso nuevamente es una cuestión de punto de vista. Lo importante es poder usarlos como espejo, ¿no es este el potencial de cualquier texto?
La perla es la enfermedad de la ostra
Querido amigo,
Habiendo transcurrido ya el acto pasional impensado y la larga pausa para la reflexión, te escribo este correo porque necesito decir que… no voy a poder escribir tu prólogo, perdón. A pesar de que pueda parecer una obviedad, la propuesta me atrapó como una ola gigante y me desorientó. En cierto sentido, sigo siendo esa persona de antes que era sobrepasada por estados de incomunicabilidad delirante, incapaz de movilizar cualquier palabra o gesto.
Presiento que esto puede estar conectado con una enfermedad extremadamente contagiosa. Se sabe tan poco sobre las enfermedades contagiosas, sean espirituales o corporales. Pero eso está por cambiar. Y en esto también rige una cierta ley de las contradicciones; opino que una infección psíquica transforma el cuerpo, mientras que el contagio corporal cambia el espíritu. Esto último lo experimenté en carne propia.
Estamos acostumbrados a aceptar que la actividad pensante se despliega únicamente en el cerebro. Sin embargo, eso no es más que una lóbrega ideología. Si el cerebro piensa, piensa conjuntamente con las puntas de los pelos, así como con las uñas y las paredes del intestino. De esto, lamentablemente, no es consciente cualquiera. Sin lugar a dudas, estos procesos son materia de una investigación científica y nuestra época, que se considera ilustrada, prueba que solo se encuentra aún profundamente inmersa en la superstición cuando se ríe de que la gente con diferentes almas huelen distinto.
Cuando uno deja de obedecer dictados políticos, académicos, religiosos, etc., todos los enfoques tienen algo que ofrecer. ¿Se ha dicho suficiente, por ejemplo, sobre la soledad? Digo, ¿se ha resuelto el problema de sentirnos a nosotros mismos como carencia de otro? Hoy estoy convencida de que ese es un asunto central del problema que nos convoca; vivir es separarnos de lo que fuimos para internarnos en lo que vamos a ser, futuro siempre extraño. Mira lo que tenía que decir al respecto don Luis, hace ya cuarenta años:
Según las últimas noticias, poseemos en la actualidad bombas atómicas suficientes no solo para destruir toda vida sobre la Tierra, sino también para hacerle a esta Tierra salirse de su órbita y enviarla a perderse, desierta y fría, en las inmensidades. Me parece espléndido, y casi siento deseos de exclamar: ¡Bravo! Una cosa es ya cierta: la ciencia es la enemiga del hombre. Halaga en nosotros el instinto de omnipotencia que conduce a nuestra destrucción. Una encuesta reciente lo demostraba: de setecientos mil científicos “altamente cualificados” que en la actualidad trabajan en el mundo, 520.000 se esfuerzan por mejorar los medios de muerte, por destruir a la Humanidad. Solo 180.000 tratan de hallar métodos para nuestra protección.
Las trompetas del apocalipsis suenan a nuestras puertas desde hace unos años, y nosotros nos tapamos los oídos. Este nuevo apocalipsis, como el antiguo, corre al galope de cuatro jinetes: la superpoblación (el primero de todos, el jefe, que enarbola el estandarte negro), la ciencia, la tecnología y la información. Todos los demás males que nos asaltan no son sino consecuencias de los anteriores, Y no vacilo al situar a la información entre los funestos jinetes. El último guión sobre el que he trabajado, pero que nunca podré realizar, descansaba sobre una triple complicidad: ciencia, terrorismo, información. Esta última, presentada de ordinario como una conquista, como un beneficio, a veces incluso como un “derecho”, quizá sea en realidad el más pernicioso de nuestros jinetes, pues sigue de cerca a los tres y solo se alimenta de sus ruinas. Si cayera abatido por una flecha, se produciría muy pronto un descanso en el ataque a que nos hallamos sometidos.
Me impresiona tan intensamente la explosión demográfica que con frecuencia he dicho que sueño a menudo con una catástrofe planetaria que eliminase a dos mil millones de habitantes, aunque estuviera yo entre ellos. Y añado que esa catástrofe no tendría sentido ni valor a mis ojos más que si procediera de una fuerza natural, terremoto, epidemia desconocida, virus devastador e invencible. Yo respeto y admiro a las fuerzas naturales. Pero no soporto a los miserables fabricantes de desastres que cavan todos los días nuestra fosa común diciéndonos, hipócritas criminales: “Imposible hacer otra cosa”.
No estoy segura de que todo el mundo sepa dónde le aprieta el zapato. La mayoría parecen hacerse los tontos, están acostumbrados a engañarse a sí mismos. Lo obvio es un problema más que meter bajo la alfombra. Tanta fábula y tan poco aprendizaje. La continuación de esta historia tiene varios nombres, pero sea existencialismo o quejismo, la constante es la misma. No me culpes tan rápido si lo que digo parece obtuso, esto solo vuelve a dar cuenta del contenido más profundo al que refiero.
Me veo más seguido de lo que quisiera atrapada en este tipo de encrucijadas mentales. Figúratelo, atrapada en abstracciones. Tú les dirás proyecciones, algún otro ideologías y hasta… Mientras escribo me doy cuenta de que vuelvo a disgregar sobre asuntos que realmente no me interesan. Ahora me enfrento a esto: ¿podré ponerme de acuerdo alguna vez? Es cierto que somos partes, que tenemos dimensiones, y es cierto también que esas partes y dimensiones están rotas y desarmadas. Lo hemos hablado: el trabajo consiste en recomponer ese todo. Pero, ¿qué treta mental es esta de hacer de todo un puzzle?
En mí se sintetizan jugos de seres que no alcanzo ni a imaginar. Lo maravilloso de esto es que no es un conocimiento intelectual, no puede enseñármelo nadie, ningún concepto lo alcanza a describir. Al explotar las palabras en lo poético alcanzan por un instante a rozar este asunto. Es una experiencia vital, una manera de ser y estar, pero el patriarcado nos ha vuelto insensibles a esta dimensión… A tantas dimensiones. ¿Cómo podría alguien cuestionar la fuerza que genera el núcleo caliente de la Tierra, capaz de hacer girar la Luna en su campo magnético? Es la Luna la que mantiene estable el eje de la Tierra; el sinuoso movimiento de una le da ritmo a la otra. Un todo inseparable. Y ahí en medio nuestra lesa humanidad. El patriarcado reduce el día y la noche a un dilema industrial o militar. ¿Cuántas violaciones más ocurren durante la noche? Ya se habla de un aumento en la tasa de violencia intrafamiliar. A quien quepan dudas de quién es el abusador en esta historia, que Dios lo perdone. Entiéndeme: este es un asunto que nuestra parte masculina enfrenta con total fobia; implica reconocer lo irreconocible. Cualquier proceso de sanación, sea personal o social, exige transformar las materias viles en materias preciosas. Esta humanidad lo ha pasado tan mal, durante tanto tiempo, que lo que necesita es sanar heridas que muchas veces llegan al hueso.
1 de Marzo 2020
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collage @Kuantosae
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