Iquique y el norte grande son el escenario de la nueva novela del autor nacido en dicha ciudad, “Tierra de Campeones”, que desde la ficción cuenta la historia del campeón del mundial de caza submarina 1971 y su vida en una caleta. En un país de los años ‘60, de la Unidad Popular y de la irrupción de la dictadura, un mito urbano da inicio a esta historia de un triunfo deportivo, de la sobrevivencia y por sobre todo de mar y desierto.
El imaginario del norte grande atraviesa la obra de Diego Zúñiga, que vuelve a la escena literaria con una nueva novela: Tierra de Campeones (Random House, 2023). En ella, un niño aprende a nadar en el río Loa, a la altura de su natal Calama, habilidad que lo lleva un poco más al norte por los caminos de la sobrevivencia, pero también del triunfo deportivo al convertirse en el campeón mundial de caza submarina en Iquique.
En un Chile de los años ‘60, en un territorio inexplorado por la literatura como son las pequeñas caletas del extremo norte, Chungungo Martínez, el personaje, despliega su talento acuático de la mano de la precariedad, pero también de la comunidad que resulta ser para él las y los habitantes de ese lugar alejado de la ciudad de Iquique, también alejada del centro del país.
Basada en la historia, más bien, en la mitología nortina en torno un peculiar hito en la vida del buzo Raúl Choque -efectivamente campeón mundial de caza submarina en 1971-, el libro aborda desde la ficción esta historia que se extralimita al momento que la vuelve relato local, de esos que corren de boca en boca y que gran parte de las y los iquiqueños ha oido alguna vez en su vida: luego del inicio de la dictadura, Choque habría visto cuerpos de desaparecidos en las proximidades de Pisagua. Diego Zúñiga, nacido en dicha ciudad en 1987, de la que se fue el año 2000, es uno de esos oyentes.
Así, Tierra de Campeones -fraseo que evoca a la ciudad de Iquique, pero que puede llegar a enrarecer el sentido de cualquier lector extranjero o demasiado joven, y que el autor se propone tensionar desde ciertos elementos del relato- se suma a Camanchaca (Calabaza del Diablo, 2009; Random House, 2012), Soy de Católica (Lolita editores, 2014), Racimo (Random House, 2015), Niños héroes (Random House, 2016), y María Luisa Bombal, el teatro de los muertos (UDP, 2019).
Siguiendo esta idea de que esta historia se sabe de boca en boca, sin certezas respecto a lo que inminentemente pasó en este momento en el que Raúl Choque se encontró en las costas de Pisagua, ¿cómo la conociste tú?, ¿cómo llegó a ti?
Creo que debe haber sido esa suerte de leyenda urbana que hay en distintas ciudades. Para mi eso es muy de la provincia chilena. Lo que pasa es que en la ciudad como Santiago, esas leyendas se pierden. “La gran ciudad” no permite que esas historias realmente terminen por perdurar.
En este caso tengo el recuerdo que lo debo haber escuchado en una sobremesa, siendo niño o adolescente, y que me impactó mucho. Tengo el recuerdo -que a veces pienso que puede ser un recuerdo medio falso de infancia- de haber ido a Pisagua, porque mi mamá trabajaba en la catedral, y claro, en esa época cuando se descubre la fosa, la Iglesia tenía un lugar de apoyo. Tengo el recuerdo de haberla acompañado a un viaje a Pisagua, y probablemente ella me contó esta suerte de leyenda que nunca la olvidé.
Pasé mucho tiempo pensando que era una buena historia, una historia extraordinaria. Pasé muchos años dándole vueltas al asunto. Pensé que tenía que ser un cuento, después pensé que quizá era interesante tratar de ir a buscar al mismo Raúl Choque, pero finalmente lo que se terminó imponiendo es esta novela, donde el personaje de Chungungo Martínez, en el fondo no tiene nada de la historia real más que el dato concreto, que es alguien que compite en un Mundial, que sale campeón, que ve lo que ve, finalmente; y un dato que me llamó la atención de Raúl Choque -sobre quien es poco lo que hay de información en Internet, sobre todo en los textos que se escribieron en la época en que fue campeón, época en la que más se habló de él- es que hubiese nacido en Calama. Cuando vi ese dato se me apareció el río Loa y un niño aprendiendo a nadar en ese río, y ahí le empecé a dar forma al personaje.
