Texto leído en el lanzamiento del libro «Irán #3037 [violencia político sexual en dictadura]» de la Plataforma Escena Crítica y Memoria, realizado el 7 de enero en Teatro Sidarte.
1 El pasado
La primera obra de teatro a la que tuve acceso fue justamente escrita, en un libro. No recuerdo exactamente en qué curso iba -sería cuarto o quinto básico- pero su título nos aludía de manera rotunda al grupo de niños y niñas que éramos en Alto Hospicio: “Como en Santiago”, escrita por Daniel Barros Grez en 1875.
Mientras preparaba este texto la busqué. No recordaba nada de sus personajes, solo lo elocuente de su titular sobre las apariencias y el horizonte de las provincias de parecerse a las actitudes capitalinas. La hojeé virtualmente un poco y la cosa comienza así: “Inés, entretenida en su costura, canta una canción cualquiera”… Comienza con una mujer en sus labores.
Luego por supuesto, vino la versión televisada de La Negra Ester, y, con ello mi madre generosa, permitiéndome trasnochar para verla juntas, porque la daban en el bloque que también fue en alguna época en el que transmitían Los Simpson: el espacio televisivo para lo que era un poco disruptivo, algo que luego, con los años, comprendí que era una de las cualidades del teatro.
Ya en la enseñanza media, vino una compañía errante a nuestro liceo a ofrecer una presentación, para la cual debíamos pagar 200 pesos. Si bien era un unipersonal, les imaginé como un grupo de gitanos, pero lo más seguro es que fueran un puñado de santiaguinos con un fondart bajo el brazo en los albores de los años dos mil. En el casino del colegio, con el olor a los porotos de las tías de la JUNAEB, pude ver una puesta en escena sobre Pablo Neruda. De ella solo recuerdo la mirada perdida del actor en el horizonte de las cortinas azules de la sala, técnica que nos hizo creer que nos miraba a todas… el primer engaño que viví desde las artes escénicas.
Ya en Santiago cuando vine a estudiar a la universidad no tuve vocación teatrera. Un par de obras que me disgustaron me alejaron de la -por suerte actual- rutina teatral que tengo junto a un grupo de entusiastas amigos y amigas con los que tratamos de no esquivar nada de la cartelera teatral; rutina marcada también por otra historia que cruza lo que podríamos llamar coincidencia y que es lo que me tiene acá, en este breve pero significativo momento, junto a ustedes, que es esta obra: “Irán #3037 [violencia política sexual en dictadura]”, de Patricia Artés y su plataforma Escena Crítica y Memoria con quien, sin entrar en detalles, el destino nos encontró desde el teatro y el activismo.
2 Lo insoportable
Irán #3037 [violencia política sexual en dictadura] es de las primeras obras de teatro político que pude ver, y que además, pude conocer desde adentro como parte de su equipo. Pude ver el comprometido trabajo investigativo del equipo, el paradigma militante y activista que movilizó su realización y también los invaluables ecos que dejó en su primera temporada, previo al estallido social y la repetición de episodios de violencia política sexual como herramienta represiva. La obra llegaba entonces como ejercicio de justicia a las sobrevivientes [recalco, sobrevivientes] del horror, pero también como recordatorio que esta práctica seguía vigente en un fluir transparente dentro de las instituciones represivas, todo alentado por la impunidad.
Sobre esto mismo. Este año pude leer otras tres obras de teatro político publicadas también por Oxímoron. Se trata del libro “Justicia, Utopía y Militancia” que recoge tres obras escritas por Cristian Flores, director de la compañía Teatro Los Barbudos: “Yo maté a Pinochet”, “El país sin duelo” y “El hombre que devoraba a las palomas”. Por este proyecto pude entrevistarlo y en esa conversación que tuvimos en un caluroso y lejano Berlín me contó una experiencia de infancia postdictadura: el asesinato de un vecino de su población por parte de carabineros, que por supuesto, quedó sin culpables ni castigo. Me decía: “esto es tan evidente que es insoportable. Si eso no le genera rabia a nadie… eso es la impunidad. La impunidad es insoportable. No se trata solo del juez que dice “esto es justo, esto no”, sino que hay una situación normalizada que es impune e insoportable”.
Este episodio y lo abordado por Irán #3037 efectivamente son movilizadores ante la impunidad y la definición que me pareció oportuna por parte de Cristian: lo insoportable. Pero, ¿qué hacemos con eso que no se soporta? ¿Es posible hacer algo frente a esto? Quizás, efectivamente, es soportarlo pero desde otras posiciones y propuestas. De manera traducida, en la elaboración artística como hecho político, como reparación, como espacio de justicia social y tantas definiciones como subjetividades hay en esta sala.
El teatro no puede hacer justicia en los términos normativos e institucionales -quizás sí puede conducir procesos en esa dirección y visibilizar situaciones desde sus relatos-, pero sí puede llevarnos a plantear posibilidades. En escena se pueden plantear espacios oníricos, ensoñaciones, poéticas; algo que el periodismo no puede, que no tiene las licencias: que mataron a alguien, que violaron a alguien, que lo que alguien hizo tuvo determinadas consecuencias, que esos no fueron castigados… El teatro es también, entonces, un espacio de justicia desde los imaginarios sociales, un espacio estético de disputa sobre el cual aún tenemos injerencia posible.
3 Retornar a la experiencia
En el último tiempo he leído diversos textos dramatúrgicos -no tantos como los que quisiera- y hasta me he aventurado a escribir -o empezar a esbozar, más bien- uno, y creo que llegar a estas lecturas es una experiencia valiosísima. Ensayar su preparación, también.
Leer cuentos o novelas, incluso poesía, nos lleva a imaginar lo que esas palabras articuladas están contando. La experiencia de leer un texto dramatúrgico también abre esa posibilidad: imaginar cómo es, como sería, como será o cómo hubiese sido esa obra; la luz, la voz, los cuerpos, la sala, el espacio…
¿Cómo es que los recuerdos y las cajas de herramientas mentales de quienes lean “Irán #3037” harán que imaginen la obra? Eso no lo sabemos. Solo creo que es seguro que estas y estos futuros lectores quedarán conmovidos, implicados, pensativos; que buscarán más información, que quizás quieran visitar la casa, cuyo destino está comenzando a escribir una historia incierta, pero al menos diferente.
Por esa misma posibilidad de imaginar, de transmitir y conmover, invito a leer este texto. A leer dramaturgia. A escribirla también. A jugar, a imaginar, a proponer. Aprovecho de saludar también a los amigos de Ediciones Oxímoron por aventurarse a perpetuar la posibilidad de encuentro con el teatro contemporáneo, con este placer de leer lo que se puede imaginar en escena.
Larga vida a Escena Crítica y Memoria.
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