La Raza Cómica fue media partner del Ruco – Festival de Arte contemporáneo, refugios y territorialidades desde Iquique, y para cerrar esta participación conversamos con su curadora sobre los resultados del encuentro.
Como Raza Cómica llegamos hasta la capital de la Región de Tarapacá a inicios de diciembre del año 2020 para ser parte del montaje y del inicio de la primera edición del RUCO, Festival de Arte Contemporáneo refugios y territorialidades desde Iquique, del cual además fuimos media pana.
Desde diferentes experiencias y expectativas nos encontramos con las y los organizadores de este encuentro y con las y los artistas que formaron parte de este primer llamado. Estuvimos allí, en los pasillos y salas del Museo Regional de Tarapacá, pero también en las calles, playas, ferias y bares viviendo el espíritu peregrino del festival: las andanzas, las rutinas creativas, las especulaciones sobre la identidad y la amistad.
La explotación de los recursos naturales, de la tierra y de quienes la habitamos; el territorio como espacio de disputa; la persistencia de la naturaleza a las diversas amenazas; y las memorias como resistencia corporal contra el olvido son parte de los tópicos abordados por las y los creadores del RUCO, concepto que responde a los conceptos de Rutinas Contemporáneas, pero también a las habitaciones y viviendas hechizas que emergen entre dunas, cerros, bandejones y esquinas, como espacios de dignidad y cobijo para quienes andan en la calle; como las carpas que cada día brotan en la Alameda, pero menos sofisticadas. Un festival-hogar para recibir lo local, para cobijarlo, pero en vez de guardarlo, compartirlo y hacerlo interactuar con la comunidad. Una carpa abierta para todxs.
El Festival ya terminó su etapa presencial en Iquique, pero llegó con un apéndice al Museo Nacional de Bellas Artes, como una encomienda que viaja 24 hrs en bus desde el norte grande hasta el centro, con varios mensajes adentro de la caja. O bueno, quizás dos horas en avión. Allí, parte de las obras desplegadas en el norte, las audiovisuales, estuvieron guarecidas entre el 4 de febrero y el 10 de abril.
A propósito de estos meses de exposición, conversamos con la curadora y motor de esta experiencia, Loreto González Barra.
La noción de ruco alude a rutinas contemporáneas y también a la idea de casa, casucha, hogar. Desarrollado el festival ya en Iquique, ¿cómo se expresaron estas lecturas en el encuentro?
Al principio, antes de comenzar el festival, tenía un poco de temor por el nombre. Me gustaba mucho por toda la apertura que contiene el nombre y las siglas que le inventamos, pero también podía ser que la población se lo tomara mal por la discriminación hacia los rucos. Pero fue al contrario, la gente se lo apropió, lo entendió para bien, se sintió identificada de alguna manera… y por supuesto comprendió el concepto, hacia donde queríamos ir con el nombre: más que ser una provocación en ese sentido era una forma de instalar la idea para dialogar acerca de sus posibilidades; la vivienda, el hogar, la precariedad, el refugio… y las formas en cómo abordamos nuestros territorios a partir de cuestiones no necesariamente lindas, si no crudas, tal cual como es nuestra realidad en un norte árido.
En el caso de la comunidad de artistas, creo que el festival fue una esperanza para muchxs artistas locales y también una gran novedad para la escena nacional. Eso fue súper importante y alentador, porque había mucha incertidumbre para mí. Si bien, siempre tuve la intención de hacer esto para mejorar la economía del sector local, también estaba convencida que era una especie de culminación de mi trabajo y para eso tenía que desarrollar una curatoría que animará a lxs artistas a participar y además que le hiciera sentido a la población.
Creo que todo eso resultó super bien por medio del nombre ruco, pudiendo concretar diversas lecturas en torno a la idea del refugio, como espacio que guarda nuestros tesoros a través de las piezas arqueológicas con las que trabaja el museo, pero también a partir del arte que ahora se estaba mostrando en esta casa-museo.
-Este fue el primer Festival de Arte Contemporáneo de Tarapacá. ¿Qué respuesta tuvo de las comunidades y públicos su desarrollo como espacio pionero?
Hubo respuestas super positivas, inquietas, participativas en general. El RUCO no sólo se sostuvo en el museo, también fue a distintas poblaciones de la ciudad, escapó de las 4 paredes y se desplazó a barrios históricos y a caletas. Entonces, la participación de las comunidades era inmediata. Eso lo hemos tenido claro al momento de pensar este festival, porque es el primero y el arte contemporáneo no es fácil, hay toda una barrera educativa de por medio que muchas veces se aleja de lo popular, entonces teníamos super claro que éramos nosotras quienes nos debíamos acercar, ya sea yendo al barrio o atrayendo de alguna manera atractiva.
