Nina es una señora toda clarita y arrugada que huele a jabón blanco y vive en una casa pegada a la de mi abuela. Hace cosas que a mí me llaman la atención, como lavar los huevos antes de comérselos. Espío sin disimular para adentro de su casa cada vez que puedo, como cuando paso por la puerta mosquitera que separa su cocina de la entrada de autos de la casa de mi abuela. Yo me acerco despacito para ver qué es lo que está haciendo, así es como sé que ella lava los huevos. Pienso que es la persona más limpia que conozco.
El marido de Nina era hermano de mi abuelo, hasta que se murió y ya no fue familiar sino difunto. Ahora ella y mi abuela comparten un terreno largo. Su casa está adelante y la nuestra en el fondo. Nina es mi tía abuela política. Según creo, eso me otorga cierto derecho de mirar por la puerta mosquitera de vez en cuando. Eso y mi enorme curiosidad infantil. Porque, no lo dije antes pero lo digo ahora, soy chica, tengo como 5 o 6 años.
Nina y yo tenemos un vínculo extraño que se sostiene en base a su paciencia, incluso sospecho la existencia de sentimientos de los que son tiernos.
Yo sé muchas cosas de ella. Sé que ese es su apodo no más y que le dicen así a su pedido y comando. Es porque su nombre real no le gusta. También sé que no es feo sino bonito, pero le sigo diciendo Nina, que es como ella prefiere que le digan. Cada tanto finjo que olvidé la historia y le pregunto otra vez para que me cuente todo de nuevo. Quiero saber si me va a decir siempre lo mismo.
Últimamente tengo un hábito que está un poco condenada a soportar y es que, cuando me enojo con ella, junto hojas y ramas caídas y las dejo en su pileta para lavar la ropa. Siempre está muy limpia y también huele a jabón blanco. Además, es totalmente accesible desde lo de mi abuela. Sólo tengo que correr la traba de metal de una puertita de madera tan chica que incluso podría saltar. Cuando ya estoy en su patio, pongo las hojas en su lugar y me voy, prometiéndome la impunidad que sé que merezco.
Ella tolera cosas y creo que es porque, en el fondo, algo saca de esto. Aunque nada de eso importa realmente, porque al final del día somos dos personas que se juntan a propósito de nada o de la soledad o del mero aburrimiento nomás, para conversar de cualquier cosa que yo quiera conversar. Ella siempre me escucha y piensa vaya a saber una qué cosas, porque no me las cuenta. Tal vez Nina se divierte conmigo o tal vez se dice para sí misma “uy que nena tan hinchapelotas esta, ¿por qué no se fue todavía?”
Yo ignoro todo sobre ser una hinchapelotas y, a menos que me digan que mi presencia no es bienvenida, seguiré yendo a juntarme con mi tía abuela política. Nina es casi como mi vecina y también es mi amiga. Aunque ella con esto último puede que no esté tan de acuerdo. Lo que soy yo, lo digo convencida. Lo sé por su paciencia y sobre todo porque siempre me convida tallarines con tuco y pollo los días domingo.
***
Hoy es domingo así que vinimos a almorzar a la casa de mi abuela. Camino por la entrada de autos y cuando llego a la puerta mosquitera pego una buena mirada para adentro. La veo a Nina lavando algo, miro fijo para descubrir si son huevos. Ella me ve. Me saluda. Hola, le digo y sigo caminando. Mi abuela me llama desde el fondo, vamos a comer.
Me lo como todo y repito. Quedo llena de lo que me ponen enfrente porque soy una niña con buen apetito. Me levanto cuando termino de comer, que es lo único que puede convencerme de estar sentada tanto tiempo frente a una mesa. De otra manera, es poco lo que tengo que hacer ahí. Además, es verano, así que es mejor estar afuera. Abandono el interior, voy a jugar en la parte de adelante de la casa, por donde entran los autos y se ve la puerta mosquitera.
El domingo no tiene ningún efecto sobre mi estado de ánimo. No soy más que una panza llena y una cara redonda que ofrezco al sol de las 13:30 de la tarde. El calor en los cachetes se siente como vacaciones. Cierro los ojos. Hay olor a tallarines con tuco y pollo saliendo de la casa de Nina y es totalmente hipnótico, como el sol en la cara. Y las dos cosas juntas son… no sé. Me acerco un poco para sentir mejor ese olor. Me acerco mucho. Entro y me siento en la mesa. Tengo un plato con la comida responsable de ese aroma en frente mío. Es para mí, me lo voy a comer. Mmmh, qué bueno. Nadie prepara el pollo como Nina.
Ella vive con su hija, Gema. Creo que hizo bien eligiendo ese nombre, es hermoso y muy
original. Nina, Gema y yo miramos una película de Sandro que se llama Muchacho, y ellas
dicen ¡qué churro! y yo digo ¡qué asco! porque para mí es muy viejo y además tiene el pecho todo tupido de pelos y ¡puaj! Están cantando en la película, yo sigo comiendo. Antes de irme Nina me habla de unas hojas que encontró en su pileta hace unos días. Entonces me enojo con ella por descubrirme, no tanto porque lo sepa sino porque nunca considera la posibilidad de que haya sido otra persona. Y a mí me gustaría saber cómo es que siempre está tan convencida de que fui yo, pero no le pregunto porque estoy enojada. Tampoco le respondo. Doy gracias por el plato de comida y vuelvo a la casa de mi abuela, donde nadie me acusa de nada. En lugar de eso, me ofrecen helado. Es cassata. Digo que sí. Marrón, amarillo y rosa, o sea chocolate, vainilla y frutilla. No me doy cuenta de que estoy realmente muy llena hasta que me empieza a doler la panza. Mi abuelo prende un pucho, mi abuela lava las tazas de café y mi tía cambia el canal de la tele. Deja la peli de Sandro que está por terminar. Mirá lo que están dando, dice, ¡qué antigüedad!
Mamá, ¿vamos? Sí, vamos, contesta, así que me despido. Chau les digo a todos, reparto besos y abrazos. A mi abuela le doy los más largos. Ni siquiera nos fuimos y a mamá se le ocurre preguntar si tengo tarea, y yo no entiendo esa porfía de regalar así tan feamente toda la tarde del domingo al lunes. No oigo, no oigo, soy de palo. Corro muy rápido para salir de ahí antes de que repita la pregunta, no quiero ni pensar en hacer deberes de la escuela. Acá adelante ya es la hora de la siesta así que, antes de irme del todo, junto unas cuantas ramas y hojas del piso, y en silencio las pongo en la pileta de Nina, la que huele a jabón blanco, igual que ella.
Perfil del autor/a:
Corina Mayer Sanger (Bahia Blanca 1989) escritora y guionista argentina radicada en Santiago de Chile desde hace casi una década.