Tengo ese recuerdo en capítulos, pero las imágenes son nítidas.
Cuando mi cuerpo experimentaba la deformación de la adolescencia y en mi crecía una necesidad juvenil por literatura que me hiciera llorar, una amiga me dijo: «weona, tení que leer a la Malú Urriola». En el siguiente recuerdo camino por los pasillos de la Biblioteca de Santiago, escruto los nombres de una de las secciones más pequeñas (aunque gigantesca comparada con la media nacional): «Poesía chilena». Y por sobre todo me atropellan aún con la misma fuerza sus palabras: «El brazo con el que escribo no se lo doy a nadie, si me deshiciera de este brazo moriría atragantada. Este brazo es el que aprieta mi vientre, el que hunde su mano en mi garganta para que las palabras salgan, porque mi brazo sabe que las palabras son como trozos de carne que me atoran (…)».
También recuerdo tomar fuerte la mano de una amiga, en un barco en Valparaíso, escuchándola leer sus poemas, hacer chistes, rehusarse a usar un chaleco salvavidas, luego bajar a tierra y conseguirse encendedor con cualquiera, como si no nos acabara de reventar la cabeza hace unos minutos en ese espectáculo tal vez demasiado showcero, pero hermoso.
Jamás hablé con ella, pero ella me habló fuerte. Trabajadora incansable de la poesía, así como escuchaste.
Al principio de la pandemia, Radio de la universidad Chile transmitió el recital Resistencia poéticas contra la muerte. Entre varías escritoras que leyeron online, la Malú terminó hablando del encierro y sentenciando: “Volveremos de la muerte humanos, o no volvamos”.
¿Qué nos pasó entonces? Me niego a aceptar que estaba equivocada. Aún busco en sus libros pequeños trozos, citas, que poder llevarle a mis estudiantes con la sincera intención, más allá del cliché, de converncerlxs de que cualquiera es capaz de escribir un poema que nos derrumbe.
Fotografía de Memoria Chilena.
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