El Manifiesto, la desestigmatización de la locura, una clínica del cotidiano surge del trabajo experimental, de cuidados y de sanación que Miguel Denis Norambuena, chileno, exiliado, radicado en Ginebra desde 1973, ha ido desarrollando con personas afectadas por dolencias o traumas que cruzan diversas fuentes y se proyectan a espacios de la salud mental, así como a la vida misma.
Una invitación a les profesionales que trabajan en áreas de la salud desde una perspectiva transversal, ligada a procesos de creación heterogéneos y «ecosóficos<< donde se entrecruzan la psiquiatría con otras disciplinas, “lejos del paradigma de la privatización del sufrimiento psíquico en curso, y del burocratismo institucional y clínico”. Así, psicoanálisis, filosofía, pensamiento crítico, feminismos y manifestaciones del arte, han sido algunas de sus inspiraciones, además de la asistencia a grupos de “escucha” sin ninguna formalidad para personas que, cómo él, buscaban escapar del dolor, las pérdidas, el exilio.
Su propuesta se alimenta de las experiencias que sostuvo con comunidades mapuche a principios de los años setenta en el sur de Chile; luego con David Cooper, médico psiquiatra que junto a Ronald Laing, desafiaron el orden psiquiátrico durante los años ‘70 en París; con Félix Guattari durante los años ‘80 desde el esquizoanálisis, amén de otras lecturas y vínculos con pensadores como Gilles Deleuze, Fernand Deligny, Carmelo Bene, Paul Virilio, François Jullien, Hartmut Rosa, Isabel Stengers.
El Manifiesto, la desestigmatización de la locura, una clínica del cotidiano es un documento tan actual como indispensable no solo para las instituciones y/o personas que trabajan en la recuperación o tratamiento de pacientes afectades, sino para los espacios que habitamos en nuestras relaciones y vínculos cotidianos, al interior de las familias, en la casa, el trabajo, con los colegas; amigos, amigas; en el barrio, con los vecinos, en lo que construimos cada día está la posibilidad de contrarrestar este mundo vertiginoso y hostil, donde el mercado manda; las GAFAMs mandan, la psicopatía y la soberbia propician hostilidad y depredación, producto de las sociedades modernas y autoritarias que hemos creado.
La autogestión automática con un creciente número de cuerpos expulsados hacia los bordes de un sistema que los quiebra. Sus cuerpos chocan contra los muros de una realidad que presiona y acelera al compás de las máquinas neoliberales.
Permanecer, quedarse, guardar silencio, mantener la calma parecen imposibles frente a la fragmentación o el estallido de las partes de un todo, que, en lugar de construir espacios más armónicos, orgánicos, amorosos, provoca dolor, segregación y ruptura. Algunos cuerpos, mentes, colapsan, simplemente se quiebran porque la tolerancia es escasa, porque el desborde emocional, la pena, la rabia de un ser humano pueden ser exasperantes. Las emociones incomodan las vidas de los seres “normales”, donde la normopatía puede ser la ruina para les más frágiles.
Este Manifiesto aborda espacios como “el silencio” que favorece otras formas de escucha para traspasar las fronteras de lo cuerdo y lo no, hacia espacios que están al alcance de la piel y con ello, establecer vínculos generosos, amables, más empáticos. Se trata de “reconocer-le la alteridad al otre… a les “loques”, sus propias estrategias de perseverancia, de necesidades y alegrías en la existencia”. Crear esos espacios desde la empatía, el amor, el respeto hacia formas de vida con atención al cuidado de la diferencia, el deseo y el goce mismo, un espacio de mundos increados y posibles de inventar para habitar sus sufrimientos y tratamientos que van recogiendo esas partes de lo nuestro, lo humano, nuestras alegrías, libertades, ternuras, espacios. Es en el ensamble de todas esas piezas que instantáneamente se movilizan ideas creativas y que pueden aportar positivamente a los tiempos que nos toca vivir.
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