Por otro lado trajimos a artistas de Iquique que residen fuera de la región y se reencontraron con ella, pudieron conocerse entre ellxs y hacer lazos. Eso fue lindo porque también ampliaron sus propios públicos. Vinieron sus familias, amigxs, vecinxs que quizás nunca habían visto su trabajo. Y lo más importante, pudimos darle un montón de vida a un museo que estaba con poca actividad producto de la pandemia y de su renovación museológica. Ha sido tan satisfactorio que a pesar de no haber logrado conseguir un fondart para este 2022, la población se ha manifestado para que sigamos adelante, a través de su apoyo y cariño que dejan en rrss y en distintos mensajes que han escrito en una mediación que tenemos en el museo hemos podido percibir que es fundamental permanecer.
-Luego de la inauguración se desarrolló una residencia en Río Seco, caleta del sur de Iquique. ¿Cómo dialogó esa experiencia con la muestra inicial?
La residencia en Río Seco la venimos desarrollando hace 7 años con mi colectivo, CAPUT, y esta instancia era una oportunidad para adherirla a la programación.
Además, debo destacar que el RUCO nace o se inspira demasiado en esta residencia. Es en Río Seco donde generamos este tipo de metodologías asociadas a prácticas pedagógicas, vinculadas al territorio costero, como derivar o flotar en el mar. Cuestiones que parecieran cotidianas para nosotrxs, lxs costeros, pero poco comúnes para el resto.
Río Seco y todas las caletas son zonas muy interesantes, donde es posible abordar otras riquezas ligadas al alimento, a la contemplación, la sencillez de habitar un lugar inhóspito y contradictorio. Desde luego, las residencias son espacios para comprender una realidad en particular y ésta nos ha permitido adentrarnos en un mundo con historias ocultas que son muy necesarias de visibilizar. Río Seco se ha convertido en un refugio, un lugar para descansar y para apreciar la vida, con tan sólo un techo simple que nos cubre del sol y la noche. Por lo tanto, ese tipo de refugios son los que nos llevaron a pensar encuentros relacionados al habitar el desierto, que prácticamente es de lo que trata esta curaduría general aplicada a las obras mostradas en el festival, pero también a sus mediaciones, talleres y todo lo que se aplicó en el RUCO.
-También Ruco tiene una pata en el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA). Un espacio central, metropolitano. ¿Cómo se posiciona el encuentro y sus sentidos en un espacio como este?
Nunca pensé en trasladarnos hasta Santiago, menos a un museo de tal envergadura. Siempre el RUCO fue pensado para Tarapacá, al menos en esta primera etapa. Pero la curadora del MNBA Gloria Cortés Aliaga se vio interesada por este encuentro, porque básicamente es interesante pensarse desde las condiciones que poseemos y también porque el MNBA estaba buscando mostrar obras y artistas de regiones, y bueno, la curadora nos comentó que para que seguir buscando si el RUCO contenía todo eso y más. Así que la invitación fue directa y nosotras aceptamos. Creímos importante trasladar o visibilizar las realidades de Tarapacá en un lugar tan visitado como este, y por supuesto posicionar a nuestrxs artistas a través de sus trabajos.
Entonces, el RUCO recibe importancia, se da a conocer en la capital, donde es difícil la entrada para artistas que no son del centro, y de alguna manera cobra mayor sentido para nosotras, realmente estamos dentro de un museo de arte, donde pareciera que podríamos pertenecer, que nos entrega valor y el reconocimiento.
¿Cuáles son las proyecciones de este festival?
Quisiera seguir adelante, quizás no con la misma metodología porque es agotador estar tanto tiempo con mucha programación, pero sí por medio de acciones puntuales durante el año. Me gustaría tener un equipo de trabajo más grande que nos permita abordar toda la región, y por supuesto fomentar el trabajo en arte de artistas, con barrios, escuelas, comunidades, etc.
Creo que el festival tiene que tomar una camino más nómade donde sea posible moverse, y llegar a toda Tarapacá y no apegarnos a un sólo lugar. Debemos seguir trabajando en un arte tocable, popularizador y sensibilizador con temáticas locales que nos abran otras lecturas acerca de nuestras historias, y que por supuesto nos entreguen más cultura y educación.
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