Cuando nace una novela, obviamente uno trabaja con un personaje y los crea y les da una vida, pero tengo la impresión que me no había ocurrido de una manera tan intensa en otros libros lo que aquí sí, que ese personaje se me volvió muy central para la historia y para sostener la novela en muchos sentidos. Y eso es lo que produjo que yo abandonara el deseo de indagar en esa realidad, en esa leyenda urbana.
Y justamente sobre este registro de ficción. Tú naciste en Iquique, pero te fuiste niño. ¿Cómo es escribir de un territorio cuando ya no lo habitas?, ¿cómo evocar ese imaginario?
A mí me pasó algo muy loco, porque yo nací el 87 y me fui el 2000 de Iquique, pero entre el 2000 y hoy he vuelto muchas veces de paso muy rápido. Cuando era más niño iba de vacaciones, pasaba todo enero o febrero.
Lo que me ocurrió posterior a Racimo, es que un día vuelvo a Iquique y me doy cuenta de que la ciudad estaba muy cambiada a como yo me acordaba. Quizá el momento clave es cuando yo vuelvo y muchos de mis compañeros de colegio y los amigos de niño también se habían ido de la ciudad. Entonces la ciudad se me empezó a hacer más extraña en ese sentido. Y sí, se me hizo muy extraña una vez que entré al colegio donde yo estudiaba y que ya no existe con ese mismo nombre. Entré al colegio y claro, primero que todo me miraron raro porque por qué viene un extraño al colegio. Ahí me di cuenta de algo que quizá nunca había pensado mucho y es que el Iquique de mis libros es el Iquique de los ‘90, el que yo alcancé a vivir realmente, y que es un Iquique súper distinto al de ahora. Es un Iquique donde si bien siguen habiendo cosas que persisten, es un lugar que me cuesta descifrar. Me sentiría muy raro, por ejemplo, de intentar escribir sobre la ciudad de hoy día, incluso no sólo hoy en día, sino que desde que me fui, desde 2000 en adelante.
Y esta es otra dificultad que me planteaba esta novela, que era retroceder, pensar en un Iquique de los ‘60 y los ‘70, que para mi era un problema súper grande, porque terminas escribiendo una ciudad que más o menos que la inventas pero que tiene elementos que cualquier iquiqueño puede rastrear y puede sentirse cercano. En ningún caso quise hacer un registro histórico, y cuando me di cuenta que el Iquique sobre el que estaba escribiendo era más o menos imaginario hasta cierto punto, eso me dio como un permiso para decir sí, retrocedamos.
A propósito de ir al pasado, a los ‘60, a la elección de Allende, a la irrupción de la dictadura, ¿cómo construiste ese imaginario?, ¿cómo te moviste con la investigación?
Fue mucho de revisar prensa. También en Internet, en YouTube, hay algunos videos caseros del Iquique de los ‘60 e inicios de los ‘70, y claro, los textos que hablan sobre la ciudad misma. Ahí me interesaba capturar información que me sirviera para darle verosimilitud al relato, pero lo que más me interesaba de ese proceso de revisión de archivo, era cuánto ese archivo podía impulsar la imaginación.
O sea, nunca estuve en un Iquique donde el aeropuerto quedaba prácticamente al lado de la playa, pero forcemos la imaginación para pensar cómo podía ser una ciudad así. En ese sentido traté de retratar para que el lector se sumiera en ese lugar.
Por ejemplo, en este proceso me enteré que Salvador Allende había estado ahí justo cuando fue el Mundial, y fue como guau, qué es esto. En el fondo, si hubiera dicho que se me iba a ocurrir esto para que podamos meter la unidad Popular en la novela, siento que hubiese sido muy forzado, pero ocurrió que estuvo ahí exactamente, el 5 de septiembre.
Además, todo esto se me recargó de significado en este tiempo. Terminé de corregir la novela este mismo año, donde trataron de llevar esta conmemoración de los 50 años a repensar desde la culpa a la Unidad Popular. También, cuando estaba escribiendo la novela, fue la revuelta. Ahí pensé que todo lo que está en la calle era la energía de los ‘70 en Chile.
¿Cómo puede este libro -que si bien es una ficción- nutrir este imaginario de la memoria a propósito de este contexto?
Cuando fue la revuelta, yo estaba trabajando en la primera parte de la novela, la que ocurre en la caleta, y me pasó -y supongo que a muchos escritores también- que eso me hizo preguntar qué podía decir la literatura en un contexto donde las cosas estaban pasando en la calle, y qué podía decir la ficción en un escenario donde estaban pasando cosas realmente relevantes políticamente. Me costó escribir durante esos meses porque no le veía el sentido, no sé, había algo raro ahí, y en un momento entendí que esa energía tenía que ver con algo que iba a pasar en la novela.
