Cada lunes los pasillos volvían a llenarse con las voces de un mar de jóvenes. Aquellas personas que no se veían desde el viernes comenzaron a ponerse al día con sus compañeros.
Entraron a la sala. El ruido que había dentro era incontrolable. Entró la Profesora, saboreando la mezcla que le dejaba en la boca el cigarro de la mañana y café barato. Le quedaban solo unos meses para jubilarse. Intentó comenzar su clase pero nadie la escuchaba. Emitía sonidos de desesperación ante la férrea negativa de los estudiantes. “¡Silencio!” gritó, con su último trozo de voz. Luego, los estudiantes comenzaron a ver el triste espectáculo de una docente que había perdido la capacidad de hablar.
Por más que intentara producir algún sonido, no lo lograba. Estaba frente a sus estudiantes, pensando en cómo lo había hecho para hablar los últimos cuarenta años. ¿Se le había olvidado? No, solo había agotado toda la voz que tenía.
Fue corriendo hacia la oficina de la Directora. Esta no comprendía la situación. Miraba como la Profesora apuntaba a su garganta. Comenzaron a apretarla pensando que se estaba ahogando, hasta que la Inspectora General se dio cuenta del problema. “Esto yo lo he visto, le pasó a otra profesora hace bastantes años. No tiene cura, no podrá volver a hablar”. La Profesora comenzó a sudar y a sentir las manos entumecidas. ¿Cómo que no volvería a hablar?
No lograba aceptar la situación. Pensó por un momento que tal vez tendría relación con los cigarros o el café. Corrió hasta la sala de profesores, donde botó a la basura su cajetilla y la taza, como si por arte de magia solucionara el problema. Todos la veían moverse de un lado a otro, pero no podían ayudarla. Tenían pruebas que revisar y clases que planificar. Y la Profesora en todo momento se apretaba la garganta con una mano, como para impedir que se fuera el último trozo de voz que le quedaba.
-No se puede solucionar eso-, dijo la Inspectora con un aire de autoridad pueblerina, mirando a la Profesora correr por el colegio.
-¿Pero cómo pasa eso? ¿Cómo se puede perder la voz así?-, pensó la Directora preocupada por las consecuencias legales del caso.
-Todos tenemos una cantidad de voz en nuestro cuerpo. Algunos tienen más, otros menos. Pero por lo general tenemos más reservas que años por vivir. Los profesores por lo general agotan antes esa reserva.
-¿Y hay forma de evitarlo?
-Bueno…- La Inspectora General dijo esta frase como si supiera la respuesta, cuando en realidad no tenía idea.
La Profesora llegó hasta la oficina de la Directora con ambas manos en la garganta y el pelo desordenado. Se quedó mirando a sus jefas y ellas la miraron como quien ve a alguien ahogarse detrás de una reja. La Profesora se dio media vuelta y salió del colegio. El timbre sonó. Los estudiantes salieron a recreo, como todos los lunes a la misma hora.
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