Creo que la ficción es un espacio para pensar políticamente el mundo, en el sentido de que es un lugar donde uno como escritor puede ensayar formas de comunidad, formas de reunirnos, formas de pensar el futuro, también formas de ir hacia ese pasado para tratar de ver qué había ahí que se perdió y que a lo mejor nos puede seguir haciendo sentido, que es necesario volver ahí, como el caso de la Unidad Popular, donde la lectura desde la derecha se centró en las culpas; pero a mí me hizo pensar que hubo gente que fue muy feliz en esos años, porque hubo políticas que le cambiaron la vida.
Volví a ver muchas veces la Batalla de Chile, también a leer a Manuel Rojas, Carlos Droguett, a Germán Marín. Creo que ahí hay muchas cosas que -insisto- si tú como narrador chileno vas a entrar en esta materia, hay mucho ya hecho.
Aunque yo estuviera escribiendo una novela que ocurrió en la década del ‘60 y ‘70, para mí es una novela sobre el presente, lo que pasa es que no ocurre en el presente de manera explícita por así decirlo .
Otro elemento ineludible para hablar de Iquique y del norte es el desierto y su relación peculiar con el mar. ¿Qué lugar ocupa la naturaleza como referente, como medio o como personaje en el libro?
Yo creo que es muy difícil -no sé cómo será para para los escritores que nacen en otras regiones de Chile que no sea Santiago- no vincularse con el paisaje. Yo sigo yendo a una playa donde hay bosque y me sigue pareciendo la cosa más hermosa del mundo y una rareza absoluta. Lo que pasa es que, claro, ese desierto del norte es demasiado imponente en el imaginario de uno con respecto a lo que puede ser el paisaje, lo definitivo que puede ser el paisaje en una persona, en la conformación del imaginario de una persona y cómo se relaciona con el afuera.
También me di cuenta con los años que lo que yo estaba escribiendo, casi siempre, curiosamente, necesitaba situarse en el paisaje. Me cuesta mucho escribir algo abstracto, escribir un texto que ocurra adentro de una casa y que no sepamos dónde está, porque también creo que hay algo loco, que cuando uno nace en un lugar como Iquique donde el paisaje es tan imponente, ese paisaje no solo es imponente con respecto a la geografía, sino que al concepto de belleza que uno puede tener con respecto a la naturaleza. El desierto por un lado y el mar por otro.
Ese mismo paisaje, además, está marcado por la historia política de Chile. O sea, tú vas al desierto y no solo tienes la experiencia de estar en un desierto, que es muy curiosa, muy singular, muy hermosa, muy misteriosa, sino que ese desierto está atravesado por la historia de Chile, desde la vida del salitre, la guerra del Pacífico y la dictadura. Nunca pude pude dejar de asociar al desierto con estos campos de detención como Pisagua. El mar también está marcado por la política, y en este caso además no solo por la política, sino que también por la economía. Es raro escribir de Iquique y no pensar en estas cosas.
Ahora sobre el título del libro, “Tierra Campeones”. ¿Qué posibilidades crees que hay de tensionar esa idea?
Es loco porque cuando tú creces en Iquique inmediatamente te hablan de eso. El estadio se llama Tierra Campeones, que es súper masculino y de ganador. Para mi hay una cosa medio irónica en pensar esta tierra que ha visto nacer y crecer a gente extraordinaria, pero también es una tierra que ha sido abatida por muchas cosas. Es un paisaje muy difícil y políticamente Iquique ha sido una ciudad muy marcada.
Creo que hay algo de sobrevivencia y también lo he pensado mucho ahora con la novela, que tiene que ver con una suerte de orgullo de la ciudad. A la gente le parece divertido que tengamos un himno, que seamos orgullosos de ser iquiqueños, pero supongo que también eso responde a vivir en una ciudad en el extremo del país, en un país profundamente centralizado… O sea, los santiaguinos no saben el nivel de centralización que hay en este país, no lo pueden imaginar.
Para mí esta sensación de pensar Iquique como la Tierra de Campeones, de aferrarse a pequeños triunfos, a sus personajes, que además están orgullosos de haber crecido en la ciudad y sienten un cariño y una cercanía especial, también es una manera de reafirmación frente a un país tan centralizado.
Perfil del autor